En la ciudad de San José aún se puede encontrar ejemplares de una especie urbana en vías de extinción: las cantinas tradicionales y llenas de historia.
Se trata de lugares que no se han dejado seducir por el karaoke, las bailarinas curvilíneas de ombligos al viento ni los equipos de sonido a todo volumen.
Son espacios donde se prometen ricas bocas y fina atención; donde la música es un murmullo que acompaña la conversación; donde no impera la oscuridad y donde el visitante encuentra varios ambientes –el de la barra, las mesas y, hasta hace poco, el de los reservados–.
Además, buena parte de las cantinas tradicionales que más historia tienen en la capital se encuentra en las esquinas, como, por ejemplo, la Buenos Aires (barrio Escalante), la Marinita (barrio Amón) y el bar Morazán (centro de San José).
Sus características son determinadas por una investigación histórica realizada por el arquitecto Andrés Fernández.
A fines del año pasado, su trabajo dio pie a varios recorridos llamados San José en sus cantinas en el Estrecho dudoso –gran evento de artes visuales que comenzó en diciembre y acabará en febrero–.
Pronto estará listo un libro acerca del tema con el mismo nombre de los recorridos.
Entre taquillas y cantinas. Las cantinas son herederas de una historia ligada al licor. Son hijas de las taquillas, espacio donde se vendió el aguardiente durante la Colonia.
Sin embargo, las cantinas nacen con la vida republicana costarricense cuando el gobierno establece las patentes y el municipio ordena su ubicación urbana.
“En aquella época, quien tenía dinero para vender los productos de la canasta básica es el mismo que vendía licor. ¿Cuál licor? Frente al licor del conquistador, que es el vino, y el del conquistado, que es la chicha, el licor del campesino, del liberto y del mestizo es el guaro”, detalla Fernández.
Pulularon cantinas en las siete antiguas entradas a San José, aquellos pasos por los cuales los ríos se podían pasar fácilmente con carretas de bueyes o bestias (caballos y mulas).
¿Por qué había allí más cantinas? Las carretas podían entrar a la ciudad después de las 6 a. m. pues, antes de esa hora, generaban disturbios en el sueño de los josefinos debido al escándalo que hacían a su paso por las calles de piedra.
Mientras llegaba la hora de entrar a San José, los carreteros esperaban en la cantina, que abría a las 4 a. m.
Por ejemplo, la Buenos Aires está en una edificación de unos 100 años y se ubica en la entrada a San José del sector nordeste.
Diferentes a los bares. Aún sobreviven cantinas que son herederas de esa historia y conservan las características de las tradicionales.
Aunque todas tienen rótulo de bar, estas cantinas pueden identificarse porque no son sitios oscuros, la música apenas se escucha, tienen una barra y un espacio para mesas, y sirven buenas bocas.
Además, el cliente habitual recibe un trato personalizado por parte de cantinero y sus ayudantes.
Estos espacios han sido lugar no solo de socialización, sino también de debate de ideas.
“Estudiar las cantinas no es una cuestión frívola. Dejando los prejuicios, las cantinas son un espacio fundamental en la construcción de la democracia pues han permitido la discusión de las ideas desde la época de los liberales en el siglo XIX”, dijo Fernández.
Además, en las cantinas no hay ricos ni pobres, ni intelectuales ni ignorantes. “ Es un espacio de socialización donde no hay clases sociales. En una cantina, todos somos iguales”, agregó el arquitecto.
Actualmente, el surgimiento de nuevos espacios de socialización y venta de licor ha provocado la rápida desaparición de las cantinas o que algunas, como El Castillo, adopten el karaoke para no morir.
“Las cantinas son una dinámica muy nuestra. No se encuentran en otras partes de Centroamérica, pero son una especie en vías de extinción”, concluyó Fernández.