Todos somos tierra fértil. Bonita metáfora para decirles a niños y adolescentes que los seres humanos, sin excepción, tenemos distintos talentos y habilidades, y que con un poco de esfuerzo, disciplina y paciencia, los podemos desarrollar para hacer realidad nuestros sueños y convertirnos en mejores personas.
Creérselo, sin embargo, se hace muy difícil cuando se crece en un hogar desintegrado y los días transcurren en medio de violencia familiar y comunitaria, cuando las drogas acechan en cada esquina y la pobreza es tal que a menudo se pasan hambre y frío.
Entre tanta adversidad, ¿cómo encontrar motivación y recursos para ir a la escuela o el colegio, hacer las tareas y prepararse para los exámenes?
La población de Guararí, populoso barrio en el distrito de San Francisco, del cantón Central de Heredia, conoce de primera mano esta realidad y sus moradores más jóvenes resultan víctimas inevitables de ella.
Ante tal panorama de vulnerabilidad social, un grupo de corazones comprometidos con la niñez y su educación le dio forma a un proyecto que, en julio del 2019, llegó a sus siete años y hace escasas dos semanas fue galardonado con el Premio Aportes al Mejoramiento de la Calidad de Vida, que concede un comité formado por representantes del Consejo Nacional de Rectores (Conare), las universidades de Costa Rica UCR), Nacional (UNA), Técnica Nacional UTN), el Instituto Tecnológico de Costa Rica (Tec) y la Defensoría de los Habitantes.
Su nombre es Programa Educativo-Social Tierra Fértil y, tanto en su origen como en su evolución, hay un claro mensaje de solidaridad, de buena voluntad y de creatividad frente los límites.
“Tierra Fértil es un segundo hogar para mí. Las tutorías me han ayudado demasiado para los exámenes y tareas. Este año saqué muy buenas notas, pero no solo eso. Antes, yo no podía exponer; me daba mucha pena, y gracias a Tierra Fértil me he soltado. No lo digo solo yo. Pregúntele a cualquiera que venga a los talleres y le va a decir que esto ha sido una gran ayuda para su vida, para socializar, para hacer amigos”, afirma Kevin Méndez Palacios, de 14 años, alumno del Liceo diurno de Guararí y quien forma parte del proyecto desde sus inicios, cuando él tenía apenas 7 años.
La iniciativa
Todo comenzó en el 2012, cuando una familia costarricense preocupada por las difíciles condiciones y la falta de oportunidades en un sector muy pobre de Guararí llamado Cuenca norte, empezó a llegar allí los sábados para compartir con los niños algo de alimento y un poco de diversión.
“Llevaban un arroz con pollo y reunían a los chiquitos para jugar un rato”, cuenta Rafael Villalobos Segura, miembro del equipo interdisciplinario del proyecto. Poco a poco, los menores empezaron a traer sus cuadernos a la cita sabatina para que les ayudaran con las tareas de la escuela o con materias en que tenían dificultad.
Esto, porque en la mayoría de sus hogares, los papás (cuando los había) y mamás tenían muy baja escolaridad y estaban muy limitados para evacuar sus dudas académicas.
La familia original empezó a crecer con la llegada de nuevos voluntarios y la diversidad de actividades para los niños también se amplió.
Gran giro
Al año siguiente, el 2013, la Asociación Misioneros del Espíritu Santo se sumó al proyecto y este se transformó radicalmente. Se empezaron a impartir talleres de pintura y de literatura para menores de 7 a 12 años, y talleres de motricidad para los pequeños de 3 a 6 años.
El lugar donde inicialmente se reunían, de escasos 20 metros cuadrados, se hizo insuficiente para albergar el creciente número de actividades y de participantes que llegaban cada semana, y tras conversaciones con el párroco de la Milpa, en Guararí, se consiguió prestado el salón comunal del templo.
Los años pasaron y muchos de los niños entraron en la adolescencia. Fue cuando una de las voluntarias, ingeniera en Informática, sugirió ofrecerles talleres de robótica y de programación, algo que lograron en alianza con la UNA y empezaron a impartir en la escuela de la Milpa.
Se formó así el Proyecto Club de Adolescentes, coordinado y financiado por el Patronato Nacional de la Infancia (PANI), en el que participan 125 jóvenes cuyas edades están entre 13 y 17 años.
El programa se enriqueció además con actividades más lúdicas como baile, fútbol y baloncesto, y con la organización de encuentros vivenciales o espacios para la reflexión sobre temas de gran relevancia para estos menores: drogas, violencia intrafamiliar, sexualidad, toma de decisiones y autoestima, entre otros.
El salón de la iglesia también se hizo pequeño y el proyecto dio entonces su salto más ambicioso: la construcción, en el 2018, del Centro Tierra Fértil, un espacio de 525 metros cuadrados, acondicionado según las necesidades del programa educativo, el cual fue posible levantar gracias a una alianza público-privada.
Actualmente, coordinan el proyecto el sacerdote Ignacio Herrera Segura, de los Misioneros del Espíritu Santo, y la señora Nelsy Rodríguez Hidalgo, quien conoce la iniciativa desde sus inicios. También existe una comisión central, formada por voluntarios, que participa en la toma de decisiones prioritarias.
La madre de Kevin, Digna Méndez, repite convencida que Tierra Fértil ha sido “de gran bendición” para ella y su familia. Es madre sola y tiene un hijo menor, Bryan Isaac, de 7 años, quien, según dice, “ama ir a esos talleres; desde que se inscribió, nunca falta”.
El reconocimiento
No en vano, el 27 de noviembre pasado, cuando les fue entregado el galardón, se les reconoció como “una organización social que realiza un trabajo que ha beneficiado a los niños, niñas y adolescentes, y ha tenido un impacto positivo en su calidad de vida”.
Fue José Manuel Ulate, alcalde de la Municipalidad de Heredia, quien postuló a Tierra Fértil para este premio.
El objetivo del reconocimiento es “promover, motivar y reconocer los aportes y esfuerzos que hacen personas físicas, jurídicas, instituciones públicas y privadas y organizaciones de la sociedad civil, para mejorar la calidad de vida de la sociedad costarricense a través de acciones desarrolladas en el territorio nacional”.
La cifra de menores que actualmente se benefician de este programa ronda los 300, de los cuales unos 125 son adolescentes con los que se desarrollan actividades formativas, deportivas, recreativas, tecnológicas y artísticas.
Las historias de superación en este singular oasis de Guararí tienen nombre y apellido, pero sobre todo rostro. Allí, sus protagonistas se sienten queridos, valorados, escuchados y tomados en cuenta. Han aprendido que, pese a las adversidades, pueden ser tierra fértil.
Diez habilidades para la vida
Un eje transversal ilumina todas las actividades que se organizan en Tierra Fértil, desde aquellas para los más pequeños hasta las dirigidas a los jóvenes. Se trata de las llamadas diez habilidades para la vida, planteadas por la Organización Mundial de la Salud en 1993.
Se trata de un grupo de destrezas psicosociales que sirven de insumo para afrontar las complejidades de la vida, a saber: autoconocimiento, empatía, comunicación asertiva, relaciones interpersonales, toma de decisiones, manejo de problemas y conflictos, pensamiento creativo, pensamiento crítico, manejo de emociones y sentimientos, y manejo de tensiones y estrés.
Esta es la propuesta técnico-metodológica del programa y prima sobre el privilegio de las destrezas cognitivas, como lo son leer, escribir y hacer cálculos.