Esta semana millones observarán el traspaso de poderes en Estados Unidos con una pregunta en la mente: ¿Qué hacer con los trumpistas violentos que seguirán activos después de que Trump deje la Casa Blanca?
Lo irónico es que en Costa Rica debemos hacernos una pregunta muy similar, aunque tengamos una tradición democrática sólida.
Claramente se trata de países con contextos muy diferentes, pero también con circunstancias relevantes en común.
Los trumpistas estadounidenses, convencidos de un fraude que nunca ocurrió, ya atacaron el Capitolio e intentaron asesinar a líderes demócratas y a republicanos “traidores”. Aunque no tienen ninguna evidencia, creen en teorías de conspiración cada una más fantasiosa que la anterior.
El FBI y expertos en terrorismo advierten que se pueden esperar más ataques en el futuro próximo porque los cimientos de esta violencia no surgieron de un día para otro.
Durante años, Trump usó las redes sociales y la prensa ideológica norteamericana para llevar a sus seguidores a un estado mental en el que la violencia les parece la única opción que les queda para “recuperar el país”.
Para ellos, decir que la Biblia confirma a Trump como enviado de Dios o que los demócratas son satanistas que toman sangre de niños violados, son más realistas que la posibilidad de que su candidato pierda las elecciones.
Trump también se esforzó en atraer a una mezcla de grupos armados que durante años se han venido preparando para una “guerra civil”. Unos son supremacistas blancos, otros fundamentalistas religiosos, y algunos anarquistas.
Costa Rica no tiene “milicias” o leyes que propicien fácil acceso a armas como ametralladoras automáticas, pero en años recientes ha empezado a surgir la violencia política en las calles en paralelo con la radicalización de ciertos segmentos de la población en las redes sociales.
El ejemplo más reciente fueron los grupos que se organizaron para paralizar el país. Conforme pasaban los días, se sentían más cómodos destruyendo propiedad pública y privada, e incluso disparando contra la policía.
Como acertadamente lo señaló la Sala Constitucional, el actuar de estos grupos representa un “menoscabo al Gobierno electo popularmente y un irrespeto al voto emitido constitucionalmente”.
Otro ejemplo son los explosivos colocados en las afueras de un medio televisivo y la oficina de una diputada, acciones terroristas que las autoridades rastrearon a un autodenominado grupo de resistencia. Las comunicaciones del grupo muestran que también tenía en la mira al Presidente.
No falta quienes minimicen a estos grupos y se nieguen a verlos como un peligro real a la estabilidad democrática. Así ocurrió en Estados Unidos tan solo días antes del ataque al Capitolio, pese a reportes que advertían sobre planes violentos.
Ambos países han disfrutado durante mucho tiempo de transiciones democráticas pacíficas continuas y estas inspiran en muchos un cierto excepcionalismo, una falsa sensación de “eso no puede pasar aquí”.
Sin embargo, la intervención de teorías de conspiración y la radicalización mediante redes sociales ha hecho a algunos segmentos de la población mucho más volátiles y potencialmente violentos.
En el ataque en Washington DC participaron personas genuinamente convencidas de que hubo un fraude. Muchas además creían estar cumpliendo su “deber cristiano” de “recuperar el país para Dios”. El sentido de “realidad” de estas personas se circunscribe a teorías de conspiración que demandan no solo votar de determinada forma sino también usar las vías de hecho.
En Costa Rica ya hemos visto la rapidez con la que acciones violentas pueden organizarse en línea, por ejemplo, cuando una turba atacó nicaragüenses en un parque capitalino. Además, tenemos grupos en línea promocionando las mismas teorías de conspiración de Trump y causando indignación por el supuesto fraude.
Los trumpistas ticos
En las últimas semanas ha sido común ver costarricenses repitiendo que a Trump supuestamente le “robaron” la elección. Además, expresan indignación con la izquierda, los globalistas, el “estado profundo” y otros grupos a quienes atribuyen el inexistente fraude.
También repiten teorías de conspiración fantasiosas, como que los videos en los que Trump acepta la nueva administración en realidad revelan “en clave” sus planes de usar al ejército después de que Biden se juramente para tomar el poder e iniciar una “nueva república”.
A ellos se suman cuentas troles basadas en países como Argentina o España dedicadas a reafirmar teorías de conspiración cuando alguien las desmiente. Esto sugiere un esfuerzo organizado a nivel internacional para mantener vivas dichas teorías.
Un problema con toda esa indignación que los trumpistas ticos experimentan en línea es que no se disipa ni se dirige a sus supuestos responsables en Estados Unidos. Por el contrario, muchas de estas personas empiezan a atribuir a la izquierda, los globalistas o el supuesto “estado profundo” de Costa Rica intenciones de cometer un fraude similar.
Algunos quizá lo creen. Otros son personas inescrupulosas dispuestas a usar las teorías de conspiración como “gancho” para atraer votantes o aumentar su audiencia en redes sociales.
Peor aún, algunos en Costa Rica han aplaudido el ataque al Capitolio y lo han calificado como un acto de “patriotismo”. Es decir, lo ven como una opción válida.
Así, aunque ni siquiera se ha iniciado formalmente la campaña electoral, ya han empezado a circular teorías de conspiración que ponen en duda los resultados de las próximas elecciones. La retórica contra quienes ven como los supuestos responsables o beneficiarios de tal fraude (inventado) desde ya parecen aumentar su grado de toxicidad.
La pregunta de qué hacer con los trumpistas violentos de Estados Unidos es entonces relevante también para Costa Rica, con la ventaja de que aquí en teoría aún podemos evitar repetir los errores de Estados Unidos.
Nadie tiene una respuesta perfecta, pero es claro que evitar violencia y quizá inestabilidad política requerirá de mucha responsabilidad por parte de partidos y líderes políticos, algo que hemos tenido en dosis limitadas en años recientes.
También requerirá de prevención y acción policial efectiva, algo en lo que el actual gobierno ha fallado al permitir el bloqueo de calles por períodos prolongados.
El trabajo de la prensa y de entidades como el Tribunal Supremo de Elecciones también será esencial para ofrecer información oportuna y fácil de entender para los ciudadanos más humildes.
Por su parte, las redes sociales en Estados Unidos han entendido que prestarse para amplificar desinformación tiene consecuencias serias. Sin embargo, no prestan mayor atención a países como Costa Rica y esto podría requerir una estrategia país para exigirles un servicio más responsable.