Cuando Gabriel Boric triunfó en la segunda ronda electoral en Chile -en diciembre anterior- abundaron los comentarios pesimistas y los pronósticos de una catástrofe que se cernía sobre el país austral. Volvía la pesadilla de la izquierda.
Expresiones similares he leído y escuchado ahora que el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro se impuso, también en un balotaje, para convertirse en el primer izquierdista que gobernará Colombia.
Aunque no en el mismo tono, recuerdo que la inminente victoria electoral de Luiz Inácio Lula da Silva -en octubre del 2002- generó recelos entre ciertos sectores en Brasil, que desconfiaban de los planes e intenciones del exsindicalista. Días antes de esos comicios cundió la histeria en los mercados.
Pues no hubo debacle y Lula fue reelegido cuatro años después, y ahora las encuestas de intención de voto lo muestran como favorito para imponerse en las urnas en octubre entrante.
Antes de continuar, les recuerdo que los términos izquierda y derecha son producto de un mero convencionalismo y no de algún análisis o experimento. Su origen se remonta a la Asamblea Constituyente instituida en Francia en 1789, en el proceso de la Revolución. Los conservadores, partidarios de una monarquía constitucional con un rey fuerte, incluso con poder de veto sobre las leyes, se sentaron a la derecha del presidente de la Asamblea. A la izquierda estaban quienes pedían un cambio radical y apenas aceptaban la presencia de un monarca con muy poco poder. Al final se impusieron estos y el resultado fue el fin de la monarquía y el nacimiento de la primera República.
¿Una izquierda o varias?
El porqué del temor que despierta un gobierno de izquierda en Latinoamérica -en unos países más que en otros- está asociado, en parte, con la experiencia política, los resabios de la Guerra Fría que pervive en algunos sectores y, muy especialmente, por una tendencia a considerar a la izquierda como un movimiento político homogéneo que se reproduce cual si fuese un clon.
Craso error, igual que ver a la derecha como la misma en todo el mundo. Respecto a esta, señalo dos situaciones: el dictador Alfredo Stroessner se jactaba de que Paraguay era “una democracia sin comunismo” y para justificar su régimen conculcó las libertades públicas, persiguió y asesinó a opositores, etc.
En los años 1980 entrevisté a Manuel Fraga Iribarne, político derechista que tuvo un papel destacado en la transición de la dictadura a la democracia en España. Fraga, al igual que Adolfo Suárez -primer presidente del Gobierno democrático- fue parte de la administración franquista (ministro de Información y Turismo).
Con el conflicto político-militar en Centroamérica en pleno apogeo, pues fue obvio conversar sobre sus apreciaciones de lo que ocurría en estos lares. A una pregunta mía sobre la derecha regional, el fundador de Alianza Popular (luego devino en lo que hoy es el Partido Popular) alzó la voz y dijo: “¡Pero es que esos no son derecha, son escuadroneros!”.
Pues, sí, no se puede medir a toda la derecha como el mismo rasero y tampoco a la izquierda, y entender esto es fundamental.
Así, en el momento actual, el péndulo político se ha movido hacia la izquierda en Latinoamérica, mas hay que tener cuidado con ponerle el mismo color en cada país.
Inclusive, es muy cuestionable colgarle la etiqueta de “progresista” a todo dirigente o gobernante que se denomina izquierdista. ¿En verdad resulta sensato calificar así a regímenes que casi han eliminado por completo a la oposición, que echan mano de leyes draconianas para sofocar garantías individuales como las libertades de expresión, de prensa, de libre asociación? Esto es lo que sucede en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Pero no solo esa izquierda existe en el subcontinente. Antes de Boric, el centroizquierda gobernó Chile democráticamente y el actual presidente mantiene una clara distancia y crítica a ese “socialismo” dictatorial. Uruguay también fue regida por el Frente Amplio y a José Pepe Mujica, exdirigente de la guerrilla tupamara, se le recuerda como un presidente impulsor de los derechos humanos, baluarte de la tolerancia y honesto a cabalidad.
La presencia de Lula en el Gobierno de Brasil no representó un menoscabo a la democracia y las libertades; por el contrario, un conjunto de medidas sociales y económicas permitió -entre el 2003 y el 2009- a unos 29 millones de personas dejar la pobreza e ingresar a la clase media de Brasil (casi 51% de la población entonces de 192 millones, según estudio de la Fundación Getulio Vargas).
Tampoco, por ejemplo, ha habido quebranto al sistema democrático y a la competencia electoral en Argentina; igualmente puede decirse de El Salvador cuando lo rigió el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional FMLN).
Las menciones que acabo de hacer no implican que esos gobiernos de izquierda no hayan estado salpicados por controversias, evaluaciones discrepantes o escándalos de corrupción, situaciones que también se dan allí donde la derecha toma las riendas.
Los triunfos recientes de la izquierda en Chile, Honduras y Colombia tienen un común denominador: el desencanto, el hastío y el clamor de cambio expresado incluso con violentas manifestaciones por sectores sociales que quieren democracia socioeconómica, que se consideran marginados por décadas. Todos ocurrieron además en un contexto de pobreza agravada por el efecto de la pandemia de covid-19.
Boric, la presidenta hondureña, Xiomara Castro, y próximamente Petro comparten además el gran desafío de responder a las altas expectativas que sus electorados depositaron en ellos. Es decir, cómo financiar proyectos para hacer viable una redistribución más justa de la riqueza, ampliar el acceso de la población a los servicios de salud, educación y vivienda, y reformar sistemas de pensiones -por mencionar algunos- tomando en cuenta los recursos económicos y la salud de las finanzas.
Y en los tres países, los gobiernos tienen que negociar con la oposición, una diferencia fundamental con la izquierda dictatorial que controla todos los hilos del poder en Nicaragua, Cuba y Venezuela.
No se trata de darles un cheque en blanco, pero tampoco de sonar las trompetas del Apocalipsis.
Por ahora, es todo. Volveré la próxima semana para abordar otro asunto del quehacer noticioso mundial.