Zaporiyia. Tres días después del inicio de la invasión rusa de Ucrania, Marina supo que estaba embarazada. Ahora, esta mujer de 30 años y su marido, se aprovisionan de comprimidos de yodo por temor a una catástrofe en la cercana central nuclear de Zaporiyia.
“Queríamos un niño (...) Pero no sabíamos si había que alegrarse o no” al conocer el embarazo, recordó Marina. “Mi marido dijo: ‘Tenemos que estar realmente contentos. Dios nos lo da, así que todo irá bien’”, contó.
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Ella y otras mujeres entrevistadas por AFP se encuentran en un hospital de maternidad en Zaporiyia, una ciudad bajo control ucraniano a 50 kilómetros de la central nuclear homónima, ocupada por los rusos.
La planta, la más grande de Europa, es objeto de preocupación internacional después de meses de bombardeos de los que Kiev y Moscú se acusan mutuamente.
Ante el temor a un desastre similar al vivido por Ucrania en Chernóbil, las autoridades locales iniciaron a distribuir comprimidos de yodo para ingerir en caso de radiación. Pero eso no quita inquietud a algunas jóvenes madres de esta maternidad.
Valentina, maestra de 25 años, dio a luz a su hija hace tres días. Reconoció “tener miedo”, pero intentó “no pensar en ello, para estar en un estado psicológico normal para poder dar el pecho”.
Al contrario, Anna, una mujer de 23 años que trabaja en un gimnasio, resta importancia a “los rumores” de una posible catástrofe nuclear. “No creo que algo grave pueda ocurrir. Todo irá bien”, afirmó días después del nacimiento de su hijo Maxime.
El hospital se encuentra dentro del radio de 50 km de la central que serían los más rápidamente contaminados en caso de accidente, indicaron los médicos presentes. Y por este motivo, hay que prepararse.
Del paritorio al refugio
“Hemos recibido todas las recomendaciones gubernamentales necesarias llegado el caso, además de los medicamentos contra la radiación”, indicó Larisa Gusakova, pediatra especializada en neonatología de 59 años.
Rusia “debería acordarse de Chernóbil, de cómo de terrible fue”, opinó Natalia Soloviova, ginecóloga de 30 años, que pidió “sentido común” de los dirigentes ucranianos y rusos.
En el hospital nacen unos cinco niños cada día. Después del inicio de la ofensiva rusa, la dirección preparó un refugio en el subsuelo que alberga una habitación con camas para las madres e incubadoras para los bebés.
El personal preparó también reservas de comida y agua para siete días, además de una silla de parto. Siempre por si acaso. En los niveles superiores, unos sacos de arena protegen las ventanas de una sala de la primera planta en caso de bombardeo.
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“Fue muy difícil al principio. Varias veces tuvimos que llevar a las mujeres (al refugio) justo después de dar a luz”, dijo Gusakova.
Pero en algunos meses, la guerra se volvió parte de la vida de la maternidad. Incluso una bebé fue bautizada Javelina, en honor a los misiles “Javelin” estadounidenses que se convirtieron en símbolo de la resistencia ucraniana, explicó la pediatra.
Para Valentina, el nacimiento de su hija Tatiana hace tres días le provocó una fobia a las sirenas. “Antes no me provocaban nada de miedo”.
Los pacientes y el personal médico se muestran igualmente preocupados por los rumores en redes sociales rusas de que el Ejército ucraniano está usando el edificio como cobertura, lo que puede convertirlo en blanco de Moscú.
Para demostrar que eso no es verdad, los responsables del hospital mostraron todo el edifico a AFP. Y en medio de esta situación angustiante, Marina y su familia intentan mantener la esperanza.
“Esperamos lo mejor, que no tendremos que marchar a otro lado, que nos quedaremos aquí, que daré a luz sin problemas y que podremos vivir tranquilamente”, afirmó.