En la mayoría de empresas y organizaciones, el estrés es casi un compañero de trabajo más con el que se debe aprender a convivir.
Las fechas de entrega, los proyectos nuevos y los horarios de trabajo cada vez más extensos son usualmente la norma y rara vez la excepción.
Los efectos de la vida moderna a veces se sienten más de lo que uno quisiera: dolores de cabeza y espalda, cansancio, y problemas para dormir. En ocasiones, sin embargo, la tensión es tanta y tan crónica que sentimos haber gastado hasta el último cartucho.
El síndrome de burnout o agotamiento profesional se origina cuando el estrés se lleva del trabajo a la casa e irrumpe con el estado anímico de la persona que lo está padeciendo.
La palabra inglesa burnout describe precisamente cuando un material se ha quemado tanto, que ya no da más energía.
Típicamente, este síndrome se acompaña de una depresión, haciendo que la persona se sienta exhausta, indiferente, y sin propósito de vida.
Quien sufre de agotamiento profesional probablemente se vea tan consumido por el trabajo, que familia, amigos, y hasta su propia salud quedan relegados a un último plano, ocasionando un colapso mental y físico.
Según la Clínica Mayo en los Estados Unidos, la falta de control, expectativas poco claras, y una dinámica disfuncional en el lugar de trabajo son causas comunes del burnout.
Reacción en cadena. El estrés, contrario a lo que se cree, no es del todo negativo. Un estudio de la Universidad de California encontró en abril pasado que los episodios cortos de estrés moderado tienen un efecto positivo en la producción y activación de neuronas.
Los especialistas incluso dividen el estrés en dos tipos: el eustrés, considerado positivo para el desempeño; y el distrés, precursor del burnout .
De acuerdo con la psicóloga Eugenia Ocampo, es el mal manejo de los potenciales estresantes lo que perjudica a la persona.
“Todas las situaciones que se prolongan, a las cuales no les logramos dar una conclusión, nos causan mayor estrés. Cuando no podemos decir no a una situación, por ejemplo cuando el jefe me pone más trabajo de la cuenta. Es la incapacidad de poner límites”, explica la psicóloga.
La respuesta emocional y física frente al estrés se origina en el cerebro. Frente a una situación tensa, el sistema nervioso simpático dirige una reacción en cadena que inunda el cuerpo de hormonas para hacer frente al peligro percibido.
Las glándulas adrenales liberan adrenalina al torrente sanguíneo. Esta envía sangre oxigenada al cerebro y a los músculos. A la vez, el cortisol, conocido como “la hormona del estrés” recluta cantidades mayores de glucosa en la sangre para proveer energía extra al cuerpo.
Pero esta reacción tiene su costo: el cortisol también interrumpe el crecimiento, la reproducción y el sistema inmune, y la sangre fluye en menor medida a la piel y otros órganos. Por ello, el estrés crónico se asocia a disfunciones sexuales, propensión a enfermarse y una apariencia decaída en general.
Cara factura. A la larga, el estrés acumulado termina pasándole la factura a quien no sabe manejarlo, tanto física como emocionalmente. En el 2012, una investigación de la Universidad de Yale descubrió que la depresión y el estrés crónico activa un interruptor genético que literalmente encoge el cerebro, y causan desconexión entre las neuronas.
La sobreexposición al cortisol está también ligada al aumento de peso, ansiedad, depresión, problemas para dormir y enfermedades cardiacas y digestivas.
El manejo temprano del estrés puede prevenir estas y otras condiciones, además de mejorar las relaciones con familia, amigos y compañeros de trabajo, aseguran los expertos. El ejercicio y la recreación, las artes marciales y la meditación son sólo algunos de los métodos disponibles para prevenir el burnout .
Sin embargo, si ya se sufre de agotamiento profesional, la mejor recomendación es hacer un alto y pedir ayuda profesional psicológica, pues la depresión y una peor condición de salud estarían a la vuelta de la esquina.