Científicos del gobierno estadounidense informaron esta semana que la capa de hielo flotante (banquisa) del Océano Ártico se ha reducido a su segundo nivel más bajo desde que comenzaron estudios satelitales al respecto, en 1979.
Hasta este mes, solamente una vez en los últimos 42 años, el casquete helado de la Tierra cubrió menos de 4 millones de km2.
La tendencia es clara: la extensión de la banquisa ha disminuido el 14% por década durante ese periodo.
Pero toda esa masa hielo y nieve derretidos no aumentan en forma directa el nivel de los mares, igual que unos cubitos de hielo derretidos no hacen que un vaso de agua se desborde, lo que plantea una pregunta incómoda: ¿a quién le importa?
Pero sí se trata de una seria alerta.
"La disminución de la banquisa del Ártico en verano es una de las señales más claras e inequívocas del cambio climático", señaló Julien Nicolas, experto en el Ártico del programa de observación de la Tierra, de la Unión Europea (UE).
Síntoma y factor desencadenante
Quizás lo más básico a destacar, de acuerdo a los científicos, es que una capa de hielo que se encoge no es sólo un síntoma del calentamiento global, sino también un factor desencadenante.
"La disminución del hielo marino afecta al océano oscuro (profundo), lo que crea un poderoso mecanismo de retroalimentación", señaló a la AFP Marco Tedesco, geofísico del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.
La nieve recién caída refleja el 80% de la fuerza radiativa del Sol de regreso al espacio.
Pero cuando esa superficie similar a un espejo es reemplazada por otra de agua azul profundo, se absorbe aproximadamente el mismo porcentaje de energía de calentamiento de la Tierra.
Y aquí no estamos hablando de una superficie equivalente a sellos postales: la diferencia entre el mínimo promedio de la capa de hielo desde 1979 hasta 1990 y el punto bajo señalado hoy, más de 3 millones de km2, es el doble de Francia, Alemania y España juntos.
Los océanos han absorbido ya el 90% del exceso de calor generado por los gases de efecto invernadero, pero a un coste terrible, lo que incluye una química alterada, olas de calor marino masivas y arrecifes de coral moribundos.
Y, en determinado punto, advierten los científicos, lo que absorbe como esponja ese calor líquido puede saturarse.
Alteración de corrientes marinas
En el complejo sistema climático de la Tierra se incluyen corrientes oceánicas vinculadas entre ellas, impulsadas por el viento, las mareas y algo denominado circulación termohalina, que está impulsada simultáneamente por cambios de temperatura (termo) y concentración de sal ("haline").
"Un cambio en la banquisa podría interrumpir esta especie de 'gran cinta transportadora', como se la conoce, de tal forma que tendría importantes consecuencias en el clima de Europa", señaló Nicolas a la AFP.
Por ejemplo, hace casi 13.000 años, cuando la Tierra transitaba de una era de hielo al periodo interglacial, que permitió que nuestra especie se desarrollara, las temperaturas globales cayeron abruptamente varios grados centígrados. Volvieron a aumentar unos 1.000 años más tarde.
La evidencia geológica sugiere que hubo una desaceleración de esa circulación termohalina provocada en parte por un flujo masivo y rápido de agua fría y dulce de la región ártica.
"El agua dulce del derretimiento de la banquisa y del hielo en tierra en Groenlandia perturba y debilita a la corriente del Golfo", una parte de la cinta transportadora que fluye en el Atlántico, señaló Xavier Fettweis, investigador asociado de la universidad de Lieja, Bélgica.
"Es esto lo que permite que Europa occidental tenga un clima templado si se compara con la misma latitud de América del Norte".
La enorme capa de hielo sobre la masa terrestre de Groenlandia perdió más medio billón de toneladas el año pasado, que fluyeron hacia el mar.
A diferencia de la banquisa, que no aumenta el nivel del mar cuando se derrite, el agua la proveniente de Groenlandia sí lo hace.
Esa cifra récord se debió en parte a las temperaturas del aire más cálidas, que han aumentado dos veces más rápido en el Ártico que en el resto del planeta.
Pero también fue causado por un cambio en los patrones climáticos, sobre todo por un aumento de los días soleados en verano.
"Hay estudios que sugieren que este aumento de las condiciones anticiclónicas en el Ártico durante el verano se debe en parte a la extensión mínima de la banquisa", explicó Fettweis a la AFP.
Una consecuencia: la situación actual, con el advenimiento de veranos sin hielo, dejaría sin alimento a los osos polares hasta la extinción hacia fines de siglo, según un estudio publicado en julio por Nature.