En abril del 2013, la escena era así: un puñado de piedras apiladas sin ton ni son, hundidas en una zanja y cubiertas de maleza. Después de un aguacero, el cuadro era muy parecido a un río, con todo y sus rocas desordenadas.
En marzo del 2014, un área de 1.925 metros cuadrados dentro del Monumento Nacional Guayabo luce como los arqueólogos estiman que se veía en algún momento entre el año 500 y el 1.350 d. C.
Un proyecto de restauración financiado por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) permitió reconstruir varias estructuras del complejo principal de este sitio arqueológico, ubicado en Turrialba, Cartago.
Se trata de un tramo de 25 metros de la calzada Caragra, el principal punto de entrada, así como dos montículos en forma de ocho y otras dos calzadas que, por estar elevadas a un metro del piso, tienen apariencia de muros.
Todas estas estructuras de piedra confluyen en la denominada plaza mayor y el montículo central, dos vestigios que la investigación arqueológica de ese sitio asocia con un gran espacio donde se congregaban multitudes para participar de eventos públicos.
“Estas estructuras llegaron casi al punto del colapso, principalmente porque el terreno se ha ido desestabilizando a lo largo de los años debido a la gran cantidad de lluvia, a los hormigueros de zompopas y algunas modificaciones hechas por el hombre”, explicó el arquitecto Enrique Barascout, quien dirigió las obras de reconstrucción.
Su equipo volvió a levantar cada una de las estructuras utilizando los mismos materiales con que fueron construidas: piedras y tierra, pero fue la investigación arqueológica la que mostró a los arquitectos de hoy cómo fue que los constructores precolombinos diseñaron su infraestructura en Guayabo.
“La excavación nos permitió llegar hasta las bases de las estructuras que, en el caso de los montículos, eran anillos de piedra, y en los muros, eran alineaciones”, explicó la arqueóloga Luz Marina Castillo. La investigación también reveló el patrón constructivo que sirvió de modelo para restaurar las estructuras.
“Eran piedras de cara plana de diferentes tamaños que fueron colocadas unas encima de otras y ‘amarradas’ con tierra”, agregó.
Diseño especializado. Tanto Barascout como Castillo coinciden en que este complejo refleja una cuidadosa planificación urbana.
El proyecto concluyó con la restauración de los últimos 25 metros de la calzada Caragra, un camino de piedra de 171 metros que conduce a la plaza mayor y al montículo principal. Los montículos son dos, pero por su diseño en forma de “8” se convierten en cuatro estructuras. Los muros, en los costados suroeste y noreste de la plaza mayor, sorprendieron a los investigadores. “Yo prefiero llamarlas calzadas elevadas pues están a un metro sobre el nivel de la plaza principal; entonces, habría que realizar más investigación para averiguar su verdadero uso. A simple vista, y por su altura, pudieron haber sido como una especie de butacas, pero también como vías de acceso”, explicó Barascout.
La inversión total en las obras fue de ¢180 millones.