Este jueves Cuba nombrará como su nuevo presidente a Miguel Díaz Canel, es histórico porque será el primer mandatario, después de la revolución del 59, que no llevará el apellido Castro. Sin embargo, las expectativas de que algo cambie en la isla son mínimas.
En primer lugar, aunque el nuevo gobernante nació después de la revolución es igual o más ortodoxo que algunos de los líderes clásicos que lucharon contra Fulgencio Batista. Es decir, a la política cubana le espera un cambio generacional, pero no de ideas.
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Díaz Canel es fiel a la visión de los Castro y su discurso es tan anacrónico como el régimen que encabezará. Además, si el nuevo mandatario quiere impulsar reformas importantes, a mediano plazo, chocará con un muro tan impenetrable como la bahía de Cochinos, durante la invasión del 61: el Partido Comunista de Cuba.
La constitución cubana es clara en su artículo cinco:
"El Partido Comunista de Cuba (...) es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado".
Es pocas palabras, aunque la Asamblea Nacional —que nombrará a Díaz Canel— sea el órgano supremo del poder del Estado, el Partido está sobre esa instancia y la agrupación seguirá al mando, al menos hasta 2021, de Raúl Castro.
A eso hay que sumarle que el proceso de apertura lanzado por Raúl Castro y Barack Obama en 2014 se estancó desde la llegada de Donald Trump al poder en 2017.
¿Qué sí cambiaría?
Los únicos cambios que de entrada asumiría Díaz están relacionados con el deterioro de las finanzas que vive la isla, no con un aire reformista.
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De momento, solo se sabe que una de sus prioridades sería poner fin a la cohabitación de dos monedas: el peso cubano (24 pesos cubanos equivalen a $1) y el peso convertible utilizado por turistas y para operaciones internacionales (donde cada peso equivale a $1).