Es entendible. Las personas que visitan el Jardín Botánico Lankester, ubicado en Paraíso de Cartago, buscan esa belleza convertida en orquídea, heliconia y bromelia. Es más, persiguen esa sensación de paz que deviene de caminar entre senderos, donde la vegetación abraza al animal que todos los seres humanos aún llevamos por dentro.
Los seis investigadores del lugar saben que esa exuberancia natural opaca a cualquiera, de hecho, esa colección de 30.000 orquídeas es la razón por la que están allí.
Pero, hay algo que los visitantes necesitan saber: este centro científico de la Universidad de Costa Rica (UCR) es uno de los más activos e importantes en investigación botánica en el trópico americano.
Los nombres de Mario Blanco, Diego Bogarín, Melissa Díaz, Melania Fernández, Adam Karremans, Franco Pupulin y Jorge Warner aparecen con regularidad en prestigiosos estudios internacionales. Sus colegas latinoamericanos suelen contactarlos para identificar especies, comentarles sus hipótesis y pedirles guía.
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No hay quien conozca más sobre la familia Orchidaceae en Centroamérica que ellos. Son los responsables de la mayor parte de la descripción de las 1.600 especies contabilizadas a la fecha en Costa Rica, cuyo número va aumentando a razón de 20 nuevos tipos por año.
Es más, y según sus proyecciones, se espera que nuestro catálogo natural sea de 2.000 especies; aunque es tanta la diversidad que podría llegarse a las 2.500.
"Siendo que este es un país megadiverso y siendo que la familia Orchidaceae, probablemente, es la más diversa entre las plantas, pues era lógico esperar que Costa Rica tuviera una alta cantidad de especies de orquídeas", comentó Pupulin y agregó: "Este es un punto caliente en el planeta e incluso algunos grupos de orquídeas evidencian una especiación muy fuerte en Costa Rica y Panamá".
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Los investigadores del Lankester se especializan en orquídeas del trópico americano. Han documentado la mayoría de las especies centroamericanas y ahora están incursionando en la biodiversidad andina, brasileña y guyanesa.
"No crea, solo Costa Rica nos da suficiente trabajo. Mientras en otros países la diversidad de orquídeas alcanza 130 especies, aquí tenemos unas 2.000. Alrededor de 31 especies por kilómetro cuadrado", dijo Pupulin, quien asegura que mucho del éxito del Lankester se debe precisamente a que cuentan con el apoyo de la UCR.
El legado de Charles Lankester
En la década de 1940, el naturalista británico Charles Lankester se dio a la tarea de crear un jardín botánico en Cartago. Antes de la II Guerra Mundial, su colección privada era consultada por científicos de la época y se volvió referente mundial en plantas epífitas y orquídeas.
Lankester murió en 1969 y la incertidumbre sobre lo que podría ocurrir a sus orquídeas llevó a la American Orchid Society y al Stanley Smith Horticultural Trust a adquirir este legado. Fueron esas mismas organizaciones las que confiaron en la UCR para garantizar la integridad y preservación de las colecciones. La donación se hizo efectiva en 1973.
"No le oculto que los primeros años fueron durísimos. Los primeros 25 años de vida del jardín fueron para trabajar la parte paisajística e infraestructura. Si bien su primera directora, Dora Emilia Mora, sí hacía investigación, pues se enfrentó a limitaciones", comentó Warner.
En el año 2000, la UCR pidió vincular el jardín a la academia a través de la investigación.
"Fue cuando decidimos entrar de pleno a interpretar la biodiversidad de orquídeas de este país y por interpretar entendemos conocerlas y darles un nombre. Pero, para hacer eso, necesitábamos recuperar los instrumentos que nos ayudaran a esta labor. La botánica es, esencialmente, una ciencia comparativa y lógicamente, para poder comparar, se necesitan referentes", señaló Pupulin.
Fue entonces cuando inició la cruzada por recuperar la soberanía botánica de Costa Rica.
En pos de la soberanía botánica
Los investigadores se dieron a la tarea de recuperar los especímenes extraídos hace más de 100 años así como la información relativa a estos como documentos y fotografías.
Así, embriagados por su belleza, exploradores europeos empezaron a recolectar orquídeas para que estas fueran las protagonistas de las colecciones botánicas del Viejo Continente. Desde mediados del siglo XIX y hasta inicios del siglo XX, esta era una práctica usual. Sin embargo, con esa flor, se perdía también al testigo de la historia natural del país.
"Lo que pasaba era lo mismo que pasaba con la botánica tropical en general. Como quienes empezaron a investigarla fueron las naciones del Primer Mundo, pues la información se ha quedado allá", acotó Pupulin.
En un intento por recuperar ese legado botánico, el Lankester firmó convenios con universidades y centros de investigación en el extranjero.
Con esa información en casa, entonces los investigadores empezaron a comparar sus colecciones con las que recién se habían recuperado. "Nos dimos cuenta de que habíamos interpretado mal una cantidad de especies y tuvimos que corregir. Ese fue un trabajo útil para solventar errores del pasado que nos permitirá, entonces sí, interpretar mejor en el futuro", destacó Pupulin.
Pues sí, dedicaron muchos años a ese trabajo que pudiera parecer engorroso, pero necesario para conocer nuestras orquídeas. Los resultados de dicha labor se ven hoy en la participación de los botánicos del Lankester en equipos internacionales y multidisciplinarios que buscan entender la biodiversidad americana desde una perspectiva geológica y evolutiva.
"Casi nadie lo dice, pero en el Lankester empezamos a romper con ese paradigma de que solo los centros de investigación del Primer Mundo hacen este tipo de investigaciones", manifestó Warner.
De hecho, los botánicos del Lankester desarrollaron su propio método de trabajo y este es empleado actualmente por científicos de toda Latinoamérica.
El método Lankester
La razón de ser del método Lankester es que no privilegia la carrera por describir especies, sino que pretende entender las relaciones existentes en la naturaleza.
"Nosotros nunca le ponemos nombre a una planta de primera entrada, primero estudiamos las relaciones entre ellas porque lo más importante es entender cuál es la diversidad dentro de un grupo", explicó Warner.
"Nosotros documentamos individuos, no especies. Si documento especies, ya decidí sobre la diversidad; pero si documento los individuos, entonces abro la pregunta sobre la biodiversidad", dijo Pupulin, quien se apresuró a agregar: "La pregunta inicial no es cómo se llama cierta planta, sino cuántas hay y una vez sepa eso, entonces puedo decir cómo se llaman. Para hacerlo debo recurrir a las especies descritas en el pasado y si lo que estoy analizando no coincide con ninguna, entonces la describo como una especie nueva".
Ese enfoque de trabajo evita generalizaciones, pero también reduccionismos. Por ejemplo, una orquídea del Caribe y otra del Pacífico pueden parecerse morfológicamente (en su forma), pero varían químicamente en su perfume. Esa diferencia provoca una serie de preguntas: ¿será que las polinizan los mismos insectos? ¿Serán poblaciones separadas? ¿Hay hibridación o no?
"La química se convierte en un elemento más al servicio de la taxonomía y la sistemática. Entonces, ya puedo empezar a formular una hipótesis y decir que ambas poblaciones son diferentes. Puedo echar mano de la genética para compararlas. Todos son elementos que voy agregando al análisis para conocer qué causó esa diversidad", explicó Pupulin.
¿Qué utilidad tiene ese enfoque en términos prácticos? Pues entender a la biodiversidad precisamente para conservarla.
Las orquídeas no sobreviven solas, requieren de otros organismos: los polinizadores (insectos) y un hongo específico que le ayuda a la semilla a germinar.
"De nada me sirve conservar una orquídea si el animal y el hongo que necesita para reproducirse está desapareciendo. Eso nos dice que lo que se debe conservar es el proceso", destacó Pupulin.
Aportes a la conservación
El Jardín Botánico Lankester es usual colaborador del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), el cual tiene a cargo los parques nacionales y refugios de vida silvestre, entre otros.
Uno de los proyectos que apoyan es el inventario de la flora en parques nacionales. Ya se terminó e incluso se publicó un artículo científico al respecto con los resultados de Manuel Antonio, Isla del Coco y Barra Honda. El inventario de Cahuita está muy avanzado, solo resta estudiar el sendero nuevo, y Guayabo está en proceso.
Asimismo, los investigadores suelen impartir cursos a los funcionarios para dotarles de información que les sirva para tomar decisiones de manejo.
También, los científicos colaboran en la identificación de las plantas decomisadas por los guardaparques, ya que esto es esencial en el proceso judicial. "Funcionamos como un tipo de perito", especificó Pupulin.
El jardín también es repositorio de esas plantas. De vez en cuando se llevan sorpresas. Ese fue el caso de la lluvia de oro bautizada con el nombre Oncidium henningjensenii, la cual provino de un decomiso realizado en julio de 2009.
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"De hecho, a partir de las otras plantas que venían en ese decomiso, mi compañero y yo hipotizamos el lugar de donde pudieron haber venido. Tiempo después visitamos la zona y efectivamente allí estaba", comentó Pupulin.
Colecciones vivas
Aunque se tiene una colección conservada en alcohol, y a diferencia de otros centros de investigación, el Jardín Botánico Lankester tiene una colección viva de 30.000 plantas que está a la vista del público.
Cuando los investigadores salen a campo y realizan recolectas, trasladan los especímenes a los viveros donde se cultivan. Eso permite estudiar a la planta durante todo su ciclo de vida y las personas pueden conocerlas al visitar el jardín que está abierto al público durante todo el año.
Esa característica entre centro de investigación y sitio turístico permite concientizar a las personas. De hecho, el programa de educación ambiental incluye visitas guiadas a grupos e incluso se ha ampliado la colección con otras especies que no son propias del país, las cuales no persiguen objetivos científicos sino educativos.
"Por eso nosotros decimos que, a pesar de enfocarnos en el estudio de las orquídeas costarricenses, no solo tenemos orquídeas ticas sino también de otros países con la intención que la gente vea, conozca y se emocione por la tremenda biodiversidad que existe en este planeta", dijo Pupulin.
"¿De qué sirve esa emoción? Pues permite sensibilizar sobre el hecho de que esa biodiversidad no está garantizada, esas orquídeas están en este planeta si nosotros lo permitimos. El país invierte en nosotros, el Jardín Botánico Lankester, para que las personas puedan venir aquí a apreciar esa biodiversidad y no la extraiga del bosque", agregó el investigador.
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A finales de este mes, el Lankester estrenará un nuevo edificio que contará con cinco laboratorios donde se podrán realizar análisis de biología molecular, propagación in vitro de plantas, etcétera. También tendrá un herbario, una biblioteca, un miniauditorio y oficinas para 14 investigadores.
"Ya podremos recibir cómodamente a colegas de afuera que quieran venir a investigar al Lankester", manifestó Warner.