Era asmático. Cuando el humo se volvió insoportable en los pisos 106 y 107, esa cárcel de concreto, metal y vidrio atrapada entre un incendio en los pisos inferiores y la cima de la torre norte, el hombre se lanzó por la ventana.
Se salvó de morir asfixiado. Se salvó de sentir el escozor del fuego. Abandonó el sufrimiento de aquella hora imposible, librándose apresuradamente hacia el final inexorable al que todos estamos ligados desde el día en que nacemos.
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La fotografía da la impresión de que el hombre va decidido. No va cayendo sino que va volando. La cabeza firme mirando el suelo. La espalda erguida. Es quizás por eso, por su postura --y desde luego por el día y el porqué-- que la fotografía es simbólica.
Si alguna de las otras 11 imágenes del hombre que cae hubiese sido publicada en lugar de la que conocemos, es posible que no se le hubiera prestado tanta atención a Jonathan Briley. Ingeniero de sonido. Empleado en el piso 106, donde operaba el restaurante Windows of the World, en el complejo de edificios del World Trade Center.
Las 12 fotografías hacen parte de una de las ráfagas que Richard Drew tomó ese día para la Associated Press (AP), donde trabajaba. Él no se dio cuenta de la foto que tenía en su disco de memoria hasta que regresó a la oficina, en el Rockefeller Center, y examinó su trabajo para ofrecerlo al mundo entero, a través de la agencia de noticias que llega a todos los países.
Insertó el disco de su cámara digital en la laptop y se dio cuenta de lo que su cámara había registrado para siempre. En el momento de tomar la fotografía, a las 9:41 am en Lower Manhattan, Drew usó el lente de la cámara como siempre lo hacía: como un filtro que lo separaba del mundo real. Así se lo dijo a Tom Junod, autor del célebre reportaje The Falling Man (el hombre que cae), publicado en la revista Esquire en setiembre de 2003.
“En edición de fotos uno aprende a buscar el marco; el encuadre. Tienes que reconocerlo. Esa imagen simplemente me saltó a la vista por su verticalidad y simetría”, dijo el fotógrafo.
Richard Drew envió la imagen a los servidores de AP. A la mañana siguiente, apareció en la página 7 del New York Times. Apareció también en la contraportada del bloque A de The Morning Call --un diario de Pensilvania--, a toda página. El periódico de Estados Unidos que la publicó a mayor tamaño el 12 de setiembre. Apareció en publicaciones del mundo entero y generó enojo. Múltiples cartas quejándose por el amarillismo.
20 años después, es una de las fotografías que mejor describe el horror de los atentados del 9/11. Los segundos finales de la vida de un hombre. Una víctima directa del terrorismo que alcanzó a tomar, acaso, su última decisión: escapar de las llamas y arrojarse al vacío.
Resumidos en un par de líneas, como si estas fueran necesarias, los atentados fueron el secuestro de cuatro aviones comerciales y el cambio en sus direcciones de vuelo por extremistas kamikazes que los estrellaron en un bosque en Pensilvania, en el costado occidental del Pentágono (Virginia), y contra las Torres Gemelas de Nueva York, donde trabajaba Jonathan Briley.
Ese día, tras el colapso de ambas torres, murieron 2.977 personas inocentes, más los 19 terroristas de Al Qaeda.
Una primera investigación periodística realizada por el diario canadiense The Globe and Mail, identificó al hombre que cae del World Trade Center como Norberto Hernández. Un chef pastelero puertorriqueño que trabajaba en el restaurante Windows of the World, distribuido entre los pisos 106 y 107 de la torre norte. Pero sus familiares cercanos, sus tres hijas y su esposa viuda, desmintieron que fuera él por la ropa con la que salió ese día de casa, que no hacía juego con la ropa en la imagen.
Una segunda investigación, la de Esquire, publicó que el hombre era Jonathan Briley, un ingeniero de sonido que trabajaba en el mismo restaurante, y que solía usar tenis negras que recubrían sus rodillas, pantalón negro y camisa blanca de botones para trabajar. Por debajo de esa camisa solía llevar camisetas. Entre sus T-shirts favoritas había una anaranjada que le encantaba, y por la que sus amigos en el trabajo y su hermano le hacían bromas.
En la secuencia de fotografías del hombre que cae se aprecia cómo la camisa de botones se levanta y desvela una camiseta de tono naranja. Norberto Hernández, en cambio, no tenía ropa de ese color, según su esposa.
La hermana de Jonathan Briley, Gwendolyn, fue quien dijo a medios de prensa que Jonathan padecía de asma: “Tenía asma y el humo ondulante le habría dificultado respirar”.
Ella lo recuerda como una persona risueña, siempre alegre.
“Jonathan Eric Briley era un hombre que amaba la vida. Y su amor por la vida era contagioso. Sonriendo, riéndose todo el tiempo. Siempre que lo recuerdo está sonriendo. Caminando con esos saltitos que daba”.
El padre de la familia es pastor evangélico. Un hermano, Tim, es policía, y otro hermano, Alex, fue uno de los integrantes originales de la banda disco Village People.
Jonathan, quien falleció a sus 43 años, era vecino de Mount Vernon, en Nueva York. Se graduó de Artes en una universidad de ese estado, y se hizo experto en grabación, manipulación, mezcla y reproducción de sonido. Trabajó con algunas bandas de música, pero sobre todo con cadenas de hoteles como Hilton y Marriott. Luego con el restaurante a más de 400 metros de altura.
Al inicio, la familia no colaboró mucho con periodistas para hablar sobre Jonathan. Menos con Tom Junod, el cronista de Esquire. Pero cuando finalmente se sentaron a ver las fotos, la enumeración de elementos que acercaban al hombre de la imagen con Jonathan era muy grande.
No solamente examinaron la imagen más famosa, sino las otras 11 que tomó Richard Drew el 11 de setiembre. A pesar de que oficialmente nunca se ha reconocido que el hombre de la foto era él, tanto familiares como excolegas del trabajo coincidieron en denominadores comunes.
Su exjefe y amigo, Michael Lomonaco, chef ejecutivo del restaurante donde Jonathan trabajaba, dijo a medios:
“Jonathan se ajustaba al tipo de cuerpo, al color de la piel, y dejaba la puerta abierta a la posibilidad de que fuera realmente Jonathan”.
En el filme documental The Falling Man - The Most Powerful Image of 9/11, Lomonaco manifiesta que eran amigos y que lo extraña. Que era un colega que alegraba los días de las demás personas con su carisma y sentido del humor.
“Cuando vi la fotografía por primera vez, mi reacción fue como cuando una toca una olla caliente. Me dije que él podría ser Jon”, recuerda Gwendolyn Briley en el mismo filme.
El autor del reportaje que bautizó la fotografía, Tom Junod, escribió el siguiente párrafo para entender por qué la imagen es tan impactante y distinta, entre las cientos de fotos de personas cayendo del World Trade Center ese día:
“En la imagen, el hombre abandona este planeta como una flecha. Aunque no ha elegido su destino, parece haberlo abrazado en sus últimos instantes de vida. Si no estuviera cayendo, muy bien podría estar volando. Parece relajado, lanzándose por el aire. Parece cómodo en el agarre de un movimiento inimaginable. No parece intimidado por la succión divina de la gravedad ni por lo que le espera. (...) Hay algo casi rebelde en la postura del hombre. Como si una vez enfrentado a la inevitabilidad de la muerte, decidiera seguir adelante. Como si fuera un misil, una lanza, empeñado en alcanzar su propio fin”.
Las autoridades neoyorquinas no añadieron la palabra suicidio como causas de muerte ese día. Las personas que saltaron o cayeron, legalmente, fallecieron como víctimas de “homicidio por traumatismo contundente”.
La identidad del hombre que cae nunca fue homologada de manera oficial por autoridades. Y quizás esto nunca suceda.
Las palabras que Gwendolyn Briley pronuncia al final del documental sobre la fotografía de quien muy probablemente fuera su hermano, son una enseñanza para muchas personas que hemos visto la producción. Una instrucción suya, de Gwendolyn, que el periodismo reproduce cada año cuando el mes de setiembre cuenta once días. Y no podría ser diferente cuando recordamos los 20 años de una mañana que cambió la historia.
“Nunca pensé en el hombre que cae como Jonathan, sino como un hombre que está tomando su vida en sus manos por ese segundo”.
“Un hombre ejecutando la última decisión en su vida”.
“¿Tenía esa persona tanta fe, que supo que Dios lo atraparía?”
“¿O tenía tanto miedo de esperar el final allá arriba?”
“Eso es algo que nunca sabré”.
“Espero que no sigamos tratando de averiguar quién era él. Más bien tratemos de averiguar quiénes somos nosotros viendo esa fotografía”.