Cuando millones de europeos de 12 países cambiaron las liras, los francos o las pesetas por la moneda común del euro, el entonces presidente francés Jacques Chirac aseguró que Europa estaba “reivindicando su identidad y su poder”.
Para los promotores más entusiastas de la divisa única, el euro no era solo un paso esperanzador para la unidad europea, sino que establecía una rivalidad con Estados Unidos y el todopoderoso dólar.
Pero 20 años después, está fuera de duda que el dólar reina avasalladoramente como divisa refugio internacional.
Cuando la propagación del coronavirus cerró la economía mundial, el valor del dólar se disparó porque los inversores acudieron a la seguridad de la moneda de facto mundial.
Más de $2,1 billones están hoy en circulación y alrededor de un 60% de las reservas de divisas extranjeras de los bancos centrales están en dólares.
El porcentaje del euro se sitúa alrededor del 20%, según el Banco Central Europeo (BCE).
Pero aunque no suponga una amenaza directa a la hegemonía del billete verde, la moneda única europea es un respetable aspirante.
El euro es hijo de un doloroso compromiso entre los dos motores de la Unión Europea: Alemania abandonó su querido marco a cambio de que Francia apoyara la reunificación alemana tras la caída del muro de Berlín.
Al comienzo, las normas del Banco Central Europeo sobre el euro tomaron una línea claramente alemana en la que la estabilidad y evitar la inflación eran la única prioridad.
Hacer del euro una divisa líder internacional "puede haber sido la visión francesa, pero ciertamente no era la del público alemán", dijo Guntram Wolff, director de Bruegel, un centro de reflexión económico en Bruselas.
"Cuando el BCE empezó a operar, lo hizo siguiendo el modelo del Bundesbank, lo que significa básicamente neutral en esa cuestión", indicó Wolff.
En cualquier caso, el sueño se hizo añicos con la crisis de la deuda de la eurozona. En su décimo aniversario, el euro luchaba por su supervivencia.
Herramienta de poder
La idea de promover el euro como herramienta de poder regresó con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Cuando Trump abandonó el acuerdo nuclear con Irán, las compañías que habían invertido en ese país se vieron amenazadas por represalias estadounidenses.
La Unión Europea preparó una estrategia legal para mantener a las firmas europeas lejos de posibles sanciones de Washington, pero el plan fracasó porque las empresas temblaron ante la idea de desafiar al Tío Sam y al amplio alcance del dólar.
Molestos, los líderes europeos pidieron a la Comisión Europea trabajar en maneras de compensar el uso del dólar como arma. El órgano ejecutivo presentó algunas ideas en enero, pero no una propuesta legislativa.
Un responsable europeo conocedor del debate aseguró que, con la salida de Trump, la cuestión perdió importancia. Y en cualquier caso, "cuando hablas del rol internacional del euro, hablas de todo y de nada al mismo tiempo".
"Todo el mundo está de acuerdo con el principio de que el euro tenga un mayor rol en el mundo, pero donde surgen desacuerdos es en cómo llegar a eso", dijo.
La mayoría concuerdan en que el ingrediente mágico que falta es un activo seguro, un equivalente europeo a los bonos del Tesoro estadounidense que desde la Segunda Guerra Mundial han sido el refugio global de los inversores ante mercados tempestuosos.
La gran demanda de bonos europeos para ayudar a pagar el enorme fondo del bloque para la recuperación pospandémica ha dado más fuerza a este argumento.
Pero esta cuestión está fuera de la mesa para países como Alemania y Holanda, que temen terminar pagando préstamos que benefician a Estados endeudados como Francia, España o Grecia.
Para Wolff, del instituto Bruegel, no se puede discutir que un eurobono "ayudaría". Pero lo mejor para el euro sería una economía productiva, afirmó.
“Si tienes una economía dinámica, la inversión internacional vendrá a Europa y fortalecerá el euro como divisa”, defendió.