Hace unos 5,8 millones de años, en Coto Brus vivió un perezoso gigante, que, hasta este 2020 era desconocido para la ciencia. Pesaba unas cuatro toneladas, medía unos tres metros, andaba en manadas y se alimentaba de hierbas.
Sus huesos fueron presentados en agosto de 2018. Durante este tiempo, un grupo de paleontólogos trabajó para determinar sus características, describir sus huesos, compararlos con otros, y ver si corresponde a especies anteriormente descritas o si se trata de especies o géneros completamente nuevos para la ciencia.
Hoy se sabe que estamos no solo ante una nueva especie, sino ante un nuevo género taxonómico. Un género es una clasificación de la biología: un grupo de especies que, se diferencian entre sí, pero conforman una misma familia. Las familias están por compuestas por géneros, y estos, a su vez, por especies.
Este viejo ancestro ya tiene nombre: Sibotherium ka, que significa en bribri “Bestia del sitio de Sibö”. Sibö es la principal deidad en la mitología cabécar y bribri.
Este nuevo género fue hallado gracias a excavaciones en San Gerardo de Limoncito, en Coto Brus, a unos 11 kilómetros de San Vito.
Este el fruto de trabajo de años de especialistas de paleontología del Museo Nacional, el Instituto Nacional de Aprendizaje y el Laboratorio de Palentología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas del Ministerio de Ciencia y Tecnología (IVIC).
“Sabemos que era un animal cuadrúpedo pero que tenía habilidades bípedas, es decir, si necesitaba alcanzar comida de ramas de árbol que le quedaban muy alto, podía pararse sobre sus patas traseras y alcanzarlas”, explicó Ascanio Rincón, jefe del Laboratorio de Paleontología del IVIC y quien lleva años de estudio de este tipo de animales prehistóricos.
“Ellos que andaban en manada, se encontraron huesos de al menos tres individuos que, por su tamaño se ve que podrían tener diferentes edades”, agregó.
El hallazgo fue publicado en artículo científico en la Revista Geológica de América Central.
Su ‘casa’ hoy: un terreno inestable, húmedo y lluvioso
Las investigaciones comenzaron en San Gerardo de Limoncito de Coto Brus en 2003. Era una zona que no estaba en el ojo de los científicos, pero sí de los lugareños. Todo comenzó con denuncias que se recibieron que vecinos estaban vendiendo huesos y fósiles.
“Eran personas que muchas veces no tenían mayores posibilidades económicas y esa era una de sus salidas”, manifestó el paleontólogo César Laurito, formador del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) e investigador asociado del Museo Nacional.
Esto alertó al Museo Nacional para empezar un trabajo de campo en el lugar, el primero de este tipo en Costa Rica, donde es poca la cultura en Paleontología.
Con la ayuda de un muchacho de la zona llamado Luis Pérez, Laurito y Ana Lucía Valerio, coordinadora de la sección de Geología del Museo Nacional, se adentraron a hurgar en los secretos del hogar de estas criaturas hace millones de años.
El sitio de estas investigaciones de campo, eso sí, presentaba sus riesgos.
“Era un lugar peligroso. Ingresar y salir era difícil. Vimos deslizamientos, era una zona de alta sismicidad y muy lluviosa. Pero con cada deslizamiento o cada lluvia salían nuevas cosas. Cada vez que volvíamos después de una época lluviosa veíamos cosas nuevas”, dice el paleontólogo tico.
Y agrega: “una vez se vino un deslizamiento y yo tuve que pegar un brinco para atrás para que no me cayera encima”.
Valerio complementa: “a veces estábamos excavando y escuchábamos ruidos, y, somos géologos, sabíamos donde estábamos metidos y cuándo se podía deslizar la tierra. A veces esa tierra le caía al equipo y teníamos que excavar para sacar el equipo”.
Estas pesquisas dieron con múltiples hallazgos, no solo con el nuevo género de perezoso gigante que tenemos hoy, también se recolectaron fósiles y huesos de tres especies de caballos, una especie de mastodonte y se describió por primera vez al Scirrotherium antelucanus, un armadillo “de gran talla”.
Los primeros huesos de Sibotherium ka se hallaron en 2003 y 2004: restos fosilizados de las extremidades anteriores y posteriores, molares, fragmentos de cráneo, costillas y vértebras de este nuevo género animal.
Discriminar en laboratorio
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Encontrar los huesos era el inicio. Se debía analizar uno por uno.
“Cuando excavábamos los fósiles aparecían juntos, mezclados. Teníamos que llegar al laboratorio a separar por especies y estudiar a qué animal pertenecía cada fósil y de cuándo podían datar”, expresó Valerio.
Los científicos analizaron más de 2.600 muestras para descubrir pistas de dónde podrían apuntar.
Con el Sibotherium ka, se sabía que había un perezoso por la forma de uno de los huesos de tobillo que se encontraron, pero debía analizarse más allá.
“La preguntar era ¿dónde lo llevábamos para análisis? ¿qué hacíamos?”, rememoró la geóloga.
Laurito agrega: “como científico uno debe reconocer sus limitaciones. Por más esfuerzo que yo haga yo no tengo ese conocimiento que se necesita en perezosos de este tipo, debíamos buscar a quien sí sabía”.
Y es ahí dónde contactan a Ascanio Rincón, quien como paleontólogo se ha dedicado a estudiar este tipo de animales prehistóricos.
El venezolano se sumó al equipo y fue así como en 2018 indicaron que, efectivamente, se trataba de un perezoso gigante, pero aún debía compararse con los géneros y especies ya existentes y ver si era uno de esos o si se trataba de una nueva especie o un nuevo género.
“Es ser capaz de saber qué especie es con solo el 15% del cuerpo; ¿cómo armar ese rompecabezas? En este caso, sí teníamos material de varios tipos de hueso que nos ayudan a entender”, recalcó Rincón.
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¿Cómo sabemos que estamos ante una nueva especie y género?
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Los perezosos gigantes componen una familia llamada Megatheriidae. Esta familia de perezosos gigantes es parte del orden (un orden está compuesto por varias familias) llamado Xenarthra, a la que también pertenecen los perezosos que vemos hoy en los árboles, pero también los armadillos y los osos hormigueros.
En otras palabras, Sibotherium ka está “emparentado” con ellos.
La comparación de estos huesos y su análisis riguroso indicó que este perezoso prehistórico, tenía sus similitudes con otros de la misma familia, pero también sus diferencias, que no solo lo hacía una nueva especie sino un género completo nuevo para la ciencia.
“De la familia Megatheriidae hay unos ocho géneros conocidos. Buscamos con base en lo que teníamos ‘esto se parece a esto, esto no. Las mandíbulas no encajaban con ninguno de los géneros hasta el momento. Su hueso de tobillo también es mucho más ancho que largo”, ejemplificó Ascanio.
“Cuando tuve los huesos en las manos, ya me imaginaba algo grande. Me temblaban las manos, se me aceleraba el pulso”, recuerda.
Y añade: “el confirmar algo así es como ver un hijo. Dicen que el cazador de fósiles no mata a su presa, la resucita”.
Laurito indica: “cuando las excavaciones comenzaron no me imaginé que íbamos a dar con algo de tanta antigüedad, nos preguntábamos si algo de hace tres o cuatro millones de años, pero estamos hablando de que esto es de hace 5,8 millones”.
Y con eso venía el siguiente paso: bautizarlo, ¿cuál nombre y por qué?
Allí fue donde se mezclaron la mitología indígena costarricense pero, también, las características geográficas de lo que hoy es el continente americano; no había un istmo que los uniera, pero sí se daban, en algunas circunstancias, pasos de animales desde América del Sur, lo que se estima ocurrió con este animal.
“Es como imaginar a Dios juntando la tierra y colocando a este perezoso ahí”, puntualizó Rincón.
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¿Cómo llegó a Costa Rica? Importancia para la historia y geología
El descubrimiento de este nuevo género no solo es importante para la paleontología nacional, también determina mucho de la geología y de la historia.
“El Istmo se comenzó a unir hace 3,5 millones de años, pero por la edad, y por las similitudes de este perezoso con los vistos en Colombia y las partes nortes de Venezuela indica que tuvo que darse un paso en algún momento para que llegara al país”, apuntó Rincón.
Laurito complementa: “ellos no nadaban, no tenían adaptaciones para bucear, no iban a atravesar un estrecho de entre 100 y 200 kilómetros, ellos eran terrestres”.
“Los que llegaron antes, los precursores, eran esos heraldos que anunciaban que llegaba ese intercambio de fauna entre el Norte y el Sur”, indicó el paleontólogo venezolano.
¿Cómo llegó a Costa Rica? Laurito dice que en ese entonces en esa parte Sur Costa Rica donde vivían estos animales eran “bosques sumamente lluviosos”, con lluvias mayores a las que hoy hay en Corcovado, por ejemplo. Ese clima también se veía en el norte de lo que hoy es América del Sur. Y ese clima fue crucial para que estas especies llegaran a Coto Brus.
“Lo primero que hay que tener en cuenta es que el ambiente era muy diferente al de hoy. Estábamos en un gran estuario, en la desembocadura de un gran río. En donde los fósiles fueron hallados en realidad hoy están a 800 metros sobre el nivel del mar, pero en ese entonces estaban a nivel del mar”, aseguró Laurito.
“El Istmo en ese entonces probablemente estaba constituido por una serie de islas. En un momento tectónico importante lo que hoy es el sur de Costa Rica y Panamá estaban chocando con América del Sur. Y había en ese momento un levantamiento tectónico del fondo océanico y eso posiblemente coincidió con bajas en el nivel del mar que hizo que se conectara el territorio panameño con el de Colombia y permitieron paso de estos mamíferos”, añadió.
Este puente terrestre o conexión terrestre, según Laurito, no fue perfecto, fueron momentos específicos geológicos en los que se dieron las condiciones y se formaron esos puentes y que las islas se conectaran y los animales pudieran caminar y llegar hasta Coto Brus.
“Confirmar que hoy tenemos al Sibotherium ka es también confirmación de cómo fue nuestro continente hace muchísimos años, es parte de nuestra historia y de quienes somos”, concluyó Rincón.
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