- “Esteban, ¿por qué no te han dicho nada? Ya pasaron casi dos semanas.”
- “No sé Dani, me parece que hasta aquí llegamos”.
No soporté la incertidumbre y unas horas mas tarde llamé a Jafet Soto, quien finalmente me concedió una reunión. No obstante, su voz delataba noticias que no me convenían.
Terminé interrumpiendo mis vacaciones familiares para regresar a casa, sospechando que algo iba a salir mal. Apenas tuve chance de dejar las maletas y correr para llegar a tiempo al Rosabal Cordero. La casa de don Eladio. Ese lugar donde en algún momento creí que estaría toda mi vida.
Estaba equivocado, porque entré a la oficina y después de un pobre monólogo de 20 minutos, me estrecharon la mano para mostrarme la puerta de salida del Club Sport Herediano. Como si nunca hubiese existido mi contrato vitalicio, como si de toda mi lealtad ya no quedara nada.
Fue un golpe bajo. Me dolió, sí. Sin embargo, dos días después, volví a estrechar mi mano, esta vez con la junta directiva de la Asociación Deportiva San Carlos. Un equipo recién ascendido de la Segunda División, pero con un proyecto deportivo sobre ruedas. Me sedujeron y nos aventuramos.
Dos semanas después entré a mi nuevo camerino, en el que sabía me encontraría a mis viejos amigos Marvin Obando e Ismael Gómez. La presencia de Nene y Chucky serían fundamentales para mi primer acercamiento, el cual siempre es extraño, a veces hasta frío. Pero rápidamente hice click con mis nuevos compañeros. Encontré un aire distinto, una sensación muy cómoda y me sentí bien. Fue una señal de la vida demostrándome la importancia de aceptar los momentos de cambio, de estar abierto a perseguir nuevos retos.
Es más, si en ese momento hubiese sabido lo que me tenía preparado el futuro, hubiese parafraseado a Pep Guardiola, cuando asumió las riendas del Barça, y le hubiese dicho a mis compañeros: “Aprétense los cinturones, porque la vamos a pasar bien”.
El vuelo 1505
A finales del 2018 estuvimos muy cerca de acariciar la gloria, pero nos quedamos cortos, un maldito penal corto. Pero llamamos la atención; pusimos a San Carlos en el mapa. Dejamos las turbinas encendidas y listas para volar.
Porque tras perder esa semifinal ante la Liga solo hubo una reacción generalizada: vernos a la cara y con total convencimiento decir “Maes, en cinco meses tendremos la revancha. Vamos a jugar esa final. Ya vimos de qué estamos hechos”.
En enero, Chama, Pato, Claudio, Daniel, Alex, Alberth, Chris y Rachid fueron los últimos en subir al avión. El vuelo 1505 se llenó y pudimos despegar. Juro por Dios que jamás olvidaré este vuelo, y aunque tardó cuatro meses y medio, lo tomaría de nuevo, en clase ejecutiva y sin refrigerios.
Ya no hubo fallas mecánicas. El equipo terminó de armar su composición y se preparó para luchar por todo. De verdad que generamos una vibra interna que solo nosotros sentíamos. Con el tiempo se la contagiamos a todo el cantón. Las calles se tiñeron de azul y rojo, el fútbol se convirtió en tema principal y la identidad tomó su lugar. Debo decir que me recordó al ambiente ganador que creamos en Heredia, cuando llevamos al equipo a pelear todos y cada uno de los campeonatos.
Soy herediano hasta lo más profundo de mis entrañas, toqué el cielo con las manos cinco veces con el club de mi vida. Siempre fui un tigre. Pero esto del fútbol me apasiona tanto que, sin darme cuenta, en la cancha me convertí en un toro. Y cuando volví a ver a mi alrededor, mis 28 compañeros se habían convertido en toros también. Fuertes, bravos, valientes. Y con unas ganas terribles de ser campeones.
La recta final
Las pruebas de fuego aparecieron en la recta final del torneo, ese momento en que el margen de error se reduce al máximo.
El juego ante Carmelita fue nuestra prueba. Debíamos demostrarnos de qué estamos hechos. La tensión nos retó y la presión nos llevó al límite, pero los deseos de trascender fueron mayores y pudimos controlar nuestro destino. Los goles agónicos de Alberth, Rachid y Sabo son de esos que se celebran con el alma y se gritan con el corazón. Los 1.200 sancarleños que estuvieron ahí saben de lo que hablo.
Posteriormente, nuestro cruce de llaves nos regaló un grande en semifinales, nada más y nada menos que el Herediano. Mi Herediano. Pero el Herediano del cual ya no defiendo sus colores en la cancha. ¡Qué delicia de serie! Me hervía la sangre por jugarla. Desgraciadamente, dos días antes del duelo de ida quedé fuera para el resto del certamen por un esguince de rodilla.
En Heredia jugamos nuestro peor partido del campeonato, pero volvimos a nuestra casa con la consigna de protagonizar una jornada épica. ¡Y vaya pedazo de noche nos regaló la vida! Aún no tengo la menor idea de cómo me fue posible, con esguince a cuestas, comenzar a celebrar el cuarto gol en el palco y terminar en la gramilla agarrándole el cuello a Luis Marín. En pocos segundos tuve que haber saltado tres barreras y evadir a la seguridad. Pero no lo recuerdo. Solo sé que lo viví como quería, con el alma.
Y si la noche de la remontada fue única, ¿qué puedo decir de la consagración?
En el Ricardo Saprissa hicimos nuestro negocio. Aún no lo sabíamos, pero ese día hicimos el gol mas significativo en la historia de San Carlos, el del título. Esa anotación de Marco Julián fue tan importante que nos aferramos a ella para planear nuestra estrategia.
Sin embargo, para alzar el trofeo en casa necesitábamos algo más que sabernos de memoria la pizarra. Necesitábamos sangre caliente y un corazón conmovido.
Lo primero llegó en la mañana, cuando Sabo, llorando al frente de todos, nos suplicó salir campeones. Esas lágrimas, las cuales contagiaron a algunos, calaron hasta lo más profundo del espíritu grupal.
Lo segundo llegó en la tarde, cuando Pablito Solano, quien a sus 24 años está al borde del retiro por una lesión, nos regaló un increíble mensaje: “Valoren este día. Denle gracias a Dios que tienen salud para entrar a la cancha y hacer historia, porque habemos quienes daríamos lo que fuera por volver”.
Como ven, no había forma que perdiéramos esta oportunidad.
Al final, el plan lo ejecutamos a la perfección. Ese 15 de mayo del 2019, el día que aterrizó nuestro vuelo, luchamos, corrimos, sudamos. Supimos darle una alegría histórica a un cantón que, a punta de amor, arraigo, identidad y fe, hoy puede llamarse campeón nacional.
Y yo, aunque lleve los colores rojiamarillos adentro, me siento honrado y afortunado de haber sido parte de una de las narrativas más románticas en 98 años de existencia del fútbol costarricense. Además, no voy a ocultar que los tres días de festejo, las cervezas, los cánticos, las madrugadas y la pasarela en el parque de Ciudad Quesada son la mejor celebración que he vivido en mi carrera.
Por todo lo anterior, aunque en mi colección ahora guarde nueve medallas de campeón nacional, el vuelo 1505 será una de las historias mas importantes de mi vida.
Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.
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