Fui torturado en terapia de conversión gay. Y todavía es legal en 41 estados.
Así se titula un artículo de opinión publicado en el New York Times en 2018. Lo firma Sam Brinton, graduado de MIT y uno de los líderes del Trevor Project, una organización que lucha contra el suicidio en la comunidad LGBTIQ+ (lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros, transexuales, travestis, intersexuales, queers).
Brinton describe escenas que son como las del libro y película La Naranja Mecánica.
Más allá de las sesiones de dolor psicológico, en las que un consejero le decía que era la única persona gay en el mundo, que era una abominación para su fe, y que era inevitable que tuviera VIH y sida, también lo obligaron a sufrir castigos físicos.
Uno de los mal llamados terapeutas obligó a Sam Brinton a ver videos de hombres tomándose de las manos, besándose y teniendo sexo. Al mismo tiempo, le aplicaba electricidad, hielo y calor en diferentes miembros, para que su cerebro asociara lo que veían sus ojos con el dolor que sentía su cuerpo. La arcaica técnica de castigo y recompensa. Que no sirvió de nada.
No sirvió de nada “como en un 99,9% de los casos”, según admitió en 2012 Alan Chambers, antiguo líder estadounidense de la lucha por cambiar a los gays, quien por años lideró estos procesos desde Exodus Internacional, afirmando que él había “cambiado su orientación sexual”.
Como es lógico, no solo la población LGBTIQ+ de Estados Unidos sufre la existencia y persistencia de estas mal llamadas terapias. El título del artículo del Times bien lo pudo firmar un costarricense: Allan Vega, de 25 años.
Hoy, Allan trabaja como encargado de soporte técnico informático, al tiempo que estudia ingeniería informática. Hace cinco años, sobrevivió a uno de estos procesos homofóbicos.
“Claro que es una tortura”, recuerda. “A vos como persona se te niega sentir lo que tu cuerpo por su biología quiere sentir o es, y te obligan a ocultar o esconder tus sentimientos. Es una tortura horrible. No te están dejando ser. Te están reduciendo a nada, porque no te dejan ser”.
“Hubo intentos de suicidio. Me llegué a inyectar agua con jabón. Quería ser otra persona. Viéndolo desde ahora, no sé qué pasaba por mi cabeza. Pero al final todo eso era producto de lo que viví. Crecer con una autoestima por el suelo. Y llegar a ser grande, que no te dejaron crecer. Entonces llegás a los 20 años y no tenés ni gustos ni grupos sociales ni nada. Porque apenas descubriste que podés ser libre. Y empezar a construirte”.
Es la segunda vez que Allan comparte su historia con La Nación. La primera vez fue en 2019, en la Revista Dominical, para un artículo escrito por Jorge Arturo Mora, titulado En las garras de las terapias de conversión sexual.
En el marco del Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+, que se celebra cada 28 de junio en el mundo, aquí explicamos lo que son estas pseudoterapias. Y cuán cerca está Costa Rica de erradicarlas.
¿Qué son las terapias de conversión sexual?
Actualmente, la expresión “terapia de conversión” o “terapia de conversión sexual”, engloba cualquier esfuerzo sostenido por modificar la orientación sexual, la identidad de género o la expresión de género de una persona.
Como cita la organización ILGA World en un amplio estudio sobre el estado de estos procesos en el mundo en 2020, la vasta mayoría de estos esfuerzos se gestaron a mediados del siglo XX, como respuesta “a lo que en gran medida se consideraba una ‘patología’”.
Dichos esfuerzos fueron enmarcados y administrados en el campo de la salud mental como “terapias”.
“Bajo ese paradigma, la heterosexualidad y la alineación del sexo asignado al nacer con la identidad de género se entendía como ‘la norma biológica’”, cita el estudio. “Y cualquier forma de diversidad sexual fue caracterizada como una desviación, una perversión o una enfermedad mental que podía curarse, cambiarse o ‘convertirse’ con un ‘tratamiento’ específico”.
Años más tarde, la ciencia se dio cuenta del disparate que suponía lo del párrafo anterior. En 1993, la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Y en 2012 declaró que la práctica de “terapias de conversión” amenaza la salud y los derechos de las personas afectadas. Y en mayo de 2020, Naciones Unidas las equiparó con la tortura.
Para Marco Castillo, abogado y activista LGBTIQ, presidente de la Organización Interseccional Pro Derechos Humanos, estas pseudoterapias son “un absurdo”.
“Se trata en muchos casos de meter a la persona en una frustración grande, creyendo que es pecado, y haciéndole creer que se condena. Haciéndole creer que va para el infierno. Entonces, la persona, sin dejar su orientación sexual o afectiva o de género, lo que hace es no ejercerla. No hacerla. Para no condenarse. Eso es producto de una gran ignorancia sobre lo que significa la naturaleza de la diversidad afectiva, sexual y de género. Es una gran ignorancia motivada por textos tan antiguos como los libros sagrados de la Biblia y el Corán, que son los que más conocemos y los que más afectaciones por el mundo han provocado para la comunidad. Es una tortura”.
Estos procesos son a veces denominados en alguna de estas formas:
--Terapia de conversión
--Terapia reconversión
--Terapia correctiva
--Cura gay
--Terapia reparativa
--Terapia crítica de género
--Esfuerzos de cambio de orientación sexual
Y estas son formas que han tomado en el pasado o pueden tomar estos procesos, en contra de las personas que los sufren:
--Patologización de la diversidad sexual y de género
--Lobotomías y castración
--Terapia de aversión vía electroshock, aversión química u otras técnicas aversivas
--Ingesta de hormonas
--Reacondicionamiento masturbatorio
--Hipnosis
--Internamiento en clínicas o campos
--Psicoterapia y consejería, incluyendo el uso de alguno o varios de estos métodos abusivos: desnudez, terapia de contacto, bioenergética
--Consejería religiosa
--Exorcismo y curas espirituales o milagrosas
--entre otros
Testimonio de Allan Vega, costarricense
En el caso de Allan Vega, desde que él tiene memoria, su mamá, tías, abuela y hermanos visitaban una iglesia en Cartago. Un centro evangélico parte de una congregación de iglesias presentes por toda Costa Rica, cuya doctrina tiene su origen y sede en Estados Unidos. Y tiene presencia en diversos países latinoamericanos.
Así describe Vega el proceso que vivió. Según él, comenzó desde muy pequeño; desde antes de darse cuenta que le gustaban los hombres. Las siguientes son sus palabras:
“El proceso de conversión es desde pequeño. No solo es un veneno para uno sino para la familia. Te tienen advertido que eso no puede pasar. Que los hombres no te pueden gustar. Cuando ya te das cuenta de que sos de la comunidad y que te gustan los hombres, te sentís mal”.
“Yo no quería ser lo que era. Comencé a orar en silencio. A pedir ser otra persona. Ya habían envenenado mi mente”.
“Yo iba a esa iglesia desde que tengo memoria. Mi mamá, mis tías, mi abuelita iban y nos llevaban. Toda la vida escuchando eso que cuento”.
“Desde pequeño, desde siempre, uno es gay. Pero siendo pequeño a uno no le da la cabeza porque uno no sabe que eso existe. No se lo dicen. Yo no sabía que existía la posibilidad. Pero fue como a los 13 años que ya supe definitivamente”.
“Estuve un año orando, ayunando, yendo a campamentos, pidiéndole a Dios que me cambiara. Y obviamente no sucedía. Hubo un momento de frustración en mi vida en el que me sentía muy mal. De mis 13 a mis 15 años. Le pedía a Dios por algo, y ese algo no pasaba nada.
“A mis 15, con el veneno y la ignorancia que tenía, decidí buscar ayuda. En un campamento (religioso) le dije a una persona, que era líder en la iglesia y que hoy día es parte de la comunidad (LGBTIQ+) --en ese momento no lo era. Él me había dicho que él había logrado cambiar. Entonces fomentaban esa esperanza, de que uno podía cambiar”.
“Había testimonios de jóvenes y adultos, de que habían cambiado esa parte de sus vidas. Se jactaban de que habían cambiado. Yo pasé por eso también. Me jacté de haber cambiado. Pero realmente lo que uno hace es inventarse una historia en la cabeza”.
“Yo lo hablé con los pastores de la iglesia y les dije: me pasa esto y esto. La forma en la que se lo tomaron fue expulsarme, básicamente. Yo estaba muy metido en la Iglesia. Era mi vida. Le daba clases a los niños y todo. Me sacaron de todo eso. Me excluyeron. ‘Ya no podés hacer nada. Te mandaremos donde la psicóloga’”.
“Era una lideresa de jóvenes quien es psicóloga. Ella daba consejerías. Y ahí me abrí con otros líderes de la iglesia. Las consejerías eran con la psicóloga y también había una parte de oraciones con algunos líderes”.
“Estas oraciones eran como si tuviera un demonio dentro. Y oraban como para tratar de expulsarlo”.
--¿Para vos el proceso fue parecido a lo que en el mundo católico se conoce como un exorcismo?
--Algo así… Sí. --responde Vega, vía telefónica. Y sigue con su relato.
“Era con dos señoras ya mayores y un señor de la iglesia. En esas oraciones tipo exorcismo tenía que repetir cosas, orar en voz alta con mis acompañantes. Invocando hasta el cansancio algo que no iba a suceder. Yo la intentaba e intentaba. Y al no lograr nada, es feo. Se siente algo muy feo dentro. Porque realmente yo estaba envenenado y quería cambiar. Yo era un muchachito. No entendía ni tenía conciencia del daño que me estaban haciendo. Yo me decía todos los días que tenía que cambiar. Que qué iba a hacer con mi vida si no”.
Todo este peso, Allan lo llevó durante la preadolescencia y la adolescencia. Entre sus 13 años y hasta poco antes de cumplir 20, cuando sus padres lo echaron de la casa. Tuvo que buscar trabajo para pagarse un apartamento pequeño.
“Me arruinaron la adolescencia”, dice Allan. Se refiere a las llamadas “terapias”, que se realizan en Costa Rica de forma clandestina, según el abogado y activista Marco Castillo. “A escondidas, y siempre con la religiosidad”.
Allan superó intentos de suicidio. El agua con jabón, a través de una jeringa. La construcción desde cero, a sus 20 años, para convertirse en la persona desenvuelta que habla por teléfono cinco años después, con un tono de voz seguro y sin problema para responder a todas las preguntas.
El joven de 25 años que estudia en la universidad y trabaja, interrumpe la llamada para este artículo porque sus compañeros de trabajo se despiden de él una tarde de viernes. “Es que hoy es mi último día de trabajo, entonces cuando se van me dicen adiós”, explica. Va para un mejor trabajo.
--¿Se puede salir de tanto mal? ¿Cómo te convertiste en esta persona con la que hablo? --le pregunto.
--Por dicha, se puede. Uno encuentra a personas que te ayudan a hacerte crecer. No para disminuirte, como es lo que hacen en la iglesia. La vida se encarga de devolverte un poco o mucho de lo que las personas te robaron. Yo realmente sigo creyendo en Dios. No dejo de creer en un ser superior. Estoy súper consciente de que la gente; el ser humano, es quien hace las cosas mal. Pero de una u otra forma Dios se encarga de devolverte la vida. Muchísimas personas que hasta la fecha hacen parte de mi crecimiento. Siempre hay ángeles en el camino.
“Es otro proceso, pero es un proceso muy lindo e interesante. Ya en el momento en que salís del cubo en el que te tenían guardado, comprimido. Y ya empezás a ser vos. A tener la libertad de sentir lo que deseás sentir. De amar, de vivir. La vida te emociona más. Las ganas y la dicha de vivir se hacen muy grandes. Cuando uno encuentra esa satisfacción de lo que uno es, uno valora más lo hermoso que nos da la vida. Yo después de mucho tiempo tengo mucha más seguridad. A nivel personal y profesional he crecido. Me siento bastante dichoso de lo que he logrado después de la pesadilla. A nivel personal; mis gustos de las cosas que quiero, que no quiero, las he definido. Empecé a desaprender un montón de cosas. Y empezar a ser uno. A amar la vida con lo mucho o poco que te dé. Tratando de ser feliz y ayudar a las personas que pasan lo mismo que uno vivió hace mucho tiempo”.
“Mi familia ha cambiado mucho desde entonces. Desde la reacción. Yo ya puedo ser yo en mi casa sin ningún inconveniente. Ahí la que está un poco más difícil es mami, pero realmente ya se ha soltado bastante. Y es que llega como un punto en que estás saliendo del closet a cada rato. Llega un punto en mi vida en que ya pienso que soy así, y si a alguien no le gusta, el error lo comete la persona, no yo. Yo seré así y diré lo que tenga que decir en su momento sin temor a que alguien se moleste. Yo soy yo y así soy en mi familia”.
La parte legal: Canadá sí, EE.UU. no, Costa Rica tal vez
--El pasado 23 de junio, el Congreso de Canadá prohibió en primera instancia las “terapias de conversión”.
La Cámara baja de Canadá aprobó el proyecto de ley para prohibir estos procesos, que prometen imponer la heterosexualidad. La iniciativa, presentada en octubre de 2020 por David Lametti, ministro de Justicia, y Bardish Chagger, ministra de Diversidad e Inclusión, fue una de las promesas electorales de Justin Trudeau en las elecciones de 2019.
--En Estados Unidos, estas llamadas terapias todavía son legales en 41 de 50 estados. Incluso en estados más progresistas como Nueva York. Aunque la ciudad las prohibió desde 2018. En este país, cientos de movimientos abogan por el fin de estos procesos. Y en la cultura popular se encuentran testimonios fuertes en contra de los mismos.
El filme Boy Erased, de 2018, es prueba de ello. Con actuaciones de Nicole Kidman, Russell Crowe, Lucas Hedges y Troye Sivan, la película basada en el libro autobiográfico de Garrard Conley llevó el tema al gran público, donde recaudó $12 en taquilla.
Estudios estiman que en Estados Unidos, 20.000 adolescentes de la comunidad LGBTIQ+ pasarán por estas pseudoterapias antes de cumplir los 18 años. Además, unos 700.000 adultos en el país han recibido estos procesos en algún momento de sus vidas.
--En Costa Rica, al igual que en Estados Unidos, estos procesos no son ilegales. Pero hay esfuerzos claros por modificar eso.
En 2018, el Colegio de Profesionales en Psicología manifestó que las “terapias” no son una intervención psicológica válida, y se alejan del ejercicio ético de la profesión.
“La homosexualidad, la bisexualidad y la transgeneridad no constituyen enfermedades mentales, y por lo tanto, no pueden diagnosticarse, curarse o tratarse. Por el contrario, las prácticas psicológicas con estas poblaciones y sus familias deben enfocarse en la promoción del desarrollo integral, el respeto y la no discriminación”, escribió oficialmente el Colegio.
A pesar de la ciencia, solo hay cinco países en el mundo que prohíben estas prácticas: Canadá, Brasil, Ecuador, Malta y Alemania.
Costa Rica podría ser el sexto, pues un proyecto de ley para erradicar estas “terapias” está en pausa, tras ser dictaminado positivamente en julio de 2019 por la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea, según cuenta el diputado oficialista Enrique Sánchez, primer legislador declarado abiertamente gay.
“Si avanzamos en la aprobación del proyecto de Ley 20.970, cuyo dictamen afirmativo impulsé siendo presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Costa Rica podría sumarse a esa lista de países”, dice Sánchez.
El proyecto tiene un solo artículo, que modifica varios artículos de la Ley de Salud Pública. Es conciso pero elocuente: busca impedir la práctica de la tortura en Costa Rica.