El país más grande de Latinoamérica, Brasil, asistirá a las urnas el 2 de octubre. Será una contienda más allá de una cita programada para elegir al próximo presidente, el Congreso federal y autoridades estatales. La trascendencia va más allá de si el actual mandatario, Jair Bolsonaro, logra su reelección o si el exgobernante Luiz Inácio Lula da Silvia consigue volver al palacio de Planalto.
Y en esa pugna juega Donald Trump. Sí, leyó bien, el mismo Trump que sigue negando que perdió las elecciones en noviembre del 2020, el que alentó una insurrección frente y dentro del Capitolio en un esfuerzo desesperado por anular los resultados. El mismo Trump que quiere gobernar de nuevo Estados Unidos (y quizás lo logre).
Pero vamos despacio. Primero les contaré algunos antecedentes de las votaciones que tendrán lugar ese primer domingo de octubre y que, tal vez, no arrojen un vencedor y haya que esperar hasta el 30 de ese mes para saber por quién se inclinan los brasileños… Ah, ah: el asunto podría no ser tan sencillo como que en la segunda vuelta sale humo blanco.
Bolsonaro es un excapitán del Ejército con fuertes vínculos con los militares -a quienes ha incorporado a varios puestos en su gabinete y que reivindica la dictadura (1964-1985) que rigió el país con puño de hierro. En el 2018 ganó con holgura en el balotaje, pero cuatro años más tarde el panorama político es distinto.
En aquel momento, se benefició de los escándalos que habían llevado a Lula a la cárcel por cargos de supuesta corrupción y de la destitución de la sucesora del exsindicalista, Dilma Rousseff, a quien el Senado le cobró manipular las cuentas públicas para asegurar su reelección en el 2014 y continuar con esa práctica al año siguiente.
Bolsonaro sacó provecho de una izquierda cuestionada y desgastada por el ejercicio del poder. Además, con Lula preso y con derechos políticos suspendidos, se aseguró que este no pudiese desafiarlo.
El renacer de Lula
Mas, ahora, el expresidente que logró sacar a al menos 29 millones de personas de la pobreza e incorporarlas a la clase media está de vuelta y con grandes posibilidades de regresar al poder, según diversas encuestas de intención de voto. Inclusive podría imponerse en la primera vuelta, si los electores confirman los hallazgos de esos estudios.
Lula está en una posición fuerte: el Supremo Tribunal Federal (STF, máxima instancia judicial) de Brasil anuló las dos condenas por corrupción en abril del 2021, lo cual le abrió las puertas para desafiar a un Bolsonaro, que quizás con otro rival enfrente podría lograr cuatro años más en Brasilia sin mucho problema.
La moneda cayó con la otra cara y quien está en apuros es el gobernante ultraderechista, en la picota por el pobre manejo de la pandemia de covid-19 (es el segundo país del mundo con mayor cantidad de muertes, 670.000, una inflación interanual a mayo del 12%, muy superior al 3,5% previsto por el Banco Central, y un desempleo de 11%.
Un estudio de opinión, realizado entre el 22 y 23 de junio por la empresa Datafolha y que dio a conocer el diario Folha de Sao Paulo, registró una desaprobación del 47% de los consultados sobre la gestión del mandatario, una mejoría respecto del -53% expresado en diciembre del año anterior.
En lo que todas las encuestas coinciden es que confirman una profunda polarización entre Bolsonaro y Lula, dos contendientes tan opuestos como día y noche.
Con el guion de Trump
¿Recuerdan que les advertí de que quizás el pulso electoral no se decida en primera ronda ni en segunda, aunque les parezca raro? ¿Y por qué metí a Trump en esta vela?
Hacia allí voy.
Siguiendo el mismo libreto del expresidente republicano, Jair Bolsonaro viene pregonando, desde hace mucho tiempo, dudas y cuestionamientos sobre el proceso electoral brasileño, no obstante que -al igual que Trump en el 2016- venció en el 2018 sin mácula alguna.
El gobernante se esfuerza por desacreditar el sistema y a las autoridades del Tribunal Superior Electoral, sin aportar hasta ahora pruebas de deficiencias o irregularidades. En la mira tiene a las máquinas para votar (¿a quién les recuerda) y ya ha anticipado que podría desconocer una eventual derrota (¿Cómo quién?.
“Si Bolsonaro pierde por una pequeña diferencia de votos, el propio gobierno podría declarar la ilegitimidad del uso de las máquinas de votación electrónica”,manifestó la periodista Sylvia Colombo, corresponsal del diario Folha de Sao Paulo.
Agregó: “Si la derrota es por un margen amplio, puede haber ataques al Tribunal Superior Electoral, a políticos de la oposición o protestas violentas en las calles. Es una situación inédita y escalofriante la que vive el país”.
Bolsonaro tiene fuertes vínculos con los militares, que han empezado a hacerse eco de los alegatos premeditados del presidente. A diferencia de Estados Unidos, donde las Fuerzas Armadas se mantienen al margen de un proceso electoral, en Brasil no puede descartarse que intervengan (el gobernante ultraderechista incluso ha pedido que los uniformados hagan su propio escrutinio de los comicios. Sí, no es broma macabra).
La posibilidad de violencia por parte de los seguidores de Bolsonaro no es lejana, tanto por manifestaciones de este como por los nexos entre el mandatario y grupos paramilitares, que a menudo ligan a la izquierda con problemas como el narcotráfico y la inseguridad.
Como en Estados Unidos, la espera en Brasil podría ser prolongada y tensa. Buck Canel, recordado relator de juegos de beisbol, acuño una frase que se arraigó: “No se vayan que esto se pone bueno”… pero en Brasil podría ponerse muy malo.
Por ahora, es todo. Volveré la próxima semana para abordar otro asunto del quehacer noticioso mundial.