Lima. La otrora belicosa dirigente de derecha populista Keiko Fujimori regresó a la arena política para buscar por tercera vez la presidencia de Perú, mostrando un inédito tono moderado y conciliador, después de permanecer 16 meses en prisión preventiva, hasta mayo del 2020.
Hija del encarcelado expresidente Alberto Fujimori (1990-2000), a sus 45 años, casada y madre de dos hijas, Keiko corre con una pesada piedra en el zapato: una acusación de la Fiscalía por recibir presuntamente dinero ilegal de la constructora brasileña Odebrecht para sus campañas del 2011 y al 2016, cargos que ella niega.
Es una de los siete postulantes con posibilidades de pasar a una segunda vuelta decisiva, en una reñida campaña en que ninguno de los 18 candidatos supera el 10% en la intención de voto.
La prisión y la crisis que golpeó a su monolítico partido Fuerza Popular por el escándalo de Odebrecht y otras causas la han debilitado. Pese a ello, Keiko conserva una fuerza electoral que podría ponerla en segunda vuelta y darle una importante bancada en un Congreso que se perfila fragmentado y polarizado.
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“La búsqueda de consensos será fundamental para todos los grupos que lleguen al Parlamento, y en Fuerza Popular es fundamental tender puentes, más allá de quien llegue a la presidencia”, manifestó Keiko en una reciente entrevista.
Legado del padre
Keiko lidera desde hace 15 años el fujimorismo, una exitosa amalgama populista de conservadurismo moral y economía neoliberal que su padre dejó como herencia tras llegar al poder en 1990 derrotando al favorito, Mario Vargas Llosa.
Su liderazgo se basa en gran medida en la popularidad de su padre, quien fue condenado en el 2009 a 25 años de cárcel por corrupción y crímenes contra la humanidad bajo su gobierno (1990-2000). Ella ha dicho que indultará a su progenitor, de 82 años.
A pesar de su condena, muchos peruanos admiran a Alberto Fujimori porque derrotó a la guerrilla maoísta Sendero Luminoso y al guevarista MRTA, y detuvo la hiperinflación heredada del expresidente Alan García.
“Mi intención es salvar a los peruanos de la muerte y del hambre” que causa del coronavirus, declaró Keiko a la AFP, en alusión a la crisis sanitaria y económica que generó la pandemia.
La dinastía
“No tiene otra alternativa, es una dinastía”, dice el politólogo Carlos Meléndez sobre las razones por las que ella sigue en política.
La familia Fujimori, de ascendencia japonesa, ha marcado la política peruana en las últimas tres décadas. Dos de los cuatro hijos, incursionaron en las lides pero Keiko rompió en el 2017 con su hermano menor Kenji, de 40 años.
Ambos se enfrentaron en una guerra fratricida. Kenji se marginó de la política en el 2019 y está distanciado de su hermana.
Keiko, que en japonés significa “hija bendita”, ha pasado la mitad de su vida en política, a la que ingresó contra su voluntad, según confesó. En 1994, a sus 19 años, la separación de sus padres la propulsó a convertirse en primera dama sustituta.
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Sumido en un escándalo, su padre renunció a la presidencia en el 2000 con un fax desde Japón, donde buscó refugio.
Keiko permaneció en Perú y dio batalla cuando hasta los hermanos de su padre estaban prófugos de la Justicia.
En el 2004 se casó con el estadounidense Mark Vito Villanella y se reconcilió con su madre, pero no pudo desligarse de la política. A pedido de su padre, tomó las riendas para relanzar el fujimorismo en 2006.
Postuló al Congreso ese año y obtuvo la más alta votación: 602.000 votos.
Perdió en el 2011 la presidencia ante Ollanta Humala y en el 2016 ante Pedro Pablo Kuczynski, aunque su partido consiguió mayoría absoluta en el Congreso.
Su bancada maniató a Kuczynski hasta forzarlo a renunciar en marzo del 2018, tres meses después de que indultara a su padre. La medida fue anulada por la justicia.
Martín Vizcarra sucedió a Kuczynski y disolvió el Congreso en el 2019. En los comicios extraordinarios del 2020, el fujimorismo perdió el control del Congreso.