¿Qué está pasando entre Rusia y Ucrania realmente? ¿Están en guerra o habrá una guerra pronto? ¿Por qué Estados Unidos (EE. UU.) se interesa tanto por esta región del mundo?
A continuación, respondemos a estas y otras preguntas sobre el conflicto ruso-ucraniano. Detallamos paso a paso cómo es la situación que tiene en vilo a gran parte de Europa comenzando el 2022, y por qué es más compleja de lo que parece. (No se trata de azul contra rojo, por ejemplo. Hay una escala de matices a comprender).
Un país con más de un pueblo
Al igual que como hicimos, en 2021, con el conflicto de nunca acabar entre Israel y Palestina, para entender a fondo lo que pasa actualmente entre Rusia y Ucrania, es preciso viajar al pasado e ir paso a paso hasta llegar hasta hoy.
Ucrania es un país enorme, de 603.548 kilómetros cuadrados, que se ubica al este de Europa. Su geografía une a Europa con el suroeste de Rusia, al norte del Mar Negro. Históricamente, el país ha sido hogar del pueblo ucraniano, pero su administración política ha cambiado de manos, entre eslavos, otomanos, austríacos, polacos, rusos y los mismos ucranianos.
El territorio conocido como Ucrania antes del conflicto con la Rusia de Vladimir Putin (presidente ruso), era un lugar con más de un pueblo. Dentro de la Ucrania moderna han habitado por décadas ucranianos que hablan el ucraniano; idioma oficial, y ucranianos que hablan ruso y que, en su mayoría, se sienten mucho más ligados a Rusia que a Ucrania. De hecho, los territorios donde se ha desarrollado el conflicto desde 2013-2014, son precisamente las zonas más ligadas a Rusia.
A comienzos del siglo XX, con la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Ucrania pasó a llamarse República Socialista Soviética de Ucrania y se convirtió en una provincia de la URSS. Esto fue hace exactamente 100 años, en 1922.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la frontera ucraniana se consolidó, siempre dentro de la URSS. Su mapa era un calco del mapa actual. La península de Crimea (que aparece en rojo en la imagen de arriba), una estratégica isla al sur del país que hace las veces de frontera naval entre la Europa continental y Asia sobre el Mar Negro, le pertenecía a Rusia, la nación madre-nodriza de la URSS. Pero Ucrania la reclamaba históricamente desde el siglo XVIII, cuando fue anexionada al Imperio Ruso.
En 1954, el premier de la URSS en el Moscú, Nikita Jrushchov, cedió ante la reclamación ucraniana y decidió que Crimea pasara a manos ucranianas. Desde luego, para ese momento no era esa una pérdida rusa de un territorio importante, pues Ucrania era parte de la URSS y lo seguiría siendo por varias décadas más.
El problema llegó en 1991. O mejor dicho a partir de 1991, cuando la URSS se disuelve y Ucrania se independiza con todo y Crimea, lugar donde Rusia guarda una base militar naval desde el siglo XVIII. Entre 1991 y 2014, Rusia pagó un monto anual a Ucrania por el uso de la Base naval de Sebastopol, al sur de Crimea.
Cabe resaltar que Ucrania y Rusia mantuvieron buenas relaciones a partir de 1991, pero esta cortesía fue agrietándose con los años y Ucrania, sus políticos y su pueblo de habla ucraniana, poco a poco, se fueron interesando más en ser parte de la Unión Europea (UE).
En 2012, Ucrania y la UE pactaron un acuerdo de adhesión. En 2013, cuando estaba todo listo para que se firmara la adhesión, apoyada grandemente por la población, el presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, suspendió todo súbitamente. Se supo luego que cedió ante exigencias rusas y ante promesas de Putin de inyección de capital para su gobierno.
Euromaidán y la Revolución de la Dignidad
La suspensión de la adhesión de Ucrania a la UE ocasionó el Euromaidán, una serie de protestas masivas espontáneas con cientos de miles de personas en Kiev (capital ucraniana) y otras ciudades, reclamando al gobierno de Yanukóvich por no entrar a la UE, y luego exigiendo la salida del poder del mandatario.
Los disturbios fueron de índole europeísta y nacionalista. Participaron estudiantes, jóvenes y civiles en su mayoría, muchos de ellos con formación militar, pero con el tiempo también se unieron grupos ultranacionalistas y veteranos de guerras pasadas, como la de Afganistán.
Entre noviembre de 2013 y febrero de 2014, lucharon civiles contra autoridades ucranianas. Principalmente, los Berkut o policías antidisturbios. Se contabilizó entre 100 y 200 muertos durante estas protestas, y los civiles se hicieron con el corazón de Kiev: la Plaza de la Independencia.
Desde ese plaza se dieron discursos europeístas, discursos en contra de la influencia rusa sobre el gobierno de Yanukóvich, en contra de este último, y un gran etcétera impregnado de música, poesía y otras actuaciones espontáneas que el documental Winter on Fire, disponible en Netflix, retrata muy bien.
A estas protestas se las llamó “Euromaidán” (Europlaza) y es el punto de partida del conflicto actual.
En resumen, mediante el voto, los ucranianos quisieron entrar a la UE, pero Rusia no lo permitió. Ni lo permite, de ser posible.
El 22 de febrero de 2014, tras tres meses de fuertes protestas, Víktor Yanukóvich huyó de Ucrania y se refugió en Rusia. El Euromaidán, que evolucionó a la llamada Revolución de la Dignidad, logró su principal objetivo. Se celebraron comicios y el nuevo presidente del país fue Petro Poroshenko, quien reinstauró la Constitución de 2004 —un reclamo de los manifestantes—; disolvió los Berkut, la policía antidisturbios a la que se achaca la mayoría de muertes durante las protestas, al menos, en la zona cercana a Kiev; y liberó a presos políticos.
En mayo de 2014, Vladimir Putin reconoció el triunfo de Poroshenko.
Crimea y el Donbás
Tan solo cinco días después de la partida de Yanukóvich y el triunfo de los manifestantes europeístas en el centro de Ucrania, fuerzas militares rusas y prorrusas se adentraron en Crimea, izaron banderas rusas en sus principales edificios políticos y, a los días, tras realizar un referendo, Crimea fue anexada a la Federación de Rusia como sujeto geográfico independiente. También la ciudad naval de Sebastopol fue anexada.
Vladimir Putin firmó los acuerdos en marzo de 2014 y Rusia pasó a dirigir estos territorios de facto.
Actualmente, las anexiones no son reconocidas por la mayoría de países de la comunidad internacional.
Esta invasión, seguida de la anexión, se realizó en pocos días y, prácticamente, sin combates. Se contabilizó tres fallecidos; dos por el lado de las fuerzas ucranianas y un soldado ruso.
No obstante, el pueblo que habita Crimea es, en su mayoría, de habla rusa y no ucraniana. El referendo de anexión, aunque permanezcan dudas sobre su autenticidad y aunque se hiciera dos semanas después de la invasión militar, arrojó un 95% de votos a favor de ser parte de Rusia.
A raíz de esto, las potencias mundiales expulsaron a Rusia del G8, el grupo de naciones más poderosas del orbe, y ahora las reuniones son del G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido).
También la UE y EE. UU. han impuesto castigos económicos y políticos contra Rusia como respuesta a la invasión y anexión de Crimea. Dichos castigos o sanciones siguen siendo el mecanismo de presión de Occidente.
Pero las invasiones o intentos de anexión no se quedaron allí. A partir de abril de 2014, y con un mayor movimiento de protestas prorrusas, a partir de la anexión de Crimea, se dio una serie de enfrentamientos armados en la región ucraniana del Donbás, al extremo este de Ucrania (suroeste de Rusia), entre militares separatistas y el Gobierno de Ucrania.
Los separatistas fueron y son apoyados por Rusia, aunque el Kremlin no reconoce oficialmente esta ayuda —como sí lo hizo con Crimea—. Se trata de las denominadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Con armamentos antiaéreos rusos, acaso entrenamientos y hasta soldados rusos, estas fuerzas llevan ocho años de enfrentamientos armados con Ucrania, apoyada a su vez por fuerzas europeas y estadounidenses de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El límite entre Ucrania y la región del Donbás es el extenso campo de batalla en el cual, actualmente, ninguno cede terreno y ninguno gana algo. Pero donde ambos permanecen, para sufrimiento de la población. El YouTuber inglés Benjamin Rich visitó el Donbás en marzo de 2021, y se puede ver la decadencia de la vida para quienes llaman esta región su hogar.
Se estima que han muerto aproximadamente unas 14.000 personas en los enfrentamientos, y más de 1,5 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares por el conflicto.
En un maratónico reportaje llamado “En las trincheras de la guerra sin fin ucraniana”, publicado el pasado 16 de enero, en la revista del New York Times, el periodista James Verini cuenta, desde el lugar, que las poblaciones de Lugansk y Donetsk, en su inmensa mayoría, tienen mucho más que ver con Rusia que con Ucrania. Son personas que hasta 2014 habitaban en Ucrania, pero que desde niños hablaban en ruso, veían televisión rusa, escuchaban radio rusa y vivieron el Euromaidán desde la perspectiva rusa.
El reportaje, con extensas entrevistas y largos recorridos por el lugar del conflicto, explora la posibilidad de que, a diferencia de la anexión de Crimea y Sebastopol, los movimientos de unión de Lugansk y Donetsk fueron espontáneos. No fueron diseñados en Moscú. De hecho, hasta la fecha, los habitantes de estas “repúblicas populares” no tienen acceso a la nacionalidad rusa y viven en ciudades controladas por ‘warlords’ o ‘señores de la guerra’. Algo así como caudillos militares que no pueden garantizar un provenir idóneo, pero sí saben garantizar la continuación de una guerra que, desde el 2014, parece no tener fin.
En el texto de Verini, pobladores de ambas neorepúblicas populares dicen que no desean irse, pues allí viven sus familias y ese lugar es donde siempre han vivido, pero admiten que en el último lustro, la vida ha perdido su brillo y muchos jóvenes se entregan al alcohol demasiado rápdio.
Quienes vivieron la guerra de Afganistán (1979–1989), además, dicen que aquella sí fue una guerra. Pero no saben cómo describir o cómo entender la guerra del Donbás.
La situación actual
Es así como llegamos a la actualidad. Ucrania, apoyada por la UE y EE.UU., pero sin Crimea y sin buena parte del Donbás, la región donde se encuentran las neorepúblicas de Lugansk y Donetsk, estaría atenta a una posible “invasión” de Rusia en el país. O en todo caso a una escalada militar. Medios occidentales indican que Rusia ha trasladado a más de 100.000 tropas a la frontera entre Rusia y Ucrania.
Desde Moscú, a través de canales oficialistas del Kremlin como RT (Russia Today), niegan estas alegaciones de posible “invasión” que el mismo Joe Biden, presidente de EE. UU., ha realizado.
Incluso, el pasado domingo 23 de enero, EE. UU. ordenó la salida de Ucrania a su personal no esencial de la embajada en Kiev.
Desde el viernes 21 del mismo mes, el secretario de Estado, Anthony Blinken, se reúne con Sergey Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores Rusia, en Ginebra, Suiza, para entablar negociaciones que no terminan. La vía diplomática está abierta, pero también lo están las amenazas pasivo-agresivas entre las naciones implicadas.
De una forma u otra, Ucrania es una pieza clave en el ajedrez geopolítico y económico europeo. No solo es un puente entre Europa y Rusia (y Asia). Es el país por donde pasan los principales gasoductos que proveen gas ruso y asiático al continente. La UE y EE. UU. protegen a Ucrania, sobre todo, por el gas que atraviesa sus venas. Y para hacer presión política contra Moscú.
Moscú ya tiene una solución a esta ventaja ucraniana: lleva años construyendo y completando un faraónico gasoducto por el Mar del Norte, que conecta directamente con Alemania. Pero el Nord Stream II, como se llama este gasoducto, no tiene permiso de funcionamiento de la UE. Berlín no quiere usarlo porque supondría una pérdida de poder para Kiev y para el gobierno ucraniano, liderado actualmente por el presidente Volodímir Zelenski.
Hacia finales de enero y comienzos de febrero del 2022, la UE y EE. UU. aseguran que Rusia pretende invadir Ucrania. Rusia lo niega, y en medios como RT se habla incluso de posibles “ataques de bandera falsa”. Es decir, la posibilidad de que los países de la OTAN diseñen un ataque en específico; acusen a Moscú de realizarlo, y lo usen como pretexto para ingresar al Donbás.
La situación está cargada de incertidumbre, pero todo lo que acontezca, usted lo podrá seguir de cerca aquí, en nacion.com.
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Para este artículo se usaron informaciones de: The New York Times Magazine, BBC, Actualidad RT, Al Jazeera, The Washington Post, Evgeny Afineevsky y Benjamin Rich.