Debo confesar algo: en mi etapa previa a casarme nunca me llegué a sentir atraído por una mujer con hijos. No tengo nada en contra de ellas. Simplemente nunca sucedió. Si me hubieran preguntado en ese momento el por qué, les habría contestado que los chiquitos no me resultaban particularmente entretenidos. Continúo pensando lo mismo, exceptuando a mi hija. Así que lo que estoy a punto de compartir no procede de ningún modo de experiencias personales.
¿Qué es un divorcio o una separación? Fácil. Es la constatación de que la relación pretérita no funcionó. Más allá de la buena fe, las cadenas de oración, los viajes al exterior y las promesas nunca cumplidas o cumplidas a destiempo, todos conocemos relaciones en las que lo mejor que les pudo haber sucedido fue el separarse. Del miedo a la soledad al instinto de sobrevivencia: quedarse, en algunos casos, es entregarse al derrotismo. Aceptar que merecemos sufrir. Desechar nuestra capacidad de alcanzar la paz. Ustedes bien saben que luego viene el proceso de duelo, se alcanza el estado de aceptación y se recupera el deseo de intentarlo de nuevo, siempre con la esperanza de que la próxima no tenga tan funesto desenlace.
La belleza de un buen proceso de duelo, quiero decir uno correctamente atravesado, es que lográs algo fundamental: tu expareja deja de ser importante. Freud era bien frío en este apartado: lo contrario al amor es la indiferencia. Sabés que dejaste de amar a alguien, cuando su futuro deja de ser tu preocupación. Algunos desean que les vaya bien, otros más rencorosos desean lo contrario. Lo importante es que dicho personaje se sale de tu cotidianeidad -y en algunos casos hasta de las redes sociales-. Pero, ¿y si esta persona produjo descendencia con su relación previa? Ahí la cosa se pone interesante. La expareja quedará involucrada en su vida “in saecula saeculorum”, claro está, si decide asumir su responsabilidad. Su relación anterior, de algún modo, no es algo solo del pasado. No es solo un recuerdo, un registro de la memoria: la aparición de los hijos reactualiza, día a día, dicho vínculo.
No tengo idea qué se sentirá tener que lidiar con hijos que no son propios, pero estoy seguro que debe ser un ejercicio extenuante. Si criar a los propios resulta, en muchas ocasiones desgastante, no quiero imaginar qué provoca el observar a tu pareja sucumbiendo a los designios y caprichos de su ex-pareja. Y es que, al menos desde mi práctica clínica, es lo que suelo escuchar. Voy a utilizar una frase que es casi un mantram en mi consultorio: “es que ni se da cuenta, pero lo/la sigue manipulando”. La presencia de esa persona que solía ocupar el lugar que vos detentás, no es una fantasía. Es una realidad. Y gracias al biológico acto de propagación de la especie, dicha ex-pareja podrá, si así lo decide, ejercer mecanismos de control sobre tu pareja actual. Y ni siquiera creo que sea necesario aclarar que si vos fuiste el/la causante del rompimiento de dicha relación, te espera toda una prueba de resistencia. Esa otra persona, consciente o inconscientemente, podría intentar interrumpir la búsqueda de la felicidad de su ex-pareja. El rencor no es una leyenda urbana.
Ahora, no quiero decir que toda ex-pareja/papá,mamá se va a convertir en un manipulador o en una manipuladora. Hay gente que, gracias a su madurez, entiende que hay relaciones que no tienen futuro. Quizás funcionaron, pero se descargaron de camino. Si lo que se busca es el bienestar de la descendencia, basta con que se establezcan las pautas de crianza de un modo claro y les aseguro que no tendría por qué convertirse el pasado en un obstáculo para el presente y el futuro. Es más, yo suelo compartir esto con mis consultantes: “a usted le conviene que su expareja se encuentre bien pronto. Le será más fácil ejercer la paternidad o la maternidad a alguien satisfecho que a alguien enojado, deprimido o rencoroso”. Algunos me sonríen aunque desearían estrangularme. Algunos quizás piensan que lo digo ya que nunca me ha sucedido. Algunos me dan la razón.
Si yo decido “enredarme” con alguien con hijos, tengo que llevar presupuestado ciertos imponderables. No estoy asegurando que no pueda lograrse. Es que va a ser más difícil, en ciertos momentos específicos. Si yo me siento atraído por alguien que, aún y cuando trae descendencia de su anterior relación, me muestra una conexión sana y adulta con su expareja y con sus hijos -que también podrían querer meterle tensión a la relación, como una estrategia para reconectar a sus padres-, no veo por qué no intentarlo. Toda relación humana es compleja. Dependerá de la estabilidad psico-emocional de los miembros de la pareja el poner esa extra-atención requerida para poder manejar la conexión entre la relación anterior y la actual.
Subrayo algo solo para quedar tranquilo: no hay problema en que él o la ex deseen manipular, si tu pareja cuenta con la inteligencia emocional necesaria para no sucumbir. Para que una crianza en hogares separados sea exitosa, requerimos que los dos lo hagan con madurez. Con solo uno no alcanza.
Allan Fernández, Psicólogo Clínico / (506) 8835-5726 / Facebook / Blog personal