Javier Santaolalla tenía ya casi una década como divulgador de las ciencias cuando llegó una pandemia que lo cambió todo... hasta la forma de comunicar.
Anteriormente, había visto el trabajo de quienes divulgaban pseudociencias, pero fue con la covid-19 como la vio crecer más, empoderarse y posicionarse como algo que puede poner el peligro la salud y vida de las personas, como nunca antes.
Desde entonces, llevó más allá su lema de que al desconocimiento se le combate con buena ciencia y bien contada. Su formación de físico de partículas lo llevó a estudiar temas de Virología y de Epidemiología, preguntar a expertos para comunicar mejor y así combatir las pseudociencias.
Santaolalla está de visita en el país para dar una serie de charlas en las que hace lo que más le gusta: acercar a la gente a la ciencia. Él conversó con La Nación este lunes. A continuación parte de ese intercambio.
–La última vez que usted estuvo aquí, hace cuatro años, el mundo no tenía idea de lo que sería una pandemia. En estos cuatro años, una pandemia nos cambió la vida ¿cómo cambió covid-19 la divulgación de la ciencia?
–¡Ah! ¡Wow! Yo creo que han cambiado muchísimas cosas de muchísimas maneras a la de entender nuestra forma de interrelacionarnos, pero yo creo que quizás el mayor cambio que yo he encontrado es darnos cuenta de lo importante que es la ciencia, el conocimiento científico y lo importante de comunicarlo bien.
“No sé cómo fue en Costa Rica, pero en España hubo mucho caos y hubo mucha desinformación. Y, en general, quizás la pandemia más dura en ciertos momentos fue precisamente esa: la confusión. Y ahí fue donde nos dimos cuenta de la importancia de que la información esté bien reglada, que sea fiel, que represente un conocimiento real y, por lo tanto, nos ha enseñado a respetar el valor de una información bien dada”.
–¿Qué lecciones nos dejó toda esta confusión a quienes se dedican a comunicar ciencia y a quienes también buscamos entenderla para guiar a los demás?
–Yo creo que una de las grandes lecciones es lo importante de que nuestro contenido esté bien respaldado, que seamos conscientes de la responsabilidad que tenemos a la hora de informar. Una información que no es correcta es un pequeño ladrillo que está bloqueando el flujo de ideas en la cabeza... entonces el respeto por la información veraz.
–La epidemia de desinformación vino de la mano de quienes sabían cómo estructurar bien una noticia falsa y la sabían comunicar muy hábilmente. La salud no es su campo, ¿cómo fue aportar desde su área de divulgador de la ciencia?
–Cuando surgió todo el tema de la pandemia me di cuenta de que mi papel podía también ser importante en los aspectos de traer información relevante y sí, me volqué a dejar de lado la Física, para comunicar cosas relativas al virus.
“La desinformación ha existido siempre, ya se hacía en los tiempos de Roma y muchísimo antes también. Lo que pasa es que se ha profesionalizado, se ha institucionalizado y está omnipresente. Entonces, cada vez somos más importantes las personas que trabajamos en comunicación de la ciencia. Especialmente, en quienes lo hacemos con respeto a nuestra profesión”.
¿Se convirtió también en el fact checker de sus familiares y amigos? Porque también era algo de constante estudio, los mismos virólogos o epidemiólogos al inicio no entendían bien lo que sucedía
–Claro, era un laboratorio mismo. La realidad se convirtió en un experimento. En un experimento de cómo se hace ciencia en la vida real, pero también de cómo se transmite la información y de cómo se disemina.
“Para entender qué estaba ocurriendo, yo solo tenía que preguntarle a cualquier persona que me rodeara, ‘oye, ¿qué opinas del virus?’. Con eso, yo ya sabía un pedacito de información de qué estaba pasando. Era muy fácil trazar un diagnóstico de la situación. Con preguntar a ocho personas ya te encontrabas con que tres o cuatro no tenían idea de lo que era el virus, otros dos estaban confusos con el tema de la vacuna, dos más que seguían pensando que lo había creado Bill Gates. Es fácil ver que este tipo de pensamientos ocurren, que están ahí”.
–Durante estos dos años, especialmente el primer año o año y medio de la pandemia se dio una “covidización de la ciencia” y hubo menos recursos para otras áreas, ¿cómo es poner en perspectiva la importancia de otras ciencias cuando todo está “covidizado”?
–Lo ideal es que tomemos este aprendizaje del asunto sanitario y lo llevemos a otros mundos, porque hoy día ha sido una pandemia de covid, pero es que mañana puede pasar que sea un meteorito que llega a la Tierra, pues la observación del espacio es súper importante. O puede ocurrir el cambio climático, pues el estudio realmente es importante.
“Dentro de las mil cosas que ve la ciencia, una es proteger al ser humano frente a las adversidades de un mundo tan sujeto a cambio y tan frágil respecto a las amenazas externas. Entonces que esto que hemos vivido sirva de ejemplo para los demás.
“Cuando vino la pandemia de covid me leí bastantes documentos para entender cómo estaba el ser humano en la sociedad y cómo estábamos respaldados frente a esto. Y en varios informes se encontraba que era deficiente. No estamos preparados para este tipo de situaciones porque no se han puesto los medios. En este caso, los medios se pusieron tarde. Esperemos que cuando venga otra circunstancia desgraciada no ocurra lo mismo”.
–Y esto nos lleva al punto del inicio de enamorarse de la ciencia: la niñez. ¿Cómo podemos hacer quienes estamos alrededor de niños para inspirarlos en la ciencia?
–Yo creo que a los niños hay que escucharlos más, y en general hay que tener más en cuenta su forma de ver las cosas. Muchas veces lo que hacemos como adultos es transformar su forma de ver el mundo. Y a veces para que se pueda desarrollar su propia creatividad, su propias ideas hay que adaptarse más a su mundo.
“En ese sentido, yo recuerdo, por lo menos, mi contacto con la infancia se decía mucho ‘eso no, eso no, eso no’. Mucho imperativo y poco que permita generar.
“Para despertar el amor en la ciencia conviene escuchar más al niño y plantearle más preguntas que darle respuestas”.
–Y también guiarlos en que no hay una sola forma de hacer ciencia.
–No, no. La ciencia está en todos los aspectos de la vida. Desde el micrófono que estás agarrando, la libreta que estás viendo, hasta la sanidad, los transportes, energía. Todo es ciencia. Es tan amplio que cualquier trabajo puede ser científico. Es tan amplio que cualquiera puede encontrar su lugar.
–Ciencia también es cometer errores, también es fracasar. ¿Cómo ir aprendiendo de eso?
–Esto lo tiene todo. El mismo proceso científico exige de la prueba, de la necesaria hipótesis y de un proceso que está en constante revisión de sí mismo. Es necesario que todos hemos tenido momentos mejores y peores y nos va a pasar. Es necesario generar una resistencia a ese temor por el fracaso.
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Minutos antes de esta entrevista, Santaolalla atendió preguntas y respuestas de quienes asistieron a su charla. Estas son dos de ellas.
–Uno de sus momentos más tristes fue enterarse de que había sido rechazado del programa para astronautas de la Agencia Espacial Europea, para el cual tomó su tiempo de preparación. Eso decidió comunicarlo con todos su seguidores ¿qué le enseño esa experiencia?
–En la Universidad no te enseñan a enfrentarte con frustraciones. Por cada cosa que he conseguido he fracasado en siete. “Querer es poder” es una de las grandes mentiras de la vida. Muchas veces sí queremos, ponemos todo el empeño y no se puede.
“La cultura estadounidense sí está más acostumbrada al fracaso, a renacer ahí. En España no es así. Yo sabía que era posible que fracasara, sabía que iba a exponerme porque muchos lo sabían. Me preparaba para el éxito, pero también para el fracaso. Por suerte, ese camino ya lo había recorrido.
“En la Tierra soy feliz”.
–¿Cuál es su ejemplo favorito de integración de la ciencia con el arte?
–¡Vaya pregunta! Creo que cualquier trabajo artístico tiene mucho de ciencia. Tal vez se me ocurre en este momento William Herschel, el descubridor de Urano. El también era un músico brillante. Y a mí me gusta mucho la música. Entonces sí, sería él.