En la época en que despertaron los volcanes Irazú y Arenal, los científicos en el país no estaban listos para estudiarlos.
Con el Turrialba, pasó diferente. Empezaron a monitorearlo en la década de los 80, cuando ni siquiera estaba activo y sus cráteres aún estaban cubiertos de vegetación.
Por eso, en el momento en que el último de los colosos de la cordillera Volcánica Central dio las primeras señales sísmicas, en 1996, el corazón de la ciencia aceleró sus palpitaciones.
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Desde entonces, el volcán Turrialba está ofreciendo una oportunidad única para estudiarlo a fondo, en favor de la prevención y la gestión del riesgo.
“Nos está dando la posibilidad de investigar cómo un volcán activo, que se encontraba en relativa calma, fue elevando su actividad desde finales de la década de 1990.
”Esta situación nunca la habíamos vivido en el país, por lo que es un momento único para intentar documentar y seguir con cuidado la actividad del coloso”, manifestó Raúl Mora, vulcanólogo del programa Preventec, de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Despertar a la ciencia. En 1963, cuando el Irazú hizo erupción, y en 1968, cuando despertó el Arenal, el país carecía de información previa sobre variables como gases, deformación de la corteza terrestre y sismicidad.
“No sabemos cómo se despertaron, que es lo importante para poder emitir medidas de prevención”, comentó Javier Pacheco, sismólogo volcánico del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori-UNA).
Con el Turrialba, los investigadores cuentan con registros sísmicos que datan de los años 80. En esa década, el Ovsicori y la Red Sismológica Nacional (RSN: UCR-ICE) estaban recién creados y sus científicos empezaban a instalar estaciones sísmicas y a tomar datos en lagunas, cráteres y fumarolas.
A mediados de los años 90, y gracias al equipo instalado, los investigadores empezaron a notar un incremento en la sismicidad y la temperatura de las fumarolas cerca de los cráteres.
Sin embargo, el despertar del Turrialba demoró unos 20 años: en el 2010 se registró una erupción freática (gases) y en el 2014 se reportó una de tipo estromboliano (erupciones explosivas separadas por diversos periodos de calma, cuyas cenizas fueron transportadas por el viento hasta el Valle Central.
Esa demora en el despertar, lejos de desalentar a los científicos, les facilitó estudiarlo.
“Posiblemente, los aportes de magma son continuos, pero pocos y, por eso, tardó tanto en despertar. Eso nos permitió instrumentar mejor. Pero eso no pasará con otros volcanes y por eso necesitamos aprovechar esta oportunidad, para aprender del volcán”, explicó Pacheco.
Actualmente, los investigadores recurren a estaciones sísmicas y GPS, cámaras térmicas, laboratorios de petrología y geoquímica, así como microscopia de barrido electrónico para tratar de conocer al coloso.
“Ahorita estamos tratando de entender cada una de las etapas por las que ha pasado Esto ha implicado desarrollar herramientas y conocimiento, todo mientras el volcán sigue activo y aportando datos a diario ”, alegó Mauricio Mora, sismólogo volcánico de la RSN.
Aparte de su despertar y periodo eruptivo, el Turrialba también permitirá a los científicos documentar cómo un coloso retorna a su fase de reposo.
Variedad. Aunque este es un volcán joven (apenas tiene 300.000 años), se le considera un estratovolcán complejo que se construye a sí mismo y puede tener distintos tipos de erupciones.
Desde el 2010, Turrialba ha mostrado erupciones freáticas y estrombolianas, pero está en capacidad de explosiones vulcanianas (lavas viscosas de enfriamiento rápido y producir coladas de extensión muy reducida) y hasta subplinianas, cuya columna puede alcanzar los 20 kilómetros de altura.
“Este es un volcán que puede tener diferentes tipos de vulcanismo en un mismo periodo eruptivo”, explicó el vulcanólogo de Preventec, quien agregó que eso también lo hace interesante para la ciencia.
Mora dio un ejemplo: en el 2012, en la fumarola Árbol Quemado, el volcán brindó a los investigadores la oportunidad de observar un flujo de azufre.
“A nivel histórico, documentado en la bibliografía, solo ha habido dos ocasiones en que alguien ha visto un flujo de estos en el preciso momento”, dijo.
Conocimiento. Aunque se están realizando múltiples estudios en pro de la gestión del riesgo, los científicos del caso son conscientes de la necesidad de investigar con el único fin de generar conocimiento.
Mauricio Mora considera que, desde la sismología, aún resta estudiar procesos poco entendidos como la interacción del volcán y las fallas que yacen en el arco volcánico.
Tanto Preventec como la RSN y el Ovsicori están caracterizando materiales volcánicos y estudiando depósitos de erupciones anteriores, entre otros.
“Esa información no nos va a servir necesariamente para saber cuándo va a explotar el volcán, pero sí para entender los procesos. Eso le puede servir a alguien dentro de 100 años, cuando el volcán vuelva a despertarse”, recalcó Raúl Mora.