La religión a menudo se entiende como equivalente de conservadurismo y, en términos sencillos, esto se debe en buena parte a que las facciones más conservadoras y/o fundamentalistas de los grupos religiosos hacen más bulla.
Además, los religiosos conservadores intentan crear la apariencia de que representan al grueso de las personas creyentes, cuando la realidad es que entre estas existe gran diversidad de posiciones y desacuerdos.
Esa diversidad a menudo queda invisibilizada porque redes sociales, políticos y prensa suelen dar más atención a las declaraciones sensacionalistas de las voces más bulliciosas.
Ejemplos de esto son la Iglesia Católica (con sus amenazas de negar comunión a quienes no obedezcan su línea política) y los partidos políticos evangélicos (con sus ideologías ampliamente superadas de poner un dios como centro del Estado democrático).
Sin embargo, en años recientes las ambiciones políticas de los conservadores están teniendo el efecto contrario y están obligando a cada vez más iglesias, grupos y personas religiosas a alzar la voz para desmarcarse del conservadurismo.
El fenómeno se repite en diferentes países y pone en evidencia que si bien alguna vez la jeraquía católica y los televangelistas (ahora evangelistas de Internet) hablaban por mayorías, hoy solo lo hacen por minorías.
En Estados Unidos, por ejemplo, durante la campaña política de 2020 fue común escuchar a sacerdotes y pastores de derecha decir que no se puede ser cristiano y demócrata a la vez, o que votar por los demócratas es “pecado”.
Creyentes no conservadores alzan la voz
Tal radicalización religiosa obligó a muchos líderes evangélicos demócratas y sin partido a desmentir esas afirmaciones y criticar la manipulación del evangelio para fines políticos, como promover teorías de conspiración y el uso de la violencia.
Las divergencias entre los obispos católicos estadounidenses también han trascendido en la prensa, pues no todos están de acuerdo con atacar al presidente Biden – quien es un reconocido católico practicante que apoya el matrimonio igualitario y la autonomía de las mujeres sobre sus propios cuerpos.
Incluso entre sacerdotes católicos latinoamericanos hay quienes están a favor de cosas como el aborto por violación y para salvar la vida de las embarazadas, aunque no todos tienen el valor de enfrentar a la jerarquía católica y decirlo públicamente. Uno que sí lo ha hecho es el sacerdote dominicano Mario Serrano, quien en 2018 dijo que “La despenalización del #Aborto3Causales está muy cerca del Jesús que ama, acompaña y no condena a las personas en situaciones extremas. Les acompaño con mis oraciones”.
También existen otras iglesias, como la Episcopal y Unida de Cristo, que no ya han superado el problema de la discriminación religiosa contra las mujeres y las aceptan como parte del clero. Además, grupos como la principal agencia adoptiva de corte religioso de EE. UU. ahora aceptan dar menores en adopción a parejas homosexuales.
Asimismo, personas católicas y evangélicas han creado organizaciones para promover cosas que sacerdotes y pastores conservadores atacan. Un ejemplo es Católicos por el Aborto, organización activista que ha mostrado cómo la oposición de la jerarquía católica al aborto se ha intensificado en la medida en que los derechos de las mujeres han avanzado.
En Costa Rica hay más voces que solo la Iglesia Católica. El panorama en Costa Rica no es muy distinto. Aquí, la Alianza Evangélica Costarricense ha tenido que salir en múltiples ocasiones a aclarar que: “Los partidos no representan ni son la voz de la Iglesia, y a los pastores les hacemos una recomendación de que no participen en política partidista. No es correcto, no es legal, facilitarle a un político el púlpito o las instalaciones de la iglesia”.
En el caso de la Iglesia Católica es aún más evidente que hace tiempo dejó de ser “la voz” de los creyentes costarricenses: Hoy solo la mitad de la población se considera católica (52,5%) y, de ellos, la mayoría (57,6%) solo va a la iglesia de vez en cuando, cuando “es necesario” o nunca, según un estudio de la Universidad Nacional (UNA) en 2018.
Muchos participan en diversos grupos (ecuménicos, estudio bíblico, etc.) que activamente apoyan cosas como Estado laico, derechos reproductivos, etc., comentó la académica Kattia Castro de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la UNA.
De acuerdo con ella, esto no es necesariamente nuevo pues a lo largo de la historia de Costa Rica siempre han habido grupos que han tenido que defenderse de la hegemonía de la Iglesia Católica, algo que la educación formal tiende a obviar.
Un ejemplo de hace unos cuantos años es el grupo las Hijas de la Negrita, en el cual participaban creyentes que se movilizaban a favor del Estado laico, derechos reproductivos, etc. Ana Rita Argüello, una de sus líderes, resaltó la importancia de crear espacios seguros para que las personas puedan expresarse sin recibir condenas o violencia espiritual solo por no estar de acuerdo con extremos conservadores.
Escuchar más allá de la desinformación
Es claro que las organizaciones y personas religiosas tienen libertad de creer que algo es o no es “pecado”, puesto que existe libertad de culto.
Sin embargo, presentar una creencia religiosa o personal como si fuera un hecho absoluto en una contienda política constituye desinformación, puesto que falsamente se niega la realidad de que existen otras creencias igualmente válidas desde el punto de vista religioso – aún si estas se contradicen entre sí.
Conforme se acerca una nueva campaña electoral – en que las voces más conservadoras posiblemente seguirán intentando presentarse como representantes de todos los creyentes – es importante que los partidos políticos seculares y la prensa escuchen más allá del bullicio y la desinformación.
Son cada vez más las voces religiosas no conservadoras que, frustradas por los extremismos y la manipulación política de la religión, están ofreciendo sus puntos de vista abiertamente, sea a nivel individual u organizado. En ese contexto, no se justifica seguir poniendo toda la atención en unos cuantos actores carentes de representación real.
Aún más, ignorar esas otras voces no solo es fallar al deber democrático de escuchar a toda la población, sino que también excluye del diálogo político a grupos que pueden jugar un rol estratégico para reducir la polarización política y sostener debates más constructivos.