Los antepasados de los nativos americanos emigraron desde Siberia hasta el norte del nuevo continente hace 23.000 años.
Lo hicieron en una única ola migratoria y, tras pasar de un continente a otro, quedaron aislados en Beringia (lo que hoy se conoce como estrecho de Bering) por 8.000 años.
Así lo dio a conocer un estudio liderado por investigadores de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), el cual se publicó en la revista Science .
Ya en América, y hace 13.000 años, esta población se dividió genéticamente en dos grupos: los atabascanos (nativos del norte) y los amerindios (pobladores del centro y sur).
Eso coincidió con el deshielo de los glaciares y la apertura de rutas en el interior de América del Norte.
“Nuestro estudio presenta la imagen más amplia hasta la fecha de la prehistoria genética de América. Mostramos que todos los nativos americanos, incluyendo los principales subgrupos de amerindios y atabascanos, descienden de la misma ola migratoria”, sostuvo Maanasa Raghavan, uno de los autores del estudio.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores secuenciaron 31 genomas completos y 79 en forma parcial de personas provenientes de América (norte y sur), Siberia y Oceanía, las cuales viven en el presente. Adicionalmente, secuenciaron 23 genomas de individuos antiguos, de entre 6.000 y 200 años.
Esos datos fueron comparados con el genoma de tres esqueletos: un niño de Malta, de 24.000 años, encontrado en Siberia (Rusia); el niño de Anzick, con 12.600 años, hallado en Montana (EE. UU.), y un individuo de la cultura Saqqaq, de 4.000 años, proveniente de Groenlandia.
Gracias a ello, se evidenció que existe una raíz común entre atabascanos y amerindios proveniente de esa primera oleada.
De hecho, el niño de Anzick cae dentro de la variación genética de los nativos americanos, mientras el individuo de Saqqaq comparte genes con las poblaciones siberianas.
Asimismo, los investigadores comprobaron que existió un flujo genético entre los nativos americanos y las poblaciones provenientes de Oceanía (asiáticos del este y australo-melanesios).
“Esto pone de manifiesto que la población del ‘nuevo mundo’ no estaba completamente aislada del ‘viejo mundo’ tras la migración inicial”, explicó Eske Willerslev, líder de la investigación.