Sandra Cauffman tenía 21 años cuando tomó un vuelo con rumbo a Virginia, Estados Unidos, para estudiar Ingeniería Eléctrica y Física en la Universidad George Mason. Iba llorando. La joven Sandra, hoy directora adjunta de Astrofísica de la NASA, dejaba entonces al novio del que creía estar muy enamorada.
Pasó llorando todo el vuelo y así siguió las primeras dos semanas en tierras estadounidenses. Una parte de ella quería regresar a reencontrarse con ese amor, pero el amor por su sueño fue más fuerte.
Luego supo que después de que ella se marchara, el joven tuvo una relación con otra muchacha, de la que nació un niño. Así lo relató Sandra Cauffman, el viernes 16 de diciembre, cuando conversó con La Nación durante su visita al país como mariscala del Festival de la Luz.
Así que, aunque al principio sufrió mucho por el rompimiento, hoy lo agradece, pues si no hubiera vivido ese dolor hace 39 años, no tendría en su historial proyectos espaciales y seguramente tampoco hubiera conocido al verdadero amor de su vida, su esposo desde hace 34 años y padre de sus dos hijos, el también físico Steve Cauffman.
Y si Steve no hubiera tenido dudas vocacionales que lo hicieron dejar Virginia Tech para trabajar un tiempo y luego asistir a George Mason, probablemente tampoco se hubieran conocido.
El encuentro se dio en una clase de Cálculo, parte del currículo que debían cumplir como estudiantes de Física.
“Yo me senté detrás de él y todo el semestre pasé viéndolo y pensando, ‘¡qué hombre más guapo!’ Yo me enamoré desde ese momento, fue amor a primera vista”, rememoró.
Pero no todo fue tan fácil. Para ese entonces Steve Cauffman no solo tenía novia, sino que estaba comprometido para casarse. Y doña Sandra, al poco tiempo, comenzó a salir con otro muchacho, a quien describe como “un loco”.
“Quebré con ‘el loco’ como tres veces y él seguía de necio persiguiéndome. Yo tuve que ponerle orden de restricción. Cuando venía a buscarme por el departamento de Física, mis compañeros, incluyendo al que después sería mi esposo, me advertían y yo corría a encerrarme en el baño”, recordó en entrevista con La Nación.
Steve y Sandra fueron muy amigos durante tres años, tiempo durante el cual, el compromiso de Cauffman se terminó y también ella salió con alguien más. Pero todavía debían pasar otras parejas.
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Una amiga casamentera
Fue Cindy, su otra compañera en el programa de Física ―pues solo eran dos mujeres en toda la carrera―, la casamentera, pues ideó una salida en parejas: ella con su novio y Sandra con Steve.
“Yo le dije ‘Uy Cindy, ¡él es mi cita de sueño!’ ¡Lo que yo no sabía es que ella le había hecho la misma pregunta a Steve y él había respondido lo mismo!”, contó.
Quedaron en salir un fin de semana, pero el señor Cauffman no podía y pidió posponer la cita. Lo que Sandra supo después es que ese “no puedo” era porque primero quería terminar con su novia del momento. Lo conveniente es que aquella muchacha tenía la misma intención y no lo dejó ni hablar y le terminó antes. Con eso, Steve se sintió libre y aliviado para estar con quien sería su esposa.
“Salimos con esos amigos un 19 de octubre de 1987 y ¡fue esa conexión! Empezamos de novios de una vez y 11 meses después nos casamos. Toda esa amistad que tuvimos de tres años como que explotó en amor”, expresó doña Sandra.
De esa conexión nacieron dos hijos: Stephen, de 30 años y Ryan, de 27.
Steve, también es de las personas que más apoya con el cuidado de su madre, Mary Alba.
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¿Hay receta?
No es lo mismo estar 34 años en un matrimonio porque se juró hacerlo a estar 34 años porque se quiere.
¿Hay alguna receta? La ingeniera eléctrica y física no lo visualiza así, pero sí da su consejo:
“Comunicación, respeto y confianza. Si se pierde una de esas cosas, se pierde todo. Es ser honesto siempre y tener esa buena comunicación. Es ser mejores amigos y dar cada uno el 100% para recibir 100%”, subrayó.
Pero también, reconoce que las cosas pueden cambiar.
“Yo siempre le he dicho: ‘usted está conmigo porque usted quiere y yo estoy con usted porque yo quiero. Pero le pido que si en algún momento usted no quiere estar conmigo tenga la confianza de decirme ‘mis sentimientos cambiaron y quiero irme’. Yo le diré lo mismo. Pero no eso no ha sucedido y no quiero que suceda’”, afirmó entre risas.
Con plena convicción, afirmó que ha reinado el apoyo mutuo, no ha habido competencia. Desde que ambos comenzaron a trabajar ella ha tenido un salario más alto que él y eso nunca ha sido un problema, porque siempre han sido logros y dinero para los dos.
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‘Por amor cometemos errores’
Mientras hablaba con La Nación imaginó ese escenario paralelo del qué hubiera pasado si se hubiera casado con “el loco”.
“Yo estaba muy enamorada de él, pero también hay que pensar con la cabeza. Ver esas cosas locas y ver el futuro. Yo me pongo a pensar, yo pensaba que yo lo quería. Me pidió que nos casáramos, pero la cabeza empezó a pensar”, comentó.
¿Qué empezó a pensar esa cabeza? En que quien tenía a su lado era una persona irracional, inestable y que en ocasiones sacaba lo peor de ella.
“Me enojaba mucho, yo nunca me enojo, pero con él sí me enojaba mucho. Por amor, a veces cometemos errores, y no quería cometer uno. Seguramente me hubiera divorciado al poco tiempo”, aseguró.
Ahora, 34 años después de dar el “sí” a Steve, sabe que no se equivocó porque está con quien puede ser ella misma de la forma más libre.
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La niña que se convirtió en la mujer de la NASA
En numerosas ocasiones, Sandra Cauffman ha descrito lo difícil de los primeros años de su vida. Su madre, ella y sus hermanos vivieron agresiones constantes que hoy solo son “piedras en el camino” que quedaron atrás y no volverán.
Pero hay muchas cosas que la marcan de una forma positiva, como la historia de su nombre. Su nombre, antes de irse era Sandra María Alba Rojas. El Alba es el nombre que le dio su papá adoptivo, aquel italo-estadounidense que se enamoró de su madre y a quien Sandra conoció ya adolescente, a sus 17 años.
¿Por qué Sandra? Dijo que a su mamá, Mary Alba, le gustaba el nombre, y en ese entonces era poco común.
Al casarse, adoptó el apellido de su esposo, pero mantuvo el Alba como si fuera un segundo nombre. Eso sí, advierte a todos sus conocidos de que no le digan Sandy, un diminutivo común en tierras norteamericanas para las Sandras, pero que a ella no le gusta.
Con su papá, ese a quien conoció a sus 17 años, recuerda muy en particular la primera Navidad.
“Papi nos encontró viviendo en una oficina. Mami y él ya eran novios, pero ella nunca le dijo dónde vivíamos. Yo le abrí la puerta y me dio vergüenza que él nos viera viviendo en esa oficina. Y él, en vez de irse a un hotel, llevó un catre y dijo ‘aquí me acomodo con todos ustedes’”, afirmó.
Esa llegada fue cerca de Navidad. En Navidad los montó en el carro y les dijo que iban a ir a pasear. Ellos estaban emocionados, no tenían el dinero para pasear. Los llevó al final del bulevar de Santa Catalina (en Pavas), se paró por fuera de una casa recién construida y les dijo “Feliz Navidad, esta es su casa”.
Pero para ella, el mejor regalo de Navidad fue tener un papá que no solo le abrió las puertas de la educación en Estados Unidos, también le inculcó el amor por la cocina. Alba había tenido una pizzería en Estados Unidos y muchas tradiciones familiares se tiñeron alrededor de la cocina.
Para Navidad hacían galletas, pavo, vegetales y eso le fue quedando a ella.
Cocinar: otra forma de creatividad
Ese amor que su papá le inculcó por la cocina se mantiene, aunque de manera muy diferente, esta vez, el amor de Steve la hizo incursionar en otro tipo de alimentación: la vegana.
“Yo me meto en la cocina y la creatividad de Ingeniería se transforma en creatividad en la cocina. Ni lo pienso, llego del trabajo, meto la mano en la refrigeradora y ahí veo que me sale, siempre queda algo rico”, confesó.
Lentejas, garbanzos, arroz, frijoles, vegetales son sus compañeros diarios. Por ejemplo, cuatro días antes de la entrevista hizo un pad thai, también hace paellas veganas, pasta horneada, tacos de brócoli, coliflor u hongos. Todo lo que tenga color, y contenga todos los aminoácidos posibles para complementar bien.
Uno de sus hijos dice que ella es cheaty vegan, es decir, vegana tramposa, porque aunque no cocina con ingredientes derivados de animales, si alguien le ofrece comida con huevo o queso no va a rechazarla.
¿Cómo comenzó esta cruzada? Su esposo, que siempre había sido ciclista y muy deportista, llegó un día, hace unos cinco años, diciendo que el colesterol le estaba subiendo. El médico le advirtió que si no lo bajaba iba a tener que recetarle medicamentos. Le propuso hacerse veganos y ella accedió. En cuestión de dos años el colesterol había bajado “60 puntos”.
No obstante, afirmó, el mejor ejemplo es su mamá, quien vive con ella desde hace tres años. Doña Mary pesaba 211 libras (95,71 kilogramos). Tenía sus niveles de azúcar y presión arterial alterados y tenía muchos medicamentos diarios.
Le pidió ir poco a poco con su cambio de alimentación. Hoy pesa 125 libras, y ya le quitaron la insulina y los medicamentos para la presión.
A futuro
¿Qué queda para el futuro? En la NASA, muchos proyectos y muchísimo trabajo. En la cocina, muchas recetas por inventar. En su familia, la compañía de su madre y de ese esposo al que una vez vio en una clase de Cálculo cuando ambos tenían otras parejas y con quien hoy tiene 34 años, y espera llegar a 35, 40 y más allá, con esa mezcla de comunicación, respeto, confianza, admiración mutua y esa complicidad que han sabido tejer.