La química Mavis Montero Villalobos se devuelve en el tiempo, más de cuatro décadas atrás, hasta convertirse en aquella niña de 11 años que salió de su casa, en Los Ángeles de Parrita, en el Pacífico central, para pasar varias semanas de sus vacaciones de verano en la tierra donde nació su madre, en Jesús María de San Mateo, en Alajuela.
Aquella pequeña, estudiosa y responsable según le inculcaron sus papás, no se fue de paseo sin antes cumplir la tarea que le encargó su profesor de Ciencias, en el colegio de Parrita.
“Nos dejó un experimento. Debíamos dejar sal con agua en un plato durante varios días. Así lo hice. Regresé semanas después y me encontré en el plato que había dejado sobre una repisa, unos cristales de sal gigantescos. Yo tenía apenas 11 años pero fue tan bonito. Me pareció maravilloso poder hacerlo”, recuerda la química de 52 años, quien por sus múltiples méritos será reconocida este 31 de agosto como la Científica Destacada del 2020.
Montero no recuerda el nombre de aquel profesor pero sí tiene muy marcada en su memoria las lecciones de aquel humilde docente de Parrita, uno de los que estimuló hacia la ciencia su ya inquieto intelecto.
“Hay profesores buenos en todo lado. En Parrita, había uno de Ciencias. Era muy, muy, muy inspirador, muy carga. Recuerdo que nos hizo llevar animales para disección. Recuerdo un sapo. Hacía cosas en el aula para investigar”, relata la científica, licenciada en Química de la Universidad de Costa Rica (UCR) con un doctorado y un posdoctorado en la Universidad de Göttingen, en Alemania.
Muchos docentes han influenciado su carrera y su vida personal, empezando por su mamá, quien fue educadora rural cuando los maestros tenían que llevar la educación sobre lomos de caballo, en lancha, caminando entre barreales por las montañas.
Se llama igual que ella, Mavis, doña Mavis Villalobos Rodríguez. Ya está pensionada.
“Ella llegó a Quepos en un momento donde no había carreteras ni nada. Iba en lanchas y a caballo hasta la escuela adonde le tocaba. Ahí conoció a mi padre, y ahí nací yo, en el hospital de Quepos, adonde acudían los trabajadores de la compañía bananera”, recuerda la científica.
Mavis Montero fue la primogénita de Mavis Villalobos y de Álvaro Montero Carranza, peón de la compañía bananera por esos años, y también pescador. Después, nacieron sus hermanos Patricia y Álvaro, educadora y biólogo marino, respectivamente.
“Somos hijos de gente trabajadora, era lo único que tenían para darnos: la capacidad de trabajar y de hacer bien las cosas. Él (su padre) nos decía que teníamos la fortuna de ser hijos de una maestra y que lo único que podrían heredarnos era la educación.
“Ese fue el impulso. Lograr que la siguiente generación diera un paso adelante, especialmente las mujeres. Él nos decía que buscáramos otros horizontes por medio del estudio”, recuerda Montero para luego describir una imagen, de las tantas que nunca olvidará: cuando don Álvaro la llevaba a ella y a su hermano, sin hacer ninguna distinción de género, a pescar a playa Bandera.
“Nunca hizo diferencia entre mi hermano y yo, por ser hombre o mujer. Nos llevaba en el bote a pescar, a pasar horas en el mar. Que no hiciera esas diferencias también me marcó”, apunta.
Romper límites
Mavis Montero se convertirá hoy en la sexta científica costarricense destacada desde que se instauró ese reconocimiento, en el 2010, y que se entrega cada dos años. Antes han sido distinguidas biólogas, biólogas marinas, microbiólogas y geólogas.
Entre los méritos para entregarle el galardón que hoy mencionarán las autoridades de Ciencia y Tecnología y de la Academia Nacional de Ciencias, están los aportes de Montero al conocimiento y a la sociedad derivados de sus investigaciones, que son numerosas.
Tiene 56 artículos en publicaciones científicas de Costa Rica y el mundo. Ha desarrollado su área de investigación en la química de materiales, donde el conocimiento también se combina con otras áreas como la Física y la Biología, informó la Academia Nacional de Ciencias.
Montero fue la primera mujer en obtener el premio para científicos jóvenes TWAS–Conicit 2006, otorgado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit), junto a la Academia de Ciencias del Tercer mundo.
El premio TWAS -Conicit reconoció sus estudios y el trabajo de su equipo de investigación para producir huesos sintéticos con la hidroxiapatita, un material sintético inspirado en corales marinos.
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La semilla la sembraron sus padres, que la criaron junto a sus hermanos en una de las tantas casas de madera que la compañía bananera daba a sus peones, por el lado de Los Ángeles de Parrita.
Para más señas, su casa queda por donde empiezan a aparecer las plantaciones de palma africana, de camino a Quepos. Todavía está ahí, cuenta.
Esa semilla la continuaron abonando docentes como el profesor de Ciencias de Parrita, o el de Física en ese mismo colegio, que le enseñó a medir la constante de la gravitación con un péndulo fabricado con yeso.
“Ver cómo con un experimento uno podía crear cosas, eso siempre me ha marcado. Por eso, la educación me parece tan fundamental en esos tiempos como en los de ahora”, comentó a la vez que compartía su preocupación por la falta de acceso a la tecnología entre cientos de estudiantes de todo el país.
La niña María Luisa, en la escuela de Parrita, le terminó de fomentar la pasión que su mamá ya había empezado a inculcarle por la lectura. Todavía la mantiene, y procura heredarla a sus tres hijos: Jimena, de 22 años, quien estudia Microbiología y Estadística en la UCR; y sus gemelos, Sara y Álvaro, de 17 años, fruto de su matrimonio con Olman Murillo, ingeniero forestal, especializado en Genética e investigador en el Tecnológico de Costa Rica.
Por medio de la lectura, Mavis Montero empezó a desarrollar su admiración por la sociedad alemana. “Para mí, ver que mucho de lo descubierto era por científicos alemanes era como un sueño; yo tenía apenas 15 años”, comentó.
Ese sueño fue cobrando forma: de Parrita pasó a San Ramón, donde llevó estudios generales y biociencias en la sede que ahí tiene la UCR.
Ahí encontró el impulso para decantarse por Química, carrera que cursó en la sede central, en Montes de Oca, San José, valiéndose de becas y de ayudas económicas, como la de contar con un espacio en las residencias estudiantiles para alumnos que, como ella, venían de lejos.
Se graduó de licenciada en Química en 1990. Dos años después, ingresó a la Universidad de Göttingen, Alemania. Ahí obtuvo su doctorado en Química Inorgánica y realizó el post doctorado en cristalografía, en 1997.
Montero regresó a la Escuela de Química de la Universidad de Costa Rica donde trabaja como docente e investigadora del Centro de Investigación en Ciencias e Ingeniería de Materiales (CICIMA), en proyectos para beneficiar la industria, la agricultura y la salud.
Mentora de científicos
Al mirar en retrospectiva, 52 años atrás, la científica resume su trayectoria con estas palabras: “Veo la vida con agradecimiento a personas que abrieron puertas pero también la veo como puertas por las que logré pasar al aprovechar oportunidades que no se presentan siempre. Las he tomado sin miedo de echarme al agua”.
Para la investigadora, los logros son resultado de una combinación de factores: mantener un norte, aprovechar las oportunidades y ser agradecida con la vida.
Y el futuro, ¿cómo lo mira esta científica? Se concentra en una palabra: retribución.
“Estoy haciendo un esfuerzo por salir un poco de la academia más básica para poder desarrollar cosas. Ahorita, junto a compañeros de Ingeniería Química, estamos desarrollando un proyecto para generar pasta de dientes con nanopartículas en alianza con pequeñas y medianas empresas (pymes). Son esfuerzos para canalizar parte de ese conocimiento hacia algo productivo”, dijo.
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La científica también tiene en el horizonte el desarrollo de materiales de naturaleza inmunológica, con la empresa Speratum, donde también participa el virólogo Christian Marín Müller.
“No sé si en mi segunda mitad de vida estoy haciendo esa vinculación de generar trabajo, empleo y apoyar pymes. Más ahora por el momento que estamos pasando. Hay que ir abriendo puertas en otras direcciones”, comentó la científica en una necesaria referencia al impacto que ha tenido la pandemia.
Los proyectos continúan. Hay varios con profesionales en Ciencias Básicas para vincularse, incluso, con colegios. Otros aplicando ciencia a Arqueología o Arte.
“Veo el futuro lleno de vínculos y oportunidades pero hay que hacerlas, no caen del cielo. Hay que construirlas”, advirtió Montero, convertida hoy también en educadora y mentora de futuros científicos.