El poeta costarricense Luis Chaves escribió una vez que el cambio climático es escuchar la canción del verano durante el invierno. No miente: el cambio climático es muchas cosas, varias de las cuales aún estamos por ver, y numerosas más que ya podemos señalar como consecuencias de un planeta que está respondiendo a los frutos de la existencia humana.
Más allá de ese sentimiento de que las épocas climáticas se confunden las unas con las otras, los cambios de temperaturas, las transformaciones en el ecosistema y las secuelas de nuestro llamado desarrollo confluyen en uno de los esquemas esenciales de nuestra sociedad: la vida urbana, que es en parte causa y efecto de toda esta situación.
Si bien el cambio climático ya afecta las costas y lugares que históricamente fueron fríos, así como ha sido responsable de transformaciones en las industrias agrícola y ganadera, entre los tantos efectos que podemos ir descontando, es importante recalcar que las ciudades no están exentas de estas consecuencias.
Más importante aún, es menester que analicemos el cambio climático no solo desde la percepción humana y las consecuencias que pueda tener para nuestra especie, sino de forma integral, tomando en cuenta todos los elementos que conforman el ecosistema sobre el cual decidimos construir nuestras civilizaciones.
Así las cosas, dejar por fuera de la ecuación al mundo animal –el doméstico y el salvaje– supone un problema que de igual manera terminará pasándole la factura a nuestro diario vivir. El calentamiento global no es solo un asunto de temperaturas volátiles, sino también de cómo esas permutas afectan y afectarán a todos los seres vivos del planeta Tierra.
El calentamiento global provoca, entre muchas otras cosas, que algunos animales se vean obligados a cambiar sus hábitos y los espacios que ocupan para subsistir. Es decir, que se vean obligados a salir de sus hábitats característicos o, en su defecto, que los seres humanos los destruyan.
En Chicago, Estados Unidos, por ejemplo, más de 2.000 coyotes se asentaron en el área metropolitana de la ciudad desde el 2012, aproximadamente, al punto de que a algunos incluso se les vio midiendo el tráfico para cruzar las vías, tal como lo hacemos diariamente los ciudadanos humanos en cualquier parte del mundo.
En Londres, Inglaterra, un zorro encontró su hogar en los escombros y la basura de los trabajadores de una construcción de un edificio. El zorro rojo vivía en el piso número 72 de una edificación sin terminar, y es uno de los miles de su especie que se han adaptado a la ciudad para sobrevivir, a pesar de que las ciudades no necesariamente son los hábitats más sanos para la fauna.
Tristan Donovan, autor del libro Feral Cities, el cual se concentra en las aventuras de los animales silvestres en la jungla urbana, considera que hay dos historias alrededor de la vida salvaje en las ciudades: la primera y mejor documentada es sobre cómo la expansión urbana destruye el hábitat animal, y la segunda y de la cual trata su publicación es sobre cómo algunos animales salvajes se logran adaptar a la vida urbana, lo cual –según sus conclusiones– “parece estar sucediendo más y más alrededor del mundo”.
Donovan encontró decenas de ejemplos: culebras en bañeras, osos robándose basureros, lagartijas gigantes viviendo en el techo del parlamento tailandés, y mandriles en Ciudad del Cabo que entran a las casas, se meten a los carros, ingresan a las cocinas de restaurantes e incluso llegan a áreas de mesas a comerse la comida de los clientes.
San José no se escapa de eso, y varios expertos ya han encontrado diversos ejemplos de la fauna urbana que se está desarrollando en la capital costarricense, en cuenta familias de aves, serpientes y mamíferos, algunos de los cuales son nativos de la ciudad y otros que más bien han migrado de sus hábitats para encontrar nuevas soluciones al asunto de persistir en la vida.
Estos son algunos casos de la vida silvestre citadina que se registra en San José, así como las recomendaciones de los expertos para que los ciudadanos sean capaces de convivir con ellos.
El experto en mamíferos y murciélagos Bernal Rodríguez recuerda que de niño era común ver armadillos paseándose por La Sabana, algo que desde hace años no ha vuelto a suceder. Como ese, tiene varios ejemplos más de cómo la ciudad de San José ha cambiado su relación con algunos animales.
“En el Valle Central había jaguares y dantas, entre un montón de especies más que desaparecieron del área metropolitana”, dice Rodríguez. “También hay especies que se mantienen pero reducidas, como los ratones silvestres de quebradas, las musarañas y los murciélagos”.
Además, hay casos en los que el efecto es el contrario, como el crecimiento en poblaciones de mapaches que provoca el mal manejo de la basura. Sin embargo, como apunta Rodríguez, que hayan muchos mapaches en la ciudad no necesariamente quiere decir que estén sanos; lo más probable es que no.
En el cielo raso del Colegio México, en barrio Aranjuéz, prácticamente en el núcleo de la ciudad capital, viven o visitan varios mapaches acostumbrados a comer alimento para gato que les regalan los empleados de esa institución. El guarda nocturno del colegio asegura que les encanta esa comida y que ya son actores regulares del panorama.
Rodríguez señala que otros mamíferos que se benefician de la urbanidad son las ratas domésticas –que son nativas de Asia–, así como algunos zorros pelones, zarigüeyas y ardillas. Las ardillas, de hecho, no solían ser tan normales en la ciudad sino hasta recientemente, que se ven trepándose en cuanto árbol se encuentre rodeado de cemento y humanos.
“Algo curioso es la percepción sesgada que tenemos los humanos de la fauna”, manifiesta Rodríguez. “Si hay un murciélago en los techos la gente busca cómo matarlo, pero si es un mapache no, porque es muy lindo para matarlo. Es una afinidad, pero por supuesto todas las especies tienen la misma validez; todas son especies silvestres y es prohibido matarlas”.
Sin embargo, Rodríguez considera que la diversidad del Valle Central está mejor de lo que muchos creen, aunque se puede hacer mucho más para resguardarla. “A pesar del crecimiento inmenso que hay, existen todavía algunas especies clave y algunos reductos de bosque –sobre todo por los ríos– que podríamos estar a tiempo de rescatar para frenar la pérdida de especies”.
En el campus Rodrigo Facio de la Universidad de Costa Rica (UCR), en Montes de Oca, un poste de alumbrado público se convirtió en el espacio que ocupa el nido de una pareja de aves soterrés (Troglodytes aedon), en un claro ejemplo de la apropiación animal de estructuras creadas por humanos.
El ejemplo es particular no solo por el impacto que causa ver el nido donde antes había una bombilla eléctrica, sino también porque la UCR es un agente relevante en cuanto a la recepción de especies, debido a sus áreas protegidas y a sus numerosas zonas verdes.
Los pájaros carpinteros (Melanerpes hoffmannii) posan comúnmente en los árboles de la ciudad universitaria, al igual que especies raras, como las aves Melozone leucotis (conocidas como pinzones), cuyas estructuras podrían estar transformándose debido a la urbanización, al igual que algunas características de los soterrés.
Ahí mismo conviven otras especies de aves, como los cardenales o sangre toro (Piranga rubra) y los bobos (Momotus momota). No es coincidencia que las características de la UCR sirvan para atraer a tantas especies; de hecho, es una suerte de común denominador, pues en lugares como el Parque Metropolitano La Sabana y el antiguo zoológico Simón Bolívar pasa algo similar.
Este tipo de territorios son algunos de los pocos corredores biológicos que quedan en la ciudad, y los animales los usan como puentes a la hora de migrar durante ciertas épocas del año.
En los últimos años, han llegado a La Sabana unas aves que antes costaba ver merodeando la ciudad: los patos de tipo Piche (Dendrocygna autumnalis), hermosos ejemplares de color café con algunos detalles en rosado que actualmente viven durante algunas épocas en el lago del parque josefino.
“Si a usted le secan la laguna en la que vive tiene que empezar a volar a ver dónde encuentra otra laguna”, explica el biólogo experto en aves Luis Sandoval. “El Piche es una especie nativa que se reproduce en las tierras bajas de Guanacaste y Puntarenas, y debido a que se secan los humedales en los que suele vivir tiene que empezar a buscar lugares nuevos para ocupar”.
Otro ejemplo de migraciones inéditas es el de una garcilla verde (Butorides virescens) adulta que migró al Parque Zoológico y Jardín Botánico Natural Simón Bolívar, en el centro de la ciudad, para anidar y tener a sus crías allí. De igual manera, su movimiento hacia la ciudad tiene que ver con la desaparición de los humedales.
Además de la escasez de humedales, el turismo forzado con opciones de quedarse que hacen algunos animales también se ve impulsado por la reducción de los bosques y los aumentos de las temperaturas. Por eso, hoy en el Parque Central de San José vemos decenas de pericos que antes no sobrevolaban masivamente la ciudad.
Son los llamados chucuyos o pericos de palmera (Psittacara finschi), cuyo verdor pinta ciertas partes de San José –especialmente parques– para el deleite de los transeúntes y por necesidad propia. A ellos también se les puede ver utilizando postes de luz como árboles.
“Los pericos del Parque Central no siempre han estado ahí. Antes estaban en el Caribe y en el Pacífico Sur”, explica el biólogo. “Los cambios han hecho que colonicen casi todo el país por debajo de los 2.000 metros sobre el nivel del mar. Son muy comunes porque pueden usar cualquier hueco en los edificios para reproducirse”.
Así como hay pájaros nuevos en la ciudad de San José, también hay otros que más bien estaban antes y ya no se ven tanto, como es el caso del tijo y la paloma yuré, que años atrás solían encontrarse en áreas de cafetales o potreros, y cuyas poblaciones han disminuido considerablemente en el Valle Central.
Otras aves, como los sotorrés y los cuatro ojos, han cambiado las estructuras de sus vocalizaciones para poder comunicarse mejor en la ciudad, pues necesitan encontrar la forma de diferenciar sus cantos del ruido de los carros y la gente, y en general de todo el zumbido que asumimos como la banda sonora de la metrópolis.
Otra característica que parece estar cambiando es el horario de funcionalidad de algunos pájaros. “La mayoría de aves diurnas dependen de la vista para encontrar comida, entonces confunden las luces de la ciudad por luz solar, y empiezan a cantar a deshoras”, dice Sandoval.
“En Costa Rica no se ha estudiado, pero en Europa sí, y hay especies que cantan de noche porque al no haber ruido es más fácil transmitir el canto. No obstante, si pasan despiertos más tiempo eso representa un gasto enérgico mayor”, agrega.
La erradicación de los cafetales en el área metropolitana también afecta al comemaíz (Melozone biarcuata cabanisi), una especie endémica del Valle Central que depende de ese tipo de espacios para sobrevivir, y que es una de las especies que antes solía pasar partes del año en tierras altas para luego bajar, pero que cada vez tiene menos vegetación para usar como corredor biológico.
Cierta gama de canales de televisión ha ayudado a sembrar el pánico cuando de serpientes se trata, especialmente cuando estos reptiles –muchas veces venenosos– se acercan a las urbes humanas. Por ser escurridizas, calladas y sorpresivas, las serpientes representan el temor humano por excelencia que provoca la migración de la vida silvestre a las ciudades.
El biólogo e investigador Fabián Bonilla comenta que San José centro es uno de los lugares del área metropolitana donde usualmente hay reportes de avistamientos de serpientes, junto a Santo Domingo de Heredia, Tres Ríos y Pavas. “La vida silvestre se asocia principalmente a ríos y quebradas que tienen árboles y vegetación que funcionan como puentes o corredores biológicos”, comenta.
Como consecuencia de la acelerada ocupación del territorio, se espera que haya más avistamientos de serpientes en el futuro. “Ahora rondan las 2.000 llamadas al año para serpientes y cocodrilos, y en zonas urbanas se estima que haya un mayor número de encuentros animal-humano, porque la ciudad cada vez se hace más grande y hay más gente”.
Usualmente es el cuerpo de bomberos el encargado de resolver casos de apariciones de serpientes en zonas de esparcimiento humano, y uno de los principales objetivos es apartar a estos animales sin tener que matarlos.
No obstante, según un estudio de Gutiérrez y Sasso citado por Bonilla, la mayoría de mordeduras de serpiente se sigue dando en zonas rurales más que en las urbes.
“Los comportamientos o las distribuciones de las serpientes se ven afectadas por condiciones que están cambiando en el ambiente: hay menos fuentes de agua que tienen que compartir más individuos, por ejemplo”, apunta Bonilla.
El promedio de mordeduras actualmente es de 600 al año, pero fenómenos como El Niño inciden en estas dinámicas, por lo que el número podría disminuir el próximo año. Lo que no sucede con las serpientes –a diferencia de las aves y los mamíferos– es que hagan migraciones masivas a la ciudad, sino que más bien son especies que siempre han estado ahí, según los estudios que hasta la fecha se han realizado.
En Heredia y en Montes de Oca, por ejemplo, las corales venenosas han estado ahí durante cientos de años. No es raro verlas cruzando la calle o la línea del tren, por ejemplo. En las zonas más altas siempre ha habido loras venenosas. “Hace 20 años en San José todavía había cafetales, por lo que no es anormal ver serpientes en lugares donde se empieza a construir”, dice Bonilla.
“Uno podría pensar que eso será más frecuente, pues existe un boom de tener mascotas exóticas en casa”, alega Bonilla. En Florida, Estados Unidos, por ejemplo, la moda de las pitones ha causado innumerables accidentes cuando los animales se escapan y llegan a la ciudad.
Para el biólogo es necesario recalcar que las serpientes son parte esencial de la biodiversidad costarricense, y que se encuentran prácticamente en todas las partes del país, salvo en zonas altas como el cerro Chirripó.
“El comportamiento normal de las serpientes es pasar desapercibidas, sin embargo cuando las vemos es debido a un alto desarrollo que les deja poco espacio para que vivan”, dice Bonilla.
Las serpientes siempre buscan algún tipo de refugio, por lo que es común encontrarlas en jardines, huecos, bodegas, canoas o incluso cielo rasos. Si se encuentra una en su hogar, lo recomendable es que no se aventure y llame al 911 para que Bomberos atienda el caso.
Matar a las serpientes podrá parecer buena opción para la mayoría de humanos que se espantan con su presencia, pero naturalmente no es la opción recomendable según los entendidos en la materia. “Lo que más se da es que les parten la cabeza. No es fácil trabajar con las serpientes porque no son los animales más queridos”, cuenta Bonilla.
“Recordemos que los animales ya estaban aquí ante de que nosotros llegáramos. No por estar en la ciudad estamos exentos de los animales silvestres. Hay que aprender a convivir con eso, a respetarlos y –en el caso de las serpientes– a no jugarse el chance sin llamar a las autioridades respectivas”, concluye el biólogo.
Sobre el tema de la convivencia y la aceptación, Bernal Rodríguez recomienda, también, tener una mente más abierta. “No somos la única especie en el planeta. Además, estas especies están jugando un rol ecológico que mejora la calidad de vida. Sería diferente si tuviéramos una ciudad más verde; sería más agradable”.