Tras toda una vida de espera, el príncipe Carlos, de 73 años, personalidad incomprendida y poco querida por los británicos, se convirtió por fin en rey a una edad generalmente más propicia a la jubilación que a las grandes reformas.
Poniendo fin a una espera récord en la historia de la monarquía británica, ascendió al trono de inmediato tras la muerte de su madre, de acuerdo con la antigua máxima latina “Rex nunquam moritur” (el rey nunca muere).
Se llamara Carlos III, aclarando así una de las incógnitas de su ascenso. Todavía hace unas horas los especialistas especulaban al respecto: “Podría sorprender y utilizar otro de sus nombres, como hizo su bisabuelo en 1901″, explicó a la AFP Bob Morris, autor de varios libros sobre el futuro de la monarquía en el Reino Unido.
El misterio se despejó luego de ser proclamado rey por un órgano ceremonial reunido en el Palacio de St James de Londres.
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Su coronación, en una ceremonia única en Europa, tendrá lugar, en el mejor de los casos, dentro de unas semanas, una vez pasado el trauma de la muerte de Isabel II.
Ella misma fue coronada en la Abadía de Westminster el 2 de junio de 1953 ante más de 8.200 invitados, 16 meses después de ser proclamada reina.
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Camila, reina consorte
La de su madre fue la última coronación “imperial”, señala Morris, según el cual Carlos podría preferir una ceremonia “más rápida y pequeña”.
Su segunda esposa, Camila, se convirtió automáticamente el jueves en reina consorte, por deseo expreso de Isabel II, que así lo manifestó durante un discurso en febrero de 2022 con motivo de sus 70 años de reinado.
Es el título que habían tenido su madre y su abuela.
Sin embargo, debido a la trágica muerte de Diana, primera esposa de Carlos, el trato dado a Camila era sensible para muchos británicos hasta el punto que tras casarse con él en 2005, ella misma decidió no tomar el título de princesa de Gales.
Ahora, el nuevo rey toma las riendas de una institución con un papel disminuido en el mundo, en un momento y con una edad que suponen un doble desafío para este príncipe de personalidad singular, mucho menos popular que su madre.
Desde sus primeros compromisos oficiales en la década de 1970, el papel del príncipe de Gales había sido hasta ahora “de apoyo”, recibiendo a dignatarios, asistiendo a cenas de Estado y viajando a un centenar de países en su nombre, especialmente a medida que Isabel II, fallecida a los 96 años, se hacía mayor y de salud más frágil.
Pero el mundo lo conoce sobre todo por el naufragio de su matrimonio con la princesa Diana, que le hizo bastante daño en los años 1990.
Sin embargo, Carlos es un hombre de pasiones que ha aprovechado al máximo esta larga espera como pionero en la defensa del medio ambiente, amante de la medicina alternativa, entusiasta del urbanismo sostenible y jardinero inspirado que habla con sus árboles.
Desde 2007, publica su “huella ecológica” (un total de 3.133 toneladas de CO2 en 2020 frente a las 5.070 de 2019).
Es presidente o benefactor de más de 420 organizaciones benéficas, la principal de las cuales es Prince’s Trust, que ha ayudado a más de un millón de jóvenes con dificultades desde su creación en 1976.
Un rey sin popularidad
Sin embargo este anciano aristócrata aficionado a los trajes de doble botonadura no goza de popularidad.
¿Será por su edad, por su torpeza o por sus pasiones excesivamente parlanchinas que a veces se consideran rayanas en la injerencia política?
Sólo tenía 54% de opiniones favorables en agosto de 2021, según una encuesta de YouGov, muy por detrás de la reina (80%), su hijo el príncipe Guillermo (78%), su nuera Catalina (75%) y su hermana la princesa Ana (65%).
Desde la muerte de su padre, Felipe, en abril de 2021, y mientras la reina estaba menos presente por motivos de salud, Carlos estrechó el círculo real a su entorno más cercano: Camila, Guillermo y su hermano menor Eduardo.
Nadie sabe cómo encarnará Carlos Felipe Arturo Jorge la monarquía británica, pero una cosa ya es cierta: sus años en el trono están contados.