El populismo no es una ideología política per se, sino que es más parecido a un movimiento. Un movimiento que utiliza una narrativa específica para atraer seguidores hacia un líder político o un partido. Con el populismo se busca llegar o mantenerse en el poder, usualmente a costa de una degeneración de la democracia.
Tanto líderes de izquierda como de derecha han usado prácticas o discursos populistas para ganar seguidores. Dos nombres de políticos que calzan en el uso del populismo en años recientes son los presidentes Nayib Bukele, de El Salvador; y Jaír Bolsonaro, de Brasil.
Anteriormente, otros políticos como Hugo Chávez en Venezuela, Donald Trump en Estados Unidos e incluso Benito Mussolini en la Italia, a comienzos del Siglo XX; o Beppe Grillo en la Italia de comienzos del 2010, también se suscribieron al movimiento populista para llegar al poder.
En términos generales, lo que estos personajes hicieron o hacen, sin importar si son de derecha o de izquierda, es pregonar la idea de que ellos representan al “pueblo”; son la personificación del “pueblo”, y van a solucionar los problemas que hay en el país, que fueron ocasionados por “la élite”; por los políticos establecidos o por la clase socioeconómica más privilegiada.
Se crea un estado binario: el pueblo versus la élite. El populista se atribuye la representación del primero y una vez en el poder, trata de suplantar a las instituciones que establecen balances en el juego democrático.
El populismo suele funcionar más en algunos países que en otros, según explicó Rónald Alfaro, politólogo e investigador del programa Estado de la Nación, porque todo depende de un contexto. En un país como Costa Rica, por ejemplo, un movimiento populista no la tiene fácil.
“En algunos países democráticos, si usted le habla muy duro a la gente, le van a decir: ‘No, yo no comparto esa visión’. Y si les habla muy suave, le van a decir: ‘Para usted mi problema no es importante’. En Costa Rica hay un colchón cívico. Las personas tienen una idea generalizada de que viven en una sociedad democrática, pacífica, que protege la naturaleza. Estos elementos contrarrestan los impulsos más populistas”, detalló el investigador.
Lo primero: origen del populismo y significado actual
El término es herencia principalmente de dos movimientos del siglo XIX; uno ruso, el primero, y otro estadounidense.
El primer fenómeno identificado como populista fue el movimiento revolucionario ruso antizarista de los llamados “narodniki”, palabra que se deriva de narod (pueblo), durante el imperio ruso (1850-1880). Así consta en el libro académico “Populismo: Historia y Geografía de un Concepto”, de la doctora en Teoría Política Guadalupe Salmorán.
Al otro costado del Atlántico, a este movimiento le siguió la fundación del Partido del Pueblo de Estados Unidos (The People ‘s Party), en la década de 1890. También se lo llamó el Partido Populista.
En el siglo XX, el término ‘populismo’ entró en la literatura histórica primero por esos dos ejemplos, como sinónimo de radicalismos rurales anti elitistas, que expresaban una contraposición entre una clase campesina y sus aspiraciones, versus los intereses de una oligarquía (grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político).
El término se tornó mucho más corriente hacia la mitad del siglo XX, en América Latina, y adoptó nuevos significados, según Salmorán.
“Los estudiosos de las ciencias sociales emplearon el término para denotar un conjunto de experiencias —desde movimientos y partidos políticos hasta regímenes enteros pero incluso modelos o políticas económicas y de gasto público— entre las que destaca el “cardenismo” en México, el “varguismo” en Brasil y el “peronismo” en Argentina, conocidos más tarde como los populismos clásicos”, describió en su libro.
Actualmente, el populismo suele ser descrito como un movimiento político, según afirma Rónald Alfaro. Un movimiento orientado hacia “un aspecto peculiar: el populismo no tiene que ver con ideologías. No es propio solo de la izquierda política o de la derecha”, dice el politólogo.
“Los políticos que pretenden obtener ciertos beneficios vía una estrategia de este tipo, siempre lo hacen personificando ellos mismos lo que tradicionalmente se conoce como ‘el pueblo’”.
Para el investigador, el populismo o el populista desdibuja la complejidad del mundo político real para crear un estado de binarismo: “Yo personifico al pueblo y rivalizo con otros sectores”.
Se crea un conflicto político cuya naturaleza es irresoluble. “O estás con el pueblo o no estás con el pueblo”. Lo vuelve todo muy blanco y negro.
Siguiendo esta idea, el analista y exembajador de Costa Rica en Naciones Unidas, Eduardo Ulibarri, enumeró los siguientes elementos como centrales para entender qué es y qué hace el populismo:
—Hace un esfuerzo deliberado por crear una ruptura en la sociedad, por polarizar.
—Emite un discurso en el cual un “Nosotros” está representado por un líder populista que se apropia de lo que es moral, ético, justo, solidario, y excluye y califica como enemigos y opositores de esos valores al resto de la sociedad que no coincide con sus propósitos.
—Una vez en el poder, y por ese mismo ímpetu, trata de suplantar las instituciones que establecen balances en el juego democrático. Trata de erosionar los mecanismos democráticos que representan una autoridad sobre el líder.
Los cuatro pasos del populismo y el caso Costa Rica
Según Ulibarri, identificar a un populista es fácil: “A un populista se le puede reconocer sin mucha dificultad. Primero, es alguien que promete de una manera muy irresponsable, sin explicar cómo va a cumplir lo que promete. Es una persona que utiliza lenguaje divisorio, que trata de polarizar. Trata de plantear opciones binarias; o es una cosa o es la otra. Trata de apropiarse de la corrección, la moralidad, la justicia, el crecimiento, la honestidad.
“Además, inflama su figura y se trata de poner por encima de las instituciones como alguien que basta con que tenga la voluntad para que pueda resolver los problemas. Normalmente también crea movimientos políticos muy centrados alrededor de su persona”.
Un movimiento populista necesita cuatro pasos específicos para ejecutar su narrativa. El politólogo Rónald Alfaro, de Estado de la Nación, nos ayudó a desglosarlos para comprenderlo de forma sencilla:
- La persona. Se necesita una figura unificadora. Una figura que arrastre el apoyo, que personifique al “pueblo”. Un líder.
- El malestar social. Se necesita una situación de malestar generalizado muy extendido por todos los grupos o que esté concentrado en algunos grupos estratégicos. Por ejemplo, la gente más joven, o la gente más poderosa económicamente. Un malestar o un agravio que afecta a muchos.
- El mensaje. Se necesita un mensaje que articule a las masas utilizando ese agravio. “Los culpables de ese malestar son aquellos. Si se unen a mí, que los represento a ustedes, los sacaré del problema”. Un mensaje que suele ser virulento y cargado de promesas sensibles pero sin mucha profundidad sobre las soluciones.
- La fuerza política. Se necesita que el movimiento se convierta en una fuerza política. “Es como los huracanes. Hay algunas tormentas que causan estragos pero no llegan a huracán. La pregunta es si estos actores se convierten en una fuerza política que vaya arrasando”, agregó Alfaro.
Como mencionábamos al inicio, el éxito o fracaso del populismo depende de contextos. En democracias robustas con fuertes instituciones y una separación de poderes sólida, es más difícil para un populista abrirse camino.
Rónald Alfaro menciona un dato interesante para entender cómo le podría ir a un movimiento populista en Costa Rica.
En 2016, según contó, él y otros investigadores de Estado de la Nación hicieron un capítulo sobre el malestar ciudadano y encontraron que, aunque sí existe un malestar general —el malestar social es algo común y hasta necesario en todas las democracias—, el terreno no parece fértil para radicalismos.
“Fuimos a estudiar el malestar de la gente y nos dimos cuenta de que si bien es cierto que hay un malestar generalizado; hay un malestar que está rondando ahí, ese malestar no es necesariamente de los mismos temas. Ni las personas están molestas con la misma intensidad.
“Para movilizar a gente que está descontenta de formas tan diversas, se necesita un mensaje que articule a todos. Pero esa parte no es tan fácil. En Costa Rica hay un colchón cívico”, detalló Alfaro.
En los grupos focales que hicieron para el programa Estado de la Nación, los investigadores sometieron a los participantes a estímulos: listas de propuestas sobre qué hacer con su malestar. Entre las opciones, una rezaba: “El país necesita un líder fuerte que cambie las cosas. Que si a unos les gusta bien y si no también”. Otra promovía la idea de que Costa Rica no tiene remedio y lo mejor es “anexarse a Estados Unidos”. Otra opción sugería refundar los partidos políticos; entrar en ellos y limpiarlos desde adentro.
Este fue el resultado: “Resulta que las opciones que más le gustaba a la gente eran del lado civilista; institucional. No tienden a elegir la destrucción de lo que hay. No tienden a inclinarse por romper. No tiene esa tradición el país. Sí hay descontento. Pero de ahí a pensar en quemar buses, no se da el salto. El tipo de conductas populistas, que rompen con un orden democrático, no son muy bien vistas en Costa Rica. La gente se retira”, explicó el politólogo.
¿Es malo el populismo?
Eduardo Ulibarri: “Yo sí considero que el populismo es malo. Caricaturiza la realidad en el sentido en que reduce una realidad muy compleja en elementos muy simplistas. Esa binariedad hace muy fácil crear enemigos. Y crea una paradoja: siempre identifica una élite privilegiada que está en contra del pueblo, pero ya estando en el poder se crean nuevas élites que instrumentalizan al pueblo para beneficiar esas nuevas élites”.
Rónald Alfaro: “El populismo es una fuerza que puede ser muy destructiva para la democracia. Lo que hay es una tergiversación de los principios democráticos. A ninguno de estos líderes les gusta someterse a la autoridad. Ellos lo que plantean es: ‘Déjenme a mí hacer y deshacer’. Sin control, sin límites, que la Asamblea no estorbe. Ese principio de sometimiento a la autoridad que es fuerte en las democracias, ellos quieren socavarlo. Van detrás de la libertad de prensa, van detrás del Congreso”.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha seguido casi al calco esa línea. Otros ejemplos contemporáneos son: Rodrigo Duterte en Filipinas, Jaír Bolsonaro en Brasil, János Áder en Hungría, y Donald Trump en Estados Unidos.