En dos laboratorios, –uno en Houston, Estados Unidos, y otro en Liberia, Costa Rica–, el equipo del astronauta Franklin Chang Díaz trabaja intensamente en un motor de plasma para futuras exploraciones espaciales, incluidos viajes tripulados a Marte.
Esa podría ser la culminación de un sueño que este tico comenzó a cultivar siendo apenas un niño.
Este sueño lo ha llevado en el transcurso de sus 67 años de vida a salir siete veces de la Tierra y a convertirse en uno de los científicos más respetados en la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés).
Desde mayo del 2012, su retrato está en el Salón de la Fama de los Astronautas de los Estados Unidos, junto a otros 80 hombres y mujeres claves en la carrera espacial de ese país y del mundo.
A este tico nacionalizado estadounidense, se le reconoce ser el primer astronauta centroamericano en volar al espacio, y uno de los seres humanos que más tiempo ha pasado fuera de la Tierra: 66 días 18 horas y 16 minutos.
Junto a Jerry Lynn Ross, también comparte el récord de acumular siete viajes en transbordadores espaciales.
Mirada sin fronteras
“El tiempo corre y nunca para, y lo importante es utilizarlo bien. El tiempo no debe perderse. Yo les digo a los jóvenes que deben moverse, porque muchas veces pueden pasar mucho tiempo pensando qué pueden hacer y, mientras lo están pensando, el tiempo pasa. Y a veces lo importante es moverse, y se pueden ir acomodando en el camino”.
Estas palabras quedaron registradas en una publicación de mayo del 2012, cuando su nombre se grabó junto al de Alan Shepard, el primer norteamericano en el espacio, y John Glenn, primer estadounidense en orbitar la Tierra, en el Salón de la Fama de la NASA.
Chang Díaz aprovecha cada ocasión con niños y adolescentes para sembrar en ellos ese mensaje: el de alguien que fue niño como ellos y que hoy está viviendo su sueño a punta de esfuerzo y trabajo constantes.
Fue un 23 de agosto de 1968 cuando el futuro astronauta dejó Costa Rica para afincarse permanentemente en Estados Unidos.
Con poco dinero en el bolsillo, Chang ha relatado varias veces que tuvo que ganarse la vida lavando platos en restaurantes de ese país para financiar su carrera.
Pero valió la pena. Su esfuerzo y sacrificio lo convirtió, a la postre, en físico e ingeniero mecánico de la Universidad de Connecticut, y en doctor en Ciencias de la Fusión Nuclear del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Esos títulos los acompaña con especialidades en física nuclear y física del plasma, porque él nunca ha dejado de estudiar y aprender.
A propósito del doctorado honoris causa otorgado por la Universidad de Costa Rica (UCR), en agosto del 2013, Chang rememoró su primer intento para ingresar al programa de formación de astronautas de la NASA.
Según relató, él envió una carta expresando su deseo de ingresar al programa.
Recibió de vuelta una negativa subrayada en lápiz rojo, que decía: las oportunidades en la NASA están limitadas a ciudadanos norteamericanos.
Lo que sucedió después se puede buscar en la NASA y en los laboratorios donde Chang lidera al equipo que prueba el motor de plasma para futuras exploraciones espaciales.
Primera vez
Parte de la reacción a ese ‘No’ escrito en rojo, se dio en 1977, cuando adquirió la nacionalidad estadounidense. Posteriormente, en 1980, subió su primer peldaño: ingresó en la lista de 19 personas que se formarían como astronauta. Fue elegido entre casi 4.000 aspirantes.
Cuatro años después, la noticia saltó a las páginas de los periódicos: la NASA programó el que sería el primer viaje de Chang al espacio y la primera misión de un astronauta centroamericano.
“El 12 de enero de 1986 marcó el inicio de la carrera espacial del primer tico que lograba esa hazaña. La STS-61C, a bordo del transbordador Columbia, fue la primera de siete misiones en las que Chang participó como astronauta de la NASA, entre 1986 y 2002”, relató este diario en enero del año pasado, al cumplirse tres décadas de esa primer viaje.
“Por un lado, mi sueño de toda la vida se hizo realidad, pero por otro, en medio de la euforia del regreso ocurrió la tragedia del Challenger. Nuestra tripulación había sido asignada originalmente a ese vuelo y luego nos movieron al Columbia”, recordó Chang en ese aniversario.
La explosión de ese transbordador y la posterior tragedia del Columbia, en febrero del 2003, son dos de los acontecimientos marcados para siempre en su memoria.
Chang, como los demás astronautas, está consciente del riesgo que existe en cada despegue y aterrizaje.
Su familia en tierra es la que más lo padece; sobre todo su mamá, María Eugenia Díaz. Esa angustia solo es superada por el orgullo de ver lo que ha hecho su hijo.
“Lo que más me enorgullece de él, es que todo esto lo hace con un deseo sincero de ayudar. No lo hace por sobresalir, ni con el ánimo de enriquecerse; él, además de costarricense, se siente ciudadano del mundo y desea ayudar”, comentó doña María Eugenia pocas horas después de saber que su hijo --el segundo de los seis que tuvo con Ramón Chang-- llegó sano y salvo tras la misión en el Discovery, en 1998.
Entre las principales tareas que le han asignado en estas siete misiones se incluyen caminatas espaciales, como la que realizó en su último viaje, en el Endeavour (2002); y experimentos para encontrar una cura al Mal de Chagas.
Chang también fue parte de la primera expedición norteamericana-rusa (1994) en los 32 años que, hasta ese entonces, acumulaba la llamada conquista espacial.
Ha recibido muchos homenajes en universidades de todo el mundo y de parte de varios gobiernos costarricenses. Pero para él la mejor recompensa a todo este trabajo, según lo dijo alguna vez, es que los jóvenes crean en las posibilidades que el estudio le abre a su futuro.
Le huye a la política tradicional, porque él es, definitivamente, de otro mundo, aunque los políticos lo han buscado para capitalizar a costa de su prestigio.
Pero sus ojos están puestos en el VASIMR, el motor de plasma con el que conectó el nombre de su país con el de naciones desarrolladas interesadas en impulsar la exploración espacial.