“Puedes morir”, lamenta el sudanés, Ahmed Kabeer, tras pasar cinco días en la jungla panameña del Darién, convertida en un corredor para la migración irregular que busca alcanzar el sueño americano.
Cansados, con heridas y llagas en los pies una fila de personas cruza el río para llegar a la aldea panameña de Bajo Chiquito, en la frontera con Colombia.
En ese poblado de caminos de tierra el estado panameño ha instalado uno de los campamentos que tiene en la frontera colombiana para brindar asistencia humanitaria a los migrantes.
En la aldea se divisan casas sencillas y tiendas de campaña con ropa colgada. También se escucha el llanto ocasional de niños y se siente el olor a fogones improvisados.
Algunos migrantes necesitan ayuda policial para poder sostenerse mientras cruzan el río. Otros aprovechan el torrente de agua para refrescarse ante un sol inclemente.
A un ritmo cansino, los foráneos, entre los que hay niños de corta edad y mujeres aparentemente embarazadas, caminan cargando las pocas pertenencias que les quedan.
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Acaban de dejar atrás el Tapón del Darién, un corredor selvático de 266 km entre Colombia y Panamá.
"Si hubiera conocido esta ruta antes podría no haberlo intentado porque puedes morir", afirma Kabeer a la AFP. "Fue muy difícil y muy peligroso, está lleno de obstáculos", recuerda con voz pausada este sudanés de 34 años.
Incluso, asegura que tres migrantes del grupo en el que iba murieron cruzando la selva.
"Se cayeron (en un acantilado) cuando subimos a la montaña y murieron, dos hombres y una mujer", dice tras cruzar la selva en cinco días, cojeando y con una profunda cicatriz en su pierna izquierda.
La jungla del Darién, una selva virgen de 575.000 hectáreas y sin vías de comunicación terrestre, se ha convertido en una ruta para la inmigración irregular desde Sudamérica hacia Estados Unidos.
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Los migrantes enfrentan allí serranías, ríos caudalosos, serpientes venenosas, jaguares, arañas, alacranes, lagartos, abejas africanas y hasta la actividad de grupos criminales.
"Los bandidos nos pusieron las armas tres veces, nos robaron todo nuestro dinero, nos dispararon", relata a la AFP el angoleño Paulo da Silva.
Sin embargo, los migrantes deben esperar aún a que los países centroamericanos abran sus fronteras para continuar su periplo.
En Bajo Chiquito, a principios de semana había 500 migrantes, pero las autoridades esperan una nueva ola migratoria.
"Tenemos información que se están desplazando aproximadamente 800 migrantes hacia nuestras áreas de responsabilidad, nos hemos estado preparando", advirtió pocos días antes a la AFP Jorge Bernal, ejecutivo de la Primera Brigada Oriental del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront).
Según datos oficiales, más de 47.000 personas atravesaron la frontera del Darién desde 2017. Aunque en 2020 el flujo descendió por la pandemia en enero, más de un millar de personas la han cruzado ya.
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En su mayoría son haitianos y cubanos, pero también hay asiáticos y africanos, que han visto en la ruta panameña una forma de llegar a Estados Unidos, pese a su peligrosidad.
El Darién es "uno de los puntos más peligrosos del trayecto al tener que atravesar la selva por rutas irregulares y en condiciones de altísimo riesgo", advierte a la AFP Santiago Paz, Jefe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá.
"Las cifras sobre fallecimientos son inciertas" y la situación es más "preocupante" ahora por el covid-19, lamenta Elías Solís, presidente de Cruz Roja Panameña.
Por si fuera poco, el número de niños que ha cruzado la selva se ha disparado, con más de 6.200 en cuatro años.
Actualmente uno de cada cuatro migrantes que atraviesa esta selva es menor de edad y la mayoría de ellos no llega a 5 años.
Muchos llegan deshidratados, con parásitos, llagas y múltiples enfermedades y heridas producto del viaje.
"Las familias o los adultos que habitualmente migraban hacia Estados Unidos están decidiendo hacer la ruta con niños", indica Diana Romero, técnica en protección y migración de Unicef en Panamá.
Kabeer salió de Sudán en 2003 por la guerra. Tras huir por varias naciones de África y Oriente Medio, donde fue encarcelado y torturado -según dice- terminó de nuevo en su país.
Ahora vuelve a intentar buscar un futuro más prometedor en Norteamérica, objetivo que ve más cercano tras cruzar la selva panameña.
"Estoy feliz por haber logrado estar más cerca, pero mi felicidad será completa después de alcanzar los Estados Unidos, hasta ahora creo que llevo un 70% de este largo recorrido", señala ilusionado.
Sin embargo, el ghanés Naziru Osman, advierte:
“El viaje por el tapón del Darién fue una gran experiencia que no quiero volver a repetir en mi vida. No es fácil, es un viaje entre la vida y la muerte”.