El avión estaba repleto de turistas. Se distinguían por sus rostros llenos de ilusión al ver la costa, su tez blanca deseosa de sol y sus vestimentas. Me incluyo en la lista.
Yo estaba ansiosa por llegar a Corfú, una de las islas griegas más turísticas (al menos para los europeos). Mi ansiedad se justificaba sobretodo por los meses de frío y agua helada que he vivido en Inglaterra, donde me encuentro haciendo un voluntariado por un año.
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Ciertamente agradezco el verano inglés. Es una tregua entre los días de lluvia y los vientos fríos, pero nada como el calorcito de las costas, la brisa del mar y los frappé de los países cálidos.
Arribé en el aeropuerto de Corfú. Esta isla está ubicada al noroeste de Grecia, muy cerca de la frontera con Albania y de una punta de Italia.
Es bastante grande si se compara con Santorini, mundialmente conocida por sus edificios de postal blanco y azul. El centro histórico de Corfú cuenta con museos, decenas de pequeñas tiendas para adquirir desde valiosas joyas hasta imanes para la refrigeradora. Es variado en restaurantes y la oferta de hoteles es amplia, aunque algo costosa.
La idea del viaje era toparme con un amigo griego que conocí en Londres y, sin ninguna prisa, visitar varias islas de su país de origen. Sabíamos que el transporte es algo complicado, así que decidimos viajar en automóvil.
El viaje a Grecia, debo confesar, no mi iniciativa sino de Petros Startacos (el amigo del que les hablaba). Sus raíces griegas fueron el apoyo suficiente como para hablar la lengua y conocer los mejores destinos para visitar.
Playas de ensueño
Los 12 días que teníamos los repartimos entre Corfú, Lefkada, Kefalonía y Zakinthos. Cada lugar es como vivir un sueño distinto, todos con sus encantos particulares y su magia.
Las playas sí tienen algo en común: agua turquesa y transparente al mismo tiempo. Fría por momentos pero deliciosamente refrescante ante los 32°C de temperatura promedio.
Procuramos visitar unas dos o tres playas por día, dependiendo de la distancia. Lo bueno es que durante el verano anochece cerca de las 8:30 p. m.. Eso sí, verano también es sinónimo de mucha, muchísima gente.
Curiosamente las playas al norte son de arena blanca o cobriza, mientras que las que se ubican al sur están cubiertas de piedras blancas que hacen aún más mágico el paisaje.
Gastronomía
La gastronomía en Grecia es fresca, saludable y con muy buen sabor. Me enamoré del “feta memeli”, una entrada (que para mí sabe a postre) elaborada con queso feta y envuelta en pasta filo, horneada, bañada de miel y semillas de ajonjolí.
También probé el “bastichio”, un pastel de pasta y carne. Estaba delicioso –aunque Petros me aseguró que su madre lo prepara mejor–. Degusté la “moussaka”, un pastel de carne con vegetales en especial berenjena, especias, crema bechamel y queso; y los “souvlaki”, pinchos de carne con vegetales, que por lo general sirven con ensalada o papas fritas.
Por supuesto, no podía faltar el “gyro”, una ensalada griega cuya mejor parte es sumergir el pan en el jugo que se asienta en el plato.
Comí delicias: yogur con miel, pescados frescos, sardinas encurtidas, aceitunas, pulpo, y mucho “baklava”, un postre clásico de nueces, miel y pasta filo (Petros compró una torta entera desde el primer día).
¡Oh por Dios casi lo olvido! Amé el Frappé y el Frapucchino, estas bebidas elaboradas a base de café son la gloria en Grecia. Refrescan, despiertan y son deliciosas. La diferencia es que a la segunda se le agrega espuma de leche y se suele consumir con un poco de azúcar. Tomé tantas que hasta perdí la cuenta.
Amor por los griegos
La gente es otra de las razones por las que les aseguro es fácil enamorarse de este país: humildes, afectuosos, sinceros… Eso sí, pocos hablan inglés y mucho menos español.
Si bien las playas son públicas resulta que los accesos no, así que en más de una tuvimos que consumir algo en algún restaurante para poder cruzar a la arena. Una buena noticia es que el parqueo es gratuito (¡y no hay cuida carros!).
En cuanto al mito por la belleza de los hombres griegos... ¿quién soy yo para negarlo?
Más destinos
Uno de los destinos imperdibles es Sidari, también conocida como Canal d’ Amour, en Corfú. Una pequeña playa rodeada de impresionantes riscos que forman cuevas cuyas piedras se tiñen de distintos tonos de amarillo... el escenario perfecto para las fotos.
Además, se dice que las parejas que naden en sus aguas se casarán pronto. Por ahora, les adelanto que seguiré soltera por un tiempo porque no tuve chance de sumergirme en esta costa.
Al tercer día nos fuimos a la isla Lefkada. Tiene un ambiente menos turístico, aunque de ello depende su economía. El camino entre una isla y otra es de aproximadamente una hora en automóvil por un terreno árido, lleno de centenares de árboles de olivo y unas cuantas cabras locas que se suben en los riscos para retar a las alturas.
Porto Katsiki fue nuestro primer destino y uno de los más populares de esta isla. La carretera es estrecha y muy congestionada. Hay que caminar un poquito, pero vale la pena. Nadar ahí es como estar en una piscina, no hay oleaje y es sorprendente la claridad con que se puede ver el fondo del mar.
El centro de la ciudad es pequeño pero popular, tiene una amplia variedad de restaurantes y es el lugar perfecto para ver el atardecer.
Cavernas naturales
Dos días más tarde partimos para Kefalonia, una isla similar a las anteriores pero con mayor verdor. Ahí nos veríamos con un amigo de Petros, pero antes fuimos a una de las locaciones más famosas la isla: Melissani Lake Cave, se dice que es una de las más bellas atracciones naturales del mundo.
Como fuimos en temporada alta tuvimos que hacer fila por unos 40 minutos. Dentro de la cueva se puede dar un paseo en un botecito que dura aproximadamente un cuarto de hora, tiempo suficiente para cruzar el lago e ingresar a la cueva. La magia de este sitio se debe a la ventana natural que permite la entrada de luz directamente al lago.
La cueva fue descubierta en 1951. Se pueden ver la formación de estalactitas que se estima tiene más de 20.000 años de antigüedad. La mejor hora para ir es entre las 11 a.m. y la 1 p.m. para admirar la entrada de luz.
Por recomendación de la mamá de Petros, visitamos el Monasterio de Agios Gerasimos, el templo del santo que protege la isla. También fuimos a Drogarati Cave, una cueva con gigantescas estalactitas.
Por la tarde nos encontramos con Jorge, quien nos recibió en su casa, “el mejor hotel local”, nos dijo.
Jorge vive muy cerca de la costa y, como buen isleño su dieta se basa, en lo que pueda sacar del mar y cultivar en su jardín. Por la mañana fuimos en busca de pulpos. “Tiene su ciencia, ellos cambian de color y se esconden”, nos explicó.
Finalmente nuestro almuerzo estuvo compuesto por sardinas encurtidas, pulpo, pescado frito y ensalada. ¿Se antojaron?
Siguiente parada: Zákinthos
Se dice que es la isla más fiestera. Sin embargo, nosotros tuvimos una experiencia relajada. La visita obligada en esta isla son los famosos Blue Caves: cuevas de mar azul turquesa a las que se ingresa por un tour en bote.
La playa Navagio o Shipwreck Beac, es la más turística de la isla Zákinthos. Es una pequeña playa que tiene los vestigios de una embarcación que encalló ahí en 1983. No puedo negar que el lugar sorprende, pero también debo confesar que la cantidad de botes y gente en un espacio tan pequeño llega a aturdir.
Otro de los secretos escondidos de Zákinthos es Narkissos, una mezcla entre pastelería y heladería que simplemente evolucionó el “kataifi”, uno de los postres más conocidos (y más deliciosos) de Grecia.
Ahí tomé el último ferry y disfruté de la última cena y el último postre de este país donde pude conocer gente linda (por dentro y por fuera), comida deliciosa y coleccionar muchos recuerdos.
Me despedí momentáneamente de Grecia, convencida de que regresaré. Además, estoy segura de que a más de uno le dejé la espinita de disfrutar de este hermoso país... ¿cómo no?, si es un lugar que enamora.
¡Qué chiva que es la vida!