El plástico que se utiliza en la producción bananera del país, alcanzaría para darle unas 39 vueltas a Costa Rica, un territorio de 51.100 km².
Ese material puede tardar entre 20 y 1.000 años en descomponerse. Por ello, tres universitarios decidieron investigar y crear una alternativa mejor: un material cinco veces más resistente que las bolsas actuales, capaz de desintegrarse en 18 meses y equipado con un sistema de liberación de plaguicida.
Los solución fue desarrollada por Daniela Palomo, José Eduardo Castro y Sebastián Hernández, estudiantes de Química en la Universidad de Costa Rica y resultó ganadora en la Feria de Emprendimiento Desarrollo e Innovación, celebrada a finales del 2016, en ese centro educativo.
Un reto. Tras evaluar varias ideas, se decidieron por trabajar con el acetato de celulosa, un producto que se modifica a partir de la celulosa extraída de las plantas, del almidón de yuca y de la quitina del exoesqueleto de los camarones.
Entre sus principales características destacan la habilidad de evitar quemaduras y la de acelerar el proceso de maduración de la cosecha. Asimismo, la bolsa incorpora plaguicida para que sea administrado gradualmente.
“Empezamos a pensar cómo utilizar el acetato de celulosa como base del polímero (plástico). Así como, qué tipo de aditivos se le podían colocar”, recordó Daniela Palomo.
El proceso para llegar a la formulación final, que hoy da vida a las bolsas Bantú -como las han denominado-, se tardó unas tres semanas.
“El banano representa el 35,4% de las exportaciones agrícolas del país. Haciendo un estimado, son como 50 millones de metros de polietileno (plástico) que se utiliza en ellos”, afirmó Daniela Palomo. Mientras que el acetato de celulosa se descompone fácilmente y esa es la importancia de este proyecto.
Futuro. Los jóvenes han pensado desarrollar su creación industrialmente, lo cual es viable pues, según ellos, las bolsas Bantú se moldean en frío, mientras que las de plástico tradicional lo hacen en caliente, lo que hace obligatorio el uso de grandes recursos de energía para su fabricación.
“Queman búnker para generar el calor y a nosotros no nos hace falta”, afirmó Sebastián Hernández. Si tuvieran que hacer el proceso en caliente, no podrían agregar el plaguicida al producto, pues este se descompone con la temperatura, aclaró Palomo.
Además, los jóvenes consideran que el material podría tener otras aplicaciones, como ser usado en vajillas desechables. Recientemente, la Universidad de Costa Rica prohibió el uso de estereofón en su campus, pues tarda casi un siglo en descomponerse. De manera que los jóvenes ven ahí un nicho de mercado importante.
Entusiasmo. Estos muchachos disfrutaron del proceso de aprendizaje, incluso aseguran que para ellos la química es como magia.
“En el momento en que usted entiende porqué fue que pasó esa magia, siente pasión”, aseguró Daniela Palomo.
Al inicio, la formulación de las bolsas era un “caldillo azul, pero en el momento en que se secó era plástico”, recalcó.
La tarea fue ardua, leyeron numerosos artículos y revistas científicos, para familiarizarse con la temática, hasta obtener las bolsas que ahora los hacen soñar con tener una empresa propia.
José Eduardo Castro destacó que, con la asignación aprendieron sobre las numerosas posibilidades de los polímeros biodegradables y sus aplicaciones.
Curso. El profesor de la escuela de Química, Darío Chinchilla, contó a La Nación que la idea de realizar este curso surgió en la sede de Turrialba de la UCR, “Veía desinterés de los estudiantes en la Química, lo sentían todo muy teórico. Lo utilicé como estrategia y como funcionó bien, lo trasladé a la sede Rodrigo Facio”, recordó.
El estudiante de Química, Sebastián Hernández recordó que para ellos este es uno de los últimos cursos de carrera y que sirvió para poner en práctica los conocimientos que han adquirido durante su formación.
Ese es uno de los objetivos que se traza la FEDI, según Chinchilla, que el conocimiento que obtienen cuente con valor real y les permita fabricar o crear cosas que puedan venderse y solucionar problemas.
“Pretendemos que el estudiante desarrolle su idea desde cero y que, además, la sepa vender y mercadear. Sobre todo en la carrera de Química se ha detectado falta de habilidades blandas. La FEDI viene a tratar de colaborar en eso, desarrollando habilidades sociales de relación”, concluyó Chinchilla.