Restaurar el manglar del humedal Térraba Sierpe para que proteja a las comunidades de Palmar Sur, Finca 6 y Sierpe puede ser más efectivo, e incluso más barato, que construir un dique ante una eventual tormenta derivada del cambio climático.
¿Cómo hacerlo? Pues apostando por fertilizantes orgánicos, favoreciendo la cobertura boscosa para proteger el suelo y evitar la escorrentía y utilizando a las mismas especies como controladoras de plagas en vez de químicos.
Eso permitirá que el ecosistema goce de buena salud y sirva de barrera natural, no solo ante tormentas sino también marejadas. Además, presta otros servicios ambientales, como captura de carbono, filtración del agua y criadero de especies de interés comercial, como peces, camarones o pianguas.
“Las medidas de adaptación sirven para incrementar la capacidad de recuperación (resiliencia) o resistencia de los ecosistemas ante el embate de ese cambio en el clima”, explicó Bernal Herrera, investigador del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie) y uno de los autores de la Estrategia Nacional de Adaptación de la Biodiversidad al Cambio Climático.
Con este plan, Costa Rica propone medidas para invertir en su biodiversidad (disminuyendo el impacto de las actividades humanas en la naturaleza) y así reducir los impactos del cambio climático en las comunidades.
El documento fue presentado este jueves por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), la Dirección de Cambio Climático (DCC) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Está formulado para un plazo de 10 años (2015-2025) y suma otros esfuerzos que se vienen ejecutando en la materia (Estrategia Nacional de Cambio Climático y Política Nacional de Biodiversidad), al tiempo que formula otros pasos que son nuevos.
“Refleja esas acciones tempranas que el país viene haciendo voluntariamente, aunque no le llamemos adaptación o mitigación”, dijo Iván Delgado de la DCC.
La iniciativa formará parte del Plan Nacional de Adaptación, el cual estará listo en 2018 y responde a la contribución nacional que el país ya presentó ante la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Gestionar el territorio. En Costa Rica está presente el 3,6% de la biodiversidad del planeta.
Sin embargo, sus especies son amenazadas por la fragmentación del hábitat, el cambio en el uso del suelo, la contaminación y la explotación de los recursos e introducción de especies invasoras, entre otras.
A eso se le suma que estas especies son afectadas por las variaciones en los patrones de temperatura y precipitaciones derivados del calentamiento global, lo que provoca cambios en el tamaño de las poblaciones (incluso, la extinción) y en la distribución.
A los ecosistemas se les hace más difícil lidiar con el cambio climático cuando existen condiciones previas que los debilitan.
“Tenemos que facilitarle a la biodiversidad que se adapte y por lo tanto, poder mantener ciertos servicios ecosistémicos que son claves”, dijo Herrera.
Disminuyendo esas condiciones previas, causadas por el ser humano, los ecosistemas serán capaces de resistir y recuperarse más rápidamente de los embates de inundaciones o sequías.
Por eso, la gestión integrada del territorio es el punto ancla de la nueva estrategia.
Al tener parques nacionales y refugios de vida silvestre, las comunidades se están asegurando oxígeno y agua para el futuro.
Los corredores biológicos facilitan el tránsito de especies y con esto se robustece la variabilidad genética, por lo que las poblaciones son más estables.
Las buenas prácticas agrícolas permiten que haya polinizadores para los cultivos y otros controladores de plagas e incluso de insectos que son vectores de enfermedades como el dengue.
La cobertura boscosa “amarra” el suelo y disminuye la escorrentía, lo que evita la sedimentación en arrecifes de coral que son criaderos de especies esenciales para la alimentación humana.
En otras palabras, invertir en los ecosistemas es también hacerlo en las personas.