Hace 18 años, Sonia Gómez Acuña empezó a cultivar hortalizas de forma orgánica en su finca La Sanita, en Tierra Blanca de Cartago. Entonces nadie sabía bien qué era aquello y hoy todavía recuerda las burlas, advertencias y sermones de vecinos y familiares por aquella “locura”. La tristeza y la incertidumbre fueron los primeros frutos de pensar diferente.
“Me sentí impotente, pequeñita. Pero yo me decía ‘¿y por qué? No joda’. Seguí sembrando así. Empecé con poco, pero el culantro y las lechugas se me daban muy bien y me iba con un carretillo a vendérselas a mis vecinos diciéndoles que eran sin agroquímicos,” recordó doña Sonia, quien hoy es agricultora orgánica certificada e imparte charlas para convencer a otros productores.
La incomprensión y el escarnio que soportó tienen su “lógica”. Cada sector agropecuario del país se caracteriza por operar según prácticas tradicionales heredadas por generaciones, aprendidas a base de observación y repetición. Así es en sistemas agrícolas, cafetales, lecherías y ganaderías.
Pensar y actuar distinto puede resultar difícil porque implica renunciar a enseñanzas de ancestros para abrazar otras pautas probadas técnicamente y sostenibles con el ambiente.
“Mi papá nos dejó una manzana, siempre recuerdo cómo le costó todo; por eso decidí cambiar de mentalidad para trabajar como lo hago y crecer. Mis papás siempre trabajaron convencionalmente y con agroquímicos; la agricultura orgánica empieza por cambiar ideas: pensar cómo cuidar el agua, la tierra, comer más sano y así evitar enfermedades. Quiero heredar algo bueno a mis hijas”, añadió.
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Ella produce por calidad y no cantidad, basada en capacitaciones para aplicar otras técnicas y certificarse; lo cual también implica el rigor de un registro minucioso de sus prácticas. Eso garantiza trazabilidad y asegura que cada vegetal sea realmente orgánico.
Así es el culantro, la espinaca, la lechuga, la cebolla, el pepino, el tomate y el chile, entre una larga lista de los productos que se cultivan en el invernadero, así como las plantas medicinales, como el romero, la lavanda o la hierbabuena que están en la finca.
Para Kattia Rojas Méndez, coordinadora de Mercadeo y Ventas en Fundecooperación para el Desarrollo Sostenible, personas como Sonia Gómez solo requieren un pequeño empujón para superar el miedo al cambio. Lo dice con base en años de experiencia en esta organización que financia producción sostenible con capacitaciones y recursos a la medida de cada productor, según sus necesidades y condiciones.
Según Rojas, en este momento, la mayoría de productores realmente desean cambiar por razones económicas y sensibilidad conservacionista, debido a que las técnicas de antaño ya no se ajustan a esta era marcada por la crisis climática.
Cuando se les brinda alguna instrucción, aseguró, los productores se entusiasman, motivados principalmente por historias de éxito de otros en su actividad.
“La mayoría son emprendedores, pero aún no lo saben; es gente esforzada que suele dar el salto después de ir a escuelas de campo. Cuando ven allí los resultados de productores como ellos, quienes empiezan a triunfar, quieren imitarlos e incluso luego interesar a otros. Como son personas también solidarias, se ayudan entre sí en una dinámica que multiplica los resultados”, destacó Rojas.
En su finca La Sanita, doña Sonia no usa agua de la red de suministro. Emplea un sistema de “cosecha” de agua llovida para el riego, saca sus propias semillas y tampoco gasta en agroquímicos, pues mantiene el vigor de su tierra con zanjas a nivel y “gavetas” (huecos para retener tierra) que previenen la erosión por los aguaceros. Sin estos cuidados, se lavarían las capas superficiales más fértiles y la obligaría a derramar fertilizantes para robustecer el terreno.
Para fortalecer la tierra, elabora abonos con estiércol de oveja, vaca, conejo y caballo tratados con técnicas especiales y aplican mezclas de carbón, granza y semolina (puntilla de arroz) para multiplicar los microorganismos del suelo. Todo natural y aprendido a lo largo de 18 años de capacitaciones.
Marea verde aumenta
A la fecha, Fundecooperación registra 650 fincas adaptadas al cambio climático gracias a prácticas como las seguidas en La Sanita. Esas propiedades suman 21.000 hectáreas (ha) de área sembrada y ya suman unos 5.000 los productores capacitados en forma directa con varias de las 50 tecnologías de técnicas de adaptación. Hay más de 400 organizaciones a nivel local beneficiadas, revela la estadística de esa entidad.
Registros de otros sectores evidencian el cambio de mentalidad. A abril, el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) informó de 1.750 fincas ganaderas que siguen medidas de adaptación y mitigación al cambio climático que también son una ruta para elevar su rentabilidad.
Estas fincas representan 73.000 ha (14,4% de zona ganadera nacional) adaptadas para reducir sus gases de efecto invernadero. Hay 80.000 animales cuya reconversión de procesos redujo en 156.000 las toneladas de dióxido de carbono equivalente (CO² eq) emitidas al 2021.
Ahí, grupos familiares participan de prácticas como ensilaje (conservación del forraje basado en una fermentación láctica), cultivan bancos forrajeros, se hace un manejo racional y adecuado en la rotación de potreros y se administra el agua para diferentes actividades de la finca, pero sin descuidar la conservación y manejo del líquido creando sistemas para “cosecha de lluvia”.
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Otro acierto en este sector es el uso de heces y otros desechos orgánicos útiles para preparar abono orgánico, riego de purines, lombricultura, y biodigestores para minimizar gastos en momentos cuando el cambio climático, la apertura comercial, la crisis de las cadenas de suministros y alzas en los costos asociados a insumos también impulsan a los productores a buscar otras rutas para mantenerse en la actividad.
Resultados similares también brotan en los cafetales, según Gabriela Carmona Araya, ingeniera agrónoma del MAG al frente de los Planes de Acción de Mitigación Nacionalmente Apropiada, como parte de su trabajo coordinando el Programa Nacional de Café para una producción más sostenible. De nuevo, esto implica variar la mentalidad del productor, el sector industrial y los consumidores.
En casi 10 años, Carmona atribuyó el éxito de la labor a la inclusión de jóvenes y mujeres quienes han refrescado el ideario de un sector muy tradicional en sus procesos.
“En el sector ya no se habla de lo mismo. Hay instrucción, herramientas y motivación al punto de transmitir a todos que se vean como empresarios y no solo productores. Se provee información basada en conocimiento científico probado; no las recetas de siempre”, explicó.
En cierta forma, recalcó, los incentivos rebasan el interés económico porque “es un asunto de sentir orgullo y sentido de propósito con el ambiente, con el futuro y eso es una retribución en sí”.
Pensar diferente
Ese espíritu, de acuerdo con la agrónoma, lleva a las personas a adueñarse del mensaje y es cuando empiezan a consumir menos electricidad, adoptar otras pautas y promoverlas. Hoy Costa Rica tiene 24.000 ha de café producido mediante un sistema bajo en emisiones, gracias a 9.000 productores que aplican con éxito mejores prácticas agrícolas.
¿Cuáles? La más visible, con los sistemas agroforestales. Solo en el 2019, se sembraron 75.000 árboles en 84 fincas de café y este año la meta es 162.500 en otras propiedades.
Estos árboles captan CO²eq y ayudan a preservar fuentes de agua, mitigar plagas e incluso mejoran la producción con el tiempo, por la sombra que proveen al cafetal y porque sus raíces estimulan la actividad biológica del suelo y le inyectan nutrientes. Del 2015 al 2021, estos árboles han fijado 72.763 toneladas de dióxido de carbono equivalente (CO² eq) entre las fincas productoras y beneficios participantes, según el MAG.
Otros frutos del cambio son invisibles en los registros estadísticos pero son reales y en su nombre todo esfuerzo vale la pena; incluso sacudirse el miedo.
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Sonia Gómez Acuña tenía una hermana llamada Margarita quien batalló por años contra un cáncer que le empezó en el útero y luego se propagó al hígado. Durante su tratamiento, su oncólogo le impuso una estricta dieta que dejó fuera repollos, tomates y otros vegetales debido el uso de agroquímicos para su cultivo.
“Margarita empezó a venir a la finca porque sentía antojos. Empezó a pedirme repollo, tomates; de todo. Se los comía feliz y nunca le hicieron daño porque todo es orgánico. Fue ella quien me hizo a mí más fuerte. Ella es mi mayor testimonio de que los productos orgánicos cuidan incluso a personas con enfermedad”, narró la productora con la voz entrecortada.
Su hermana falleció hace seis años, ahora la inspiración son sus propias hijas. La mayor se llama Irene y madre de una niña llamada María Belén, que es el desvelo de esta emprendedora. La otra se llama Jessica, quien desea seguir los pasos de su mamá y ahora estudia Agronomía.
“Agricultura orgánica es pensar diferente. Primero con el corazón, pensando qué le heredo a los demás, luego con el estómago, diciéndonos cómo me alimento más sano y también con el bolsillo, por economía. Y de última es un asunto cultural, es una cambio en el estilo de vida”, explicó esta semana la abuela enfundada en sus botas de hule y tomándose un café en medio de preparativos poco antes irse a Guanacaste un par de días a contarle su historia a productores en aquella provincia.