En 1980, mientras era una “matadora” de árboles en los grandes bosques y aserraderos del noroeste de los Estados Unidos, Roberta Ward no se imaginaba que 28 años después estaría al frente de una fuerte lucha por salvar y regenerar los bosques tropicales de Costa Rica.
Cansados del frío del oeste americano, esta californiana y su esposo, Daniel Spreen Wilson, llegaron a Costa Rica en busca de su paraíso tropical en julio de 1982. Se establecieron en una finca ganadera a cuatro km de la ciudad de Tilarán y permanecieron en la actividad lechera y de engorde hasta 1998.
Luego iniciaron un pequeño proyecto de reforestación que a los pocos años creció y que hoy conforma el área forestal La Reserva, con más de 40 hectáreas de bosque, con cientos de especies de árboles autóctonos, decenas de especies de aves, mamíferos, mariposas, orquídeas y otras especies locales, que la convierten en uno de los principales ecosistemas en el extremo oeste del embalse Arenal.
Esta pareja creó, junto con varios amigos, la Fundación La Reserva, que hoy da apoyo técnico, dona árboles, financia programas y sirve de centro de investigaciones de estudios biológicos y programas de cooperación con la Universidad de Georgia y Stanford, en California.