Cual Lázaro, Vistazo al mundo vuelve a la vida, otra vez. Es como un hijo que a veces dejo de ver, pero cuando menos pienso me lo encuentro. Lo retomo de la mano, en el reinicio de otro capítulo.
Soy Víctor Murillo S., periodista jubilado, aficionado a la Historia y al quehacer noticioso internacional. Sin más preámbulo, voy al grano.
En su mensaje de inauguración de la IX Cumbre de las Américas, el miércoles 8 de junio, el presidente estadounidense, Joe Biden, instó a los gobernantes de Latinoamérica y el Caribe a hacer de la democracia “el ingrediente esencial para el futuro”. Un objetivo que se dice fácilmente, pero que en la práctica enfrenta dificultades serias.
Desde su llegada a la Casa Blanca, el demócrata ha tratado de cambiar el tono a la relación con sus vecinos del continente, desmarcándose de ver a Latinoamérica como el patio trasero de Washington.
A la vez, ha enfatizado en la democracia y el respeto a los derechos humanos como elementos básicos de su política exterior hacia la región. Y como para no dejar duda de este compromiso, en la Cumbre en Los Ángeles no hubo sitio para Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Empero, hasta dónde pueda hacerse realidad el objetivo de la democracia como “ingrediente esencial” es la pregunta y una tarea pendiente en buena parte de los países de este hemisferio.
En un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, los analistas Michael Shifter y Bruno Binetti advirtieron de que ese impulso a la democracia podría ser de corta duración si los republicanos se imponen en las elecciones legislativas de medio periodo -en noviembre entrante- y si el expresidente Trump regresa al poder (Trump se sintió más a gusto tratando con autócratas y mandatarios de inclinación autoritaria).
En el subcontinente latinoamericano y del Caribe, la adhesión a la democracia y la confianza en esta como sistema para satisfacer las demandas de la población muestran un declive en los últimos años y, por el contrario, se percibe un abrazo al autoritarismo eficiente (permítanme la expresión).
El último informe del Latinobarómetro, publicado en octubre del 2021, halló que la gente sigue reclamando democracia, acompañada de justicia, políticas sociales y mejoras económicas. La decepción por el mal funcionamiento de la democracia ha dado paso a la indiferencia (saltó del 16% en el 2010 al 27% en el 2020). “Lejos del temor a los gobiernos militarizados, o el apoyo al autoritarismo, el principal riesgo para las democracias latinoamericanas parece radicar en esa creciente indiferencia, junto con la captura del Estado por parte de élites y el auge de un ‘autoritarismo difuso’, comentó Francisco Verdes-Montenegro, investigador de la Fundación Carolina.
La corrupción, un mal muy arraigado, el embate del narcotráfico y su poder de penetración en la política, así como el populismo que ya ha llegado a algunos gobiernos (Jair Bolsonaro y Nayib Bukele, por ejemplo) son otros factores que constituyen desafíos para la supervivencia de la democracia en la región.
Debilidad en Centroamérica
Si hacemos un close-up a Centroamérica, la expectativa de la democracia como “ingrediente esencial para el futuro” no es nada alentadora. Aquí es válido aquel decir de que “si por la víspera se saca el día…”
El estudio de Latinobarómetro encontró un aumento en el apoyo al “autoritarismo difuso” si este, desde el gobierno “resuelve los problemas”. En el 2002 era un 44% de los centroamericanos que pensaban así, mientras en el 2021 subió a un 51% (en El Salvador, 63%; en Honduras, 62% y en Guatemala, 57%).
A 200 años de la independencia, el panorama se caracteriza -en general- por un Estado de derecho débil. La separación de poderes es inexistente y ha sido cooptada por el Ejecutivo, como en El Salvador y Nicaragua, mientras el Ministerio Público se ha transformado en una correa de transmisión del gobernante de turno y, como en Guatemala, en un obstáculo para investigar la corrupción y sí para perseguir a funcionarios judiciales que lo han intentado.
Nicaragua, particularmente, derivó en una dictadura donde los derechos humanos, los comicios libres y el ejercicio de las libertades están ahogados por el régimen familiar.
El Salvador, donde las garantías individuales están suspendidas en nombre del combate de las pandillas, el deterioro democrático es evidente con la concentración de poder en manos de Bukele.
Con el ascenso al gobierno, en Honduras, de la presidenta Xiomara Castro, elegida en comicios honestos -en contraposición de la reelección en entredicho de su predecesor, Juan Orlando Hernández-, el país trata de lavar la imagen de “narcoestado” y rápidamente accedió a extraditar a Hernández.
La joven administración de Castro tiene que lidiar con las expectativas de cambio que le dieron ese indiscutible triunfo en las urnas. Cuánto pueda hacer realidad será vital para la evaluación popular y el futuro de la democracia.
Tampoco Costa Rica escapa al reto de fortalecer su democracia. El abstencionismo de 40,65% en la primera ronda de las elecciones, en febrero anterior, y 43,24% en la segunda, en abril, fue un aldabonazo del descontento y desencanto de la población con los políticos y la acción del Estado, sobre todo en las costas.
A lo anterior hay que agregar las denuncias de penetración del narcotráfico en la política y el aumento de la delincuencia como producto de la lucha entre bandas.
Cierro recordando al expresidente Luis Alberto Monge cuando decía -palabras más, palabras menos- que la democracia era una planta a la cual se le hacía difícil echar raíces en el trópico.
Por ahora, es todo. Volveré la próxima semana a comentar el acontecer internacional.