Cada primavera, los animales más grandes del mundo se trasladan desde su estación de reproducción invernal, a lo largo de Costa Rica, hacia el norte, a la costa oeste de Estados Unidos para degustar su comida favorita: el krill, un minicrustáceo.
La migración de ballenas azules, unos mamíferos de más de 100 toneladas, ha sido estudiada durante mucho tiempo, pero hasta ahora no se sabía cómo establecían su itinerario: ¿se adaptan para seguir en tiempo real las áreas ricas en kril? ¿O siempre hicieron la misma peregrinación en las mismas fechas?
Un estudio realizado por investigadores gubernamentales y universitarios de Estados Unidos, publicado el lunes en las Actas de la Academia de Ciencias (PNAS), concluye que es la memoria la que las guía a las ballenas azules, a diferencia de la mayoría de los animales terrestres, que a menudo hacen desvíos en sus periplos anuales para adaptarse a las variaciones de recursos.
Como las ballenas, el krill remonta la costa con la temporada. Pero a veces llega con retraso, o demasiado pronto. No cambia nada para las ballenas: al parecer, prefieren no arriesgarse apresurándose para alcanzarlo.
Los investigadores observaron que su ruta inmutable correspondía al promedio de los picos de krill en un período de 10 años. “Usan su memoria o su experiencia pasada, como para cubrirse a sí mismas”, dice desde Monterrey (California) Briana Abrahms, científica de la administración federal de los océanos, la NOAA, y coautora del estudio.
Sesenta ballenas fueron monitorizadas diariamente desde 1999 hasta 2008 usando etiquetas satelitales conectadas por ventosas. Las concentraciones de krill fueron controladas indirectamente por tres satélites, a través de la concentración de clorofila en el océano. La clorofila indica la presencia de fitoplancton, de lo cual se alimenta el krill.
Así, los investigadores solamente tenían que comparar los calendarios.
Según los científicos, esta es la primera vez que se establece que las ballenas azules no ajustan en tiempo real sus migraciones en función del alimento.
Esto puede deberse a que los océanos varían mucho más que los entornos terrestres, explicó Abrahms. "Los océanos son lugares muy dinámicos", sostiene.
El punto débil de esta estrategia es que las variaciones anuales se vuelven extremas con el calentamiento global, y pueden estar muy lejos del promedio que tanto les gusta a las ballenas.
“La amplitud de los cambios amenaza con ir mucho más rápido de lo que las ballenas y otros animales han tenido para adaptarse hasta el momento”, advierte la científica.