Tener un tío adicto a la cocaína, una madre con dependencia al tabaco o un abuelo alcohólico aumentan las probabilidades de que una persona siga sus pasos y desarrolle también una adicción.
Así como algunas familias pasan a las nuevas generaciones problemas cardíacos o de hipertensión, otras heredan un sistema de dopamina más vulnerable.
Este neurotransmisor está ligado al placer y al circuito de recompensa en el cerebro, un área funcional conectada con las adicciones.
“En un paciente alcohólico o adicto a otra sustancia, uno puede identificar que en su familia hay gente con problemas similares. Lo común es que si los jóvenes son adictos, uno les pregunta a ellos o a sus familiares y encuentra antecedentes”, apunta el psiquiatra Luis Carlos Sancho.
Esto, porque el consumo de drogas o incluso conductas como las apuestas o dormir –en niveles adictivos, claro está–, generan una alteración mental en los sectores del cerebro relacionados con el placer.
“El comer, el sexo, el dormir, todo esto está relacionado con placer y anatómicamente con el circuito de recompensa. Igual con los comportamientos adictivos hay una descarga de dopamina en este circuito”, explica el psiquiatra y experto en drogodependencia Hárold Segura.
Los antecedentes familiares hacen más frágiles las conexiones en este sistema. Esto no significa que naturalmente están predispuestos a buscar drogas. Sin embargo, sí implica que, en caso de probarlas, puedan ser más fácilmente afectados por ellas.
Segura apuntó que en familiares de primer grado, la probabilidad de adicción aumenta hasta el 50% y disminuyen conforme aumenta la distancia genealógica.
Al estar las adicciones –desde alcoholismo hasta ludopatía– conectadas al mismo sector anatómico, el cuerpo no discrimina entre ellas y, aunque la historia familiar indique una “preferencia” por una sustancia, la persona puede generar una dependencia por otra.
Por ejemplo, casos de jóvenes adictos a drogas más “modernas”, como cocaína o heroína, usualmente tienen familiares dependientes al alcohol o al tabaco.
A pesar del peso que puede tener el factor genético, la mayoría de los casos clínicos cuentan también con factores externos de riesgo. Así, eventos graves como un despido o la muerte de un familiar y ambientes desfavorables –una familia disfuncional o un vecindario violento– pueden desencadenar una condición que vendría heredada.
Comorbilidad. Otro de los elementos críticos que una persona debe considerar, es la presencia de transtornos psiquiátricos que acompañen a la adicción.
“Normalmente, todos los pacientes alcohólicos tiene algún tipo de ansiedad o depresión. Entre 30% y 40% de las personas adictas tienen algún tipo de enfermedad psiquiátrica”, apunta Sancho, quien atiende estos casos en el sector privado.
La Organización Mundial de la Salud define la comorbilidad, o trastorno dual, como la coexistencia en el mismo individuo de un trastorno inducido por el consumo de una sustancia psicoactiva y de un trastorno psiquiátrico.
Así, las adicciones vienen acompañadas de transtornos afectivos o depresivos.
Esto es fundamental saberlo para el tratamiento, pues no solo debe atenderse la adicción en sí, sino también el trastorno psicológico paralelo. “Son entes separados que se pueden juntar y uno complica al otro. Si soy alcohólico y tengo trastorno afectivo bipolar, si no compenso el alcoholismo, tendré problemas con el trastorno y viceversa. Las dos deben de sostenerse”, apunta el doctor Segura.
Esto no implica que para padecer una adicción haya que tener un padecimiento mental.