Washington. Pensó en grande, actuó rápidamente y sorprendió a sus críticos y a algunos de sus partidarios. En 100 días, Joe Biden, el 46.° presidente de los Estados Unidos, deja su huella.
Sin artificios, fiel al tono empático y fácilmente familiar que le gusta, el hombre que fue elegido inicialmente con una promesa de calma después de la tormenta Donald Trump avanza a grandes pasos.
Ante las burlas sobre sus vacilaciones y meteduras de pata, el presidente se muestra disciplinado, con una comunicación cuidadosamente calibrada. Se enfrenta a Vladimir Putin y a Xi Jinping con fórmulas que dan en el clavo. “No tiene ni un gramo de democracia”, dice de su homólogo chino.
Frente a las dudas sobre su energía, el presidente con más edad de la historia del país bate récords en la vacunación contra la covid-19 (más de 200 millones de dosis administradas). Asimismo, en unas semanas ha hecho adoptar un plan de apoyo de la economía de $1,9 billones antes de anunciar otro sobre las infraestructuras por una suma equivalente.
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“Se le ha infravalorado, pero eso se debe en parte a sus antecedentes. Durante su carrera como senador, siempre ha favorecido el pragmatismo y el cambio en pequeños pasos”, dice Julian Zelizer, profesor de historia de la Universidad de Princeton.
“Incluso durante su campaña, alababa la moderación y la normalidad. En cierto modo, ha cambiado su estrategia apostando por una mayor audacia. Es una estrategia que, desde el punto de vista político, ha dado sus frutos”.
Según tres sondeos realizados el domingo, la mayoría de los estadounidenses aprueban la actuación de Biden durante sus primeros 100 días en el cargo, con un rango del 52%-58%.
Aunque las valoraciones positivas están divididas según los partidos —cerca del 90% de los demócratas lo aprueban, mientras que solo lo hacen entre el 9% y el 13% de los republicanos—, el apoyo que recibe Biden es muy superior al que logró su predecesor, Donald Trump, en toda su presidencia.
Presidencia sin dramas
Como símbolo del estilo sencillo que reivindica, saca regularmente del bolsillo de su traje una pequeña tarjeta en la que están escritos los principales indicadores de la pandemia, incluido el número de muertes.
Rodeado de un equipo hasta ahora unido, ofrece el espectáculo de una presidencia sin dramas ni escándalos. La previsible división del Partido Demócrata no se produjo. La izquierda ha mostrado algunos signos de impaciencia, pero hasta ahora ha apoyado a Biden.
En el día a día, la Casa Blanca da la imagen de una “máquina bien engrasada”, por emplear la frase utilizada por Donald Trump para describir el caos que reinaba en los pasillos de la prestigiosa Ala Oeste durante su mandato.
También en el frente internacional, Joseph Robinette Biden Jr. se posicionó rápidamente.
Su “cumbre del clima”, virtual pero bien orquestada, marcó espectacularmente el regreso de Estados Unidos (America is back) a este juego diplomático del que su predecesor se había retirado con estrépito.
Tras este gran evento, el sábado cumplió una promesa emblemática de la campaña: utilizó la palabra “genocidio” para referirse a la muerte de 1,5 millones de armenios masacrados por el Imperio Otomano en 1915.
Ninguno de sus predecesores se había atrevido, temiendo la fuerte reacción de Turquía: Barack Obama también se había comprometido a hacerlo, pero se echó atrás una vez instalado en el Despacho Oval.
Mayoría estrecha
Sin embargo, como veterano en Washington, sabe que lo más difícil está por llegar.
Su estrecha mayoría en el Congreso es una vulnerabilidad: pone a un puñado de senadores demócratas —como Joe Manchin— en la posición de árbitros poderosos.
Su plan de inversión en infraestructuras es hasta ahora sólo un borrador. Los debates van a ser duros y el resultado de la batalla legislativa es incierto.
Respecto a las armas, al igual que en las leyes electorales, su impotencia podría quedar pronto patente. Por último, en el espinoso tema de la inmigración, Joe Biden ha estado a la defensiva desde que asumió el cargo. La Casa Blanca se debate entre la promesa de una política migratoria más “humana” y la crisis en la frontera con México, con la llegada de miles de migrantes.
El miércoles, en la víspera del simbólico aniversario de los 100 primeros días de presidencia, pronunciará su primer discurso político ante el Congreso en horario de máxima audiencia.
Su vocera, Jen Psaki, prometió un discurso centrado en los niños, la educación, la sanidad, “las prioridades de la clase media”. El núcleo del discurso será una subida de impuestos para los estadounidenses más ricos.
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Comparaciones halagadoras
En el bando demócrata, las comparaciones halagadoras —a veces precipitadas— se suceden.
Algunos evocan a Franklin D. Roosevelt (“FDR”) y la audacia del New Deal para sacar al país de la Gran Depresión. Otros señalan a Lyndon B. Johnson, que utilizó su íntimo conocimiento del funcionamiento del Congreso para cambiar la cara de la sociedad estadounidense.
¿Se unirá Biden al pequeño pero prestigioso grupo de presidentes que han dejado su huella en la historia de Estados Unidos?
“Es posible, pero es demasiado pronto para saberlo”, dice Julian Zelizer.
En el bando contrario, privado de su cuenta de Twitter pero sobre todo del poderoso megáfono de la presidencia, el republicano Donald Trump es por el momento casi inaudible. Sus furiosos comunicados, casi diarios, no generan tracción.
Biden casi nunca menciona a su polémico predecesor. Pero Trump sigue siendo extremadamente popular en el campo republicano y podría alzar al voz al acercarse las elecciones de mitad de mandato, a finales de 2022, donde Joe Biden se jugará mucho.
De ahí el deseo de este último de golpear fuerte (“ir a lo grande”) al principio de su mandato, mientras tenga todos los resortes del poder.