Chiloé, Chile. Tras recorrer largas distancias por caminos de tierra, cruzar ríos a pie, avanzar bajo la lluvia y el barro hasta llegar a los más recónditos lugares del país, el personal sanitario extiende a paso firme la vacunación contra la covid-19 en Chile, incluso a territorios remotos del archipiélago de Chiloé, más de 1.200 km al sur de Santiago.
En momentos en que la vacunación alcanza a un 70% de la población objetivo con al menos una dosis, los sanitarios recorren los fiordos del archipiélago —famoso por sus coloridos palafitos (viviendas sobre el agua) y sus iglesias de madera—, expuestos a las inclemencias del océano Pacífico y las bajas temperaturas para llevar vacunas a quienes las necesitan.
“Atravesamos ríos con las vacunas para poder llegar a esos lugares. Lo hacemos una vez al mes con lluvia o sin ella, con sol o sin él. Tenemos que ir sí o sí”, dice Yolanda Álvarez, de 30 años, una enfermera que recorre las más de 30 islas que componen el archipiélago de Chiloé, donde también ha llegado el coronavirus.
El tiempo apremia. Resta solo un mes para que se cumpla el límite fijado para vacunar al 80% de la población objetivo de Chile (15,2 millones sobre un total de 19 millones de habitantes del país).
Chile es uno de los países en el mundo que más rápido está vacunando a su población contra la covid-19.
Hasta el momento, ha aplicado al menos una dosis a 10,5 millones de personas, equivalente al 70% de la población objetivo. Mientras que 7,9 millones ya han recibido la segunda dosis, lo que arroja un porcentaje de cobertura del 52,5% de la población objetivo, que incluye a todos los mayores de 16 años.
Sin embargo, las cifras de contagio no ceden. El último viernes se registró la segunda mayor cifra de contagios diarios: 8.680 nuevos casos, algo que expertos atribuyen a la alta movilidad de las personas y la falsa sensación de seguridad que otorga la vacuna.
El largo camino de las vacunas
Chile selló tempranamente acuerdos para la compra de vacunas, principalmente del laboratorio chino Sinovac, con la que ha vacunado al 80% de la población, y de Pfizer y BioNTech.
Los cargamentos de inmunizantes llegan a Santiago en vuelos internacionales. Hasta el momento, han arribado al país 21,7 millones de dosis.
Las que tienen por destino Chiloé, siguen viaje desde la capital en otro avión hasta Castro, la ciudad más grande del archipiélago. De ahí, se trasladan en coche hacia el centro de la Isla Grande de Chiloé y luego, por otro tramo de carretera hasta la localidad de Huillinco, donde Álvarez las recibe y las carga en su nevera para emprender la aventura.
Entre todos sus viajes, el más recóndito que recuerda es cuando llegó a vacunar a una persona en el área de Cole Cole, una playa de muy difícil acceso. Desde Castro, la capital regional de Chiloé, hay recorrer una ruta por unas dos horas y luego caminar varios kilómetros para llegar al lugar.
En los fiordos frente al Pacífico, en lo alto de una montaña sin acceso en vehículo, tras kilómetros de viaje en coche, solo queda caminar durante horas por el monte.
“Para llegar caminando nos demoramos cuatro o cinco horas cargando con las vacunas y todo el equipo médico. Son puras cuestas (...) nosotros ahí tenemos pacientes, uno de ellos que está tetrapléjico”, dice esta enfermera nacida en Chiloé, que ya ha vacunado unos 1.000 pacientes en la zona.
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‘Una aventura’
En la parte norte de la Isla Grande de Chiloé, cerca de la ciudad de Ancud, la más próxima al continente, Ximena Ampuero, técnica superior de enfermería, de 48 años, trabaja en condiciones similares a las de Álvarez.
Cada día, cuenta a la AFP, sale junto a su equipo temprano desde una caleta de pescadores llamada Quetalmahue con dosis de la vacuna Sinovac, la única que se utiliza en las zonas rurales y remotas por su facilidad de conservación.
Vacuna a unas 10 personas a diario y los ancianos son la “prioridad”, dice.
“Es una aventura. En un día bueno, sin lluvia, sin barro, podemos hacer 10 visitas. Pero en días de lluvia y con el clima de ahora hacemos tres con suerte”, relata Ampuero.
Natural de esa zona extrema de Chile y “apasionada” de su trabajo, indica que las adversidades se olvidan cuando llegan a una casa recóndita y un anciano abre la puerta con un sonrisa.
“Te invitan a tomar mate, un café, a quedarte un rato en la estufa para calentarte. Acá hay una espontaneidad y naturalidad propia de la gente que responde a la idiosincrasia chilota”, dice Ampuero.