El huracán Otto, que afectó el país a finales de noviembre, resultó ser una manifestación del fenómeno de La Niña.
“Contrario a lo que pasó en el 2015, cuando no se dieron huracanes en el mar Caribe por efecto del fenómeno de El Niño, este 2016 tuvimos tres huracanes. De estos, Otto fue el que estuvo más asociado a La Niña”, detalló Luis Fernando Alvarado, meteorólogo e investigador del departamento de Climatología del Instituto Meteorológico Nacional (IMN).
En noviembre, esa institución hizo la declaratoria de La Niña y proyectó su permanencia hasta marzo del 2017.
“Esta Niña resultó ser débil; se presentó en un periodo del año donde no llueve y va a durar muy poco. También empezó tarde. Si hubiera empezado más temprano en el año, hubiéramos tenido más huracanes y más intensos”, dijo Alvarado.
Otto, además, se formó muy cerca de tierra, señaló el científico. “Eso evitó que se intensificara y apenas alcanzara la categoría dos. Pero, si se hubiera formado mar adentro, pudo haber alcanzado la categoría cuatro o cinco,porque el Caribe tiene esa característica: favorece la formación de huracanes intensos”, explicó el meteorólogo.
ENOS. El fenómeno El Niño Oscilación Sur (ENOS) nace de la interacción de las aguas superficiales del océano con la atmósfera. Cuando hay un calentamiento anormal de las aguas, se le llama El Niño, y cuando más bien hay un enfriamiento, se conoce como La Niña.
“El Niño y La Niña son necesarios para el planeta porque ayudan a que ciertas zonas no se calienten o enfríen más de la cuenta. Es decir, permiten una mejor distribución del calor y estabilizan las temperaturas”, describió Alvarado.
Sin embargo, el periodo de ocurrencia de El Niño y La Niña se viene acortando.
“En tan solo 30 años hemos experimentado tres fenómenos de El Niño que fueron muy intensos, con 10 años de por medio entre uno y otro cuando, hace 50 o 100 años, esa frecuencia no era así. Entre un Niño intenso y otro habían más de 30 años, pero eso cambió a partir de 1975”, dijo.
Es usual que, después de un fenómeno de El Niño muy fuerte, siga un fenómeno de La Niña, el cual favorece la formación de los huracanes.
Este año, además, la Niña tuvo ayuda. El mar Caribe estuvo más caliente de lo normal y eso favoreció que el sistema contara con más energía disponible para alimentar tormentas y ciclones.
“Los huracanes se forman en regiones con temperaturas superiores a los 26 grados Celsius. Entre más caliente esté el mar, más posibilidad hay de que los huracanes sean más frecuentes e intensos”, apuntó Alvarado.
“En el caso de Otto, este huracán estuvo en categoría uno, luego bajó a tormenta, pero antes de tocar tierra (cuando se supone que se debilita por la cercanía al continente) pasó a categoría dos y eso tuvo que ver con la temperatura del mar”, añadió el investigador del IMN.
Después de Otto, La Niña terminó de asentarse en el país y eso es lo que explica las lluvias en diciembre.
“Antes del huracán, las lluvias no eran tan continuas e intensas, pero después de Otto se dio ese cambio y La Niña se expresó mejor”, indicó Alvarado.
Labor científica. Por lo general, los huracanes se forman en latitudes superiores a 10 grados. Eso explica por qué estos afectan menos a Costa Rica y Panamá en comparación con el resto de los países centroamericanos.
Sin embargo, Otto se formó a nueve grados de latitud, lo cual intriga a los científicos del IMN.
“En los últimos decenios, los huracanes están teniendo la osadía de vencer leyes físicas”, comentó Alvarado.
Anterior a Otto, los huracanes Joan y César pasaron del mar Caribe al océano Pacífico, pero lo hicieron a la altura de Nicaragua debido al tema de la latitud. Otto es el primero en cruzar por Costa Rica.
“Si ya lo hizo Otto, otros huracanes podrían hacer lo mismo. Nosotros, como país, deberíamos estar preparados para tener un primer impacto de este tipo de fenómenos en nuestras costas”, advirtió el científico.
Costa Rica presenta un antecedente. En 1887, una tormenta originada en el mar Caribe entró por Tortuguero en el mes de diciembre.
En cuanto al tema científico, el Meteorológico sí resintió la ausencia de un radar especial que le permitiera precisar datos de trayectoria, vientos e intensidad de lluvias en tiempo real.
“Por donde pasó Otto teníamos muy pocas estaciones de medición de viento y perdimos comunicación con muchas de ellas. El radar nos permitiría complementarlas”, aclaró Alvarado.
El reto está en lo presupuestario. El radar tiene un costo aproximado de $4,5 millones, pero adicional a ese dinero se debe presupuestar su mantenimiento y las plazas de las personas que lo operarían. El IMN calcula que se requieren cinco plazas.