Los ríos Chirripó y Corinto, en Guápiles, bordean un área boscosa en la que se resguardan, por lo menos, 3.000 años de historia.
Lo que hoy se conoce como sitio arqueológico Nuevo Corinto, en Guápiles de Pococí (Limón), es un libro abierto, que revela el modo de vida de las culturas precolombinas, que habitaron el Caribe de Costa Rica.
Descifrar las páginas de ese libro, es la tarea que ocupa a un equipo de arqueólogos de la Escuela de Antropología de la Universidad de Costa Rica.
Desde el año 2007, los investigadores han realizado excavaciones en varios sectores de una finca, de aproximadamente 200 hectáreas, propiedad de la familia Rojas Alvarado. Los arqueólogos estiman que de esas 200 hectáreas, 180 muestran algún tipo de vestigio; sin embargo, todavía queda mucho por explorar.
Según explicó la arqueóloga Silvia Salgado, luego de diversas visitas de campo, hechas entre el 2010 y 2014, se hallaron vestigios de estructuras arquitectónicas precolombinas como montículos, plazas para eventos públicos, tumbas, escalinatas, caminos empedrados y acueductos, que comprueban la existencia de una aldea cacical.
También se han encontrado objetos de cerámica o fragmentos de ellos y piezas de piedra como metates y esculturas.
De acuerdo con la experta, este complejo arquitectónico fue construido a partir del año 700 d. C., por lo que corresponde a una ocupación tardía.
Sin embargo, el equipo identificó pistas de ocupación humana a lo largo de unos 3.000 años, es decir, desde el 1.500 a. C. hasta el 1.400 d. C.
De acuerdo con Salgado, el objetivo principal de este proyecto de investigación es comprender cómo las sociedades tempranas fueron evolucionando hasta alcanzar una organización política y social más compleja y diferenciada, como los cacicazgos.
“Queremos tratar de entender cómo poblaciones autónomas y cuyo modo de subsistencia era la producción familiar se fueron desarrollando hasta agruparse en aldeas y conformarse en sociedades diferenciadas”, dijo Salgado.
Su colega Patricia Fernández sostiene que la manufactura cerámica y lítica (piedra) presenta un un alto grado de especialización, así como características particulares y únicas de ese sitio.
“Por ejemplo, la producción en piedra observa un sello distintivo, que es el uso de pintura blanca como elemento de decoración. Asimismo, la cerámica con engobe (pasta de arcilla), en colores naranja y rojizo, parece ser un rasgo predominante”, dijo Fernández.
Ventana al pasado. La temporada de excavación más reciente se llevó a cabo durante la última semana de julio y se centró en un montículo de grandes dimensiones.
“Es el primer montículo grande, con el que uno se topa al ingresar al sitio, en dirección noroeste. Mide cerca de 30 metros de diámetro y está asociado a otra estructura que está enfrente de él y que parece haber sido una plaza. Hay una especie de espejo en el diseño de estas dos estructuras”, reveló Salgado.
En una excavación anterior, en ese mismo montículo, se había encontrado una escalinata de 21 peldaños en muy buen estado de conservación. Los arqueólogos también se sorprendieron, al descubrir una pequeña cabeza de jaguar en piedra, incrustada entre los peldaños de esa escalinata.
“Durante esta temporada, el objetivo fue localizar, por decirlo así, el último piso de ocupación de este montículo para intentar conocer qué tipo de actividades se realizaban ahí: si era un espacio de uso ritual, habitacional o de otro tipo. ”, detalló Salgado.
La arqueóloga informó de que ese “piso” se localizó a 20 centímetros de profundidad.
“Ahí hallamos una especie de compactación del suelo, así como una herramienta para la fabricación de objetos de piedra”, expresó Salgado. En esta jornada de excavaciones también se analizaron las características arquitectónicas del montículo.