¡Qué clase de ceviche! Tenía corvina, camarón, pulpo, calamares crocantes, ají amarillo y una salsa de maracuyá nivel delicatessen que rozaba la perfección de una mezcla marina-frutal sin precedentes.
Alguien dirá que exagero con tal descripción… Quizá, ese alguien tenga razón. Lo cierto es que fue tanto sabor que la redacción de este texto sigue siendo —irónicamente— un tormento (al momento de teclear). Le detallo en este video:
A diferencia de un comensal que satisface su hambre, elogia el plato, paga su cuenta y se marcha del restaurante, yo debo seguir recordando tal delicia al tiempo que la vida continúa y debo terminar estas líneas sin más de ese preciado ceviche.
Con el salonero.
—¿Ya sabe qué ordenar?—, me dijo el salonero.
Su descripción en el menú atrajo mi atención y lo conversé con él.
—Estoy en esas... No sé, ¿qué tal este ceviche?—, le señalé en el menú.
—Ah, ese es increíble. No es porque trabaje aquí, pero es muy solicitado—, algo así me respondió.
—No lo pensemos más, traeme uno de esos—, finalicé.
Al cabo de unos minutos, sucedió que el mesero se acercaba, cada vez más hacia mí, con bandeja en mano. Empezó el estímulo de querer disfrutar esa entrada.
Ya sobre la mesa, podía percibir que la cosa iba a estar buena. Además, la porción era bastante grande y la música de ambiente me hacía sentir como en la playa con la ochentera y suave “Beds Are Burning”, versión reggae.
Todavía era lejano el momento para comerlo.
Se posaba dentro de un plato hondo como queriendo ser devorado a besos. Generaba una sensación propia de quienes visitan museos y se sientan frente a una obra de arte por minutos u horas.
Yo no quería nada de eso. Quería devorarlo sin cuchara y de la manera más cavernícola posible. Ya no aguantaba.
Sin embargo, ese estímulo de tenerlo en la mesa para fotografiarlo me hacía agua la boca como perro de Pavlov. O bien, como este perro policía que devotamente sigo en Instagram:
A veces quiero comer como este obediente pastor alemán llamado Sonny, que se emociona en cuanto le dan la orden de alimentarse.
La respuesta a todo ese estímulo fue haberlo ingerido y su representación gráfica es el primer párrafo de esta recomendación gastronómica.
Son de esos platos que no quiere uno que se acaben por su cualidad ‘umami’ (uno de los cinco sabores básicos junto al dulce, ácido, amargo y salado).
Tienen que probarlo. Es el de la casa. Por lo tanto, se llama “Ceviche Porto 8”.
Con el chef copropietario
“Cuando la comida está tan rica, uno solo piensa en llevar la mamá a ese restaurante”, me dijo el chef José Ignacio Porras, copropietario de Porto 8. “Eso es lo que queremos”, agregó.
Si la entrada estuvo buenísima, no tengo palabras para resumirles la calidad de pulpo a la parrilla que ordené, luego de conversar con el chef, quien me habló del octópodo molusco como especialidad de la casa. Ya les escribo acerca de esa otra delicia.
Porto 8 está en Plaza Tempo, Escazú, y aplica un 10% de descuento a suscriptores de La Nación que sean tarjetahabientes de Club Nación. ¡Suscríbase aquí!
Pulpo a la parrilla.
Pues sí, ni hablar. El pulpo a la parrilla tiene una característica bastante llamativa y es la agradable sensación al masticarlo: no es chicloso.
Se ingiere fácilmente. Combina muy bien con las papas selladas, el chile morrón, la ensalada verde y la reducción a base de vino blanco.
“Un bocado ideal con este plato consiste en pinchar con el tenedor todos los ingredientes: un trocito de papá, pulpo y ensalada”, sugirió el chef Porras.
Apliqué su consejo con la segunda mitad de la preparación y valga decir que resultó fabuloso. Todo junto era mejor.
Ya con el almuerzo adentro, alrededor de las 3 p. m., le hice unas cuantas preguntas acerca de su amor por la cocina y charlamos durante unos minutos.
—José Ignacio, ¡quedate así para un intento de foto de retrato!
—Ok, ok.
Luego de verla le pregunté por su edad. Me asombré por su respuesta.
—Parece más carajillo—, le elogié.
—¿En serio?—, respondió con risa. —Desde carajillo (de niño) me he puesto a cocinar y antes de los 20 ya estaba estudiando Cocina. Llevo como 17 años en este mundo.
—¿Qué postre me recomendás?
—Un carajillo…
El carajillo es un trago digestivo típico de España. Se prepara con café, licor 43 y cubos de hielo.
No hubo necesidad de un postre comestible de la categoría del cheesecake, pastel de manzana, brownie o similares que ellos ofrecen.
Fin.
En Instagram acostumbro subir fotos y videos relacionados con comida, árboles, animales, deportes y naturaleza. Algunas de ellas terminan convirtiéndose en publicaciones de este blog.
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