Desde hace varias décadas, los biólogos ecologistas estadounidenses Daniel Janzen y Winnie Hallwachs vienen todos los años a Costa Rica durante unos meses para estudiar la biodiversidad de Área de Conservación de Guanacaste (ACG) y luego se devuelven a Filadelfia, EE. UU., donde laboran como investigadores en la Universidad de Pensilvania.
Sin embargo, llegó la pandemia y estos esposos quedaron “atrapados” aquí, con sus computadoras y en contacto con los bosques guanacastecos. ¿Cómo no aprovechar el tiempo?
Se dedicaron entonces a revisar los archivos históricos de sus investigaciones sobre los insectos de la zona desde la década de 1970, los climas históricos en esos años y la situación hoy.
Su análisis fue el fruto para una publicación en la revista Proceedings of The National Academy of Sciences (PNAS), donde confirman que sí, el cambio climático ha afectado a los insectos costarricenses, especialmente en los últimos 15 años.
“Guanacaste no es una pampa natural. Originalmente estaba cubierta por bosque (excepto por algunos volcanes, pantanos y agricultura indígena). Pero hace más de 400 años, los ancestros europeos removieron al menos el 90% de ese bosque. Ahora estamos regenerándolo. El ACG es un ejemplo, desde 1985 nos propusimos restaurarla”, recalcó Janzen, ya de regreso en Estados Unidos.
“La provincia es muy estacional, y eso se hace mayor y más evidente cada vez gracias al cambio climático”, añadió.
El estudio
La investigación pudo realizarse gracias a todo el tiempo que Janzen y Hallwacks han utilizado a Guanacaste como su laboratorio.
La relación de Janzen con Costa Rica se remonta a 1963, cuando visitó el país como estudiante de un curso con la Organización de Estudios Tropicales (OET).
“Entre 1963 y 1985 fui una especie de ‘científico turista’ que estudia en los bosques. Winnie se me unió en 1978 con el mismo espíritu”, recordó.
En 1985 todo cambió, pues desarrolló un proyecto con el entonces Ministerio de Recursos Naturales, Energía y Minas (Mirenem), en Corcovado. Un año después, sus estudios lo llevaron a Guanacaste, donde apoyó la conservación de la zona y la creación de la ACG.
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Desde entonces permanecen en Costa Rica cerca de seis meses al año.
Este 2020 la pandemia no les permitió regresar, pero sí trazar una línea de investigación. Regresaron a su hogar en Estados Unidos a principios de este año.
“Los archivos históricos del clima dicen que la primera vez que estuve en Liberia, en 1963, la verdadera estación seca, muy cruda, duraba cerca de cuatro meses. Hoy son seis meses. Este calentamiento progresivo y esta resequedad fue muy visible para nosotros que vivimos e investigamos en la ACG desde entonces”, destacó.
Pero sí debían estudiar más de cerca las poblaciones de insectos. Ellos analizaron los archivos desde 1970 hasta la fecha, 50 años.
“Todo 2020 estuvimos aislados en nuestro ‘centro de operaciones’ en Santa Rosa y eso nos dio tiempo de contemplar todo lo que hemos visto en biología por las últimas décadas”, enfatizó el ecólogo.
A través de su análisis, los científicos vieron que el cambio climático ha sido real: las especies de orugas se redujeron a la mitad desde 2005, lo mismo pasa con las polillas, cuya reducción ha sido muy grande desde la década de 1980.
“La densidad y la riqueza de especies de toda la comunidad de insectos decrece y nos preguntamos cómo los vertebrados que se alimentan de insectos están sobreviviendo, y cómo logran polinizarse las flores que son polinizadas por insectos”, puntualizó Janzen.
“El clima cambia y la biodiversidad decrece, todo esto impacta en las interacciones del ecosistema. Ahora todo esto es muy visible, lo suficiente como para que cualquier persona lo distinga cuando se les dan los datos más básicos”, añadió.
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¿Por qué estudiar los insectos?
Alejandro Masís Cuevillas, director de la ACG, afirma que los insectos son trascendentales para entender los impactos del cambio climático.
“Juegan un rol muy importante porque son consumidores primarios. Las plantas son productoras de biomasa, que es consumida por insectos. Y a su vez estos insectos son consumidos por aves, murciélagos y otros mamíferos”, manifestó.
Para el especialista, al ser consumidores primarios ya hay una acumulación de energía en ello, que es muy importante para el ecosistema.
“Si no hay insectos no hay polinización. La composición de los bosques puede variar drásticamente”, destacó Masís.
“Con el cambio climático en las cimas de los volcanes aquí en Guanacaste, hace 30 años no encontraba ningún tipo de hormiga a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar. Ahora hay cientos de especies nativas de estos volcanes. ¿Y por qué están ahí? Bueno, estos volcanes ya no son tan húmedos, ya no son tan nubosos, y eso permite que esas especies que están asociadas a climas más secos y más calientes tienen más hacia dónde subir”, añadió.
En el caso de algunas hormigas, como las arrieras, que son depredadoras, esto lleva a que puedan consumir algunas especies que eran vitales para el ecosistema.
“Las arrieras desplazan a todo el mundo: a otros artrópodos, a otras especies, a las plantas. Hay mucha gente feliz de que a su alrededor haya menos ‘bichos’, pero el impacto es sustancial”, subrayó.
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Posibles explicaciones
Para Janzen y Hallwachs el hallazgo no es sorpresivo.
“Vivimos y trabajamos tan cerca de la naturaleza que vemos constantemente pequeños indicadores de las cosas más grandes que sucederán. Las vemos muchos años antes de que se vuelvan tan grandes como para que la humanidad se percate”, sintetizó Janzen.
¿Por qué se produjo este descenso en las poblaciones de insectos? La pareja tiene sus hipótesis.
“Desde inicios de la década de 1980, el calentamiento propio del cambio climático se ha acompañando por duraciones erráticas de las estaciones secas ‘verano y veranillo’, no siempre comenzaban y terminaban al mismo tiempo, ni duraban lo mismo”, explica Janzen.
El investigador indica que los insectos tropicales ajustan sus ciclos de vida a estos calendarios estacionales. Lo mismo lo hacen las plantas que le dan alimento y se convierten en el hogar de estos insectos. Conforme hay patrones cada vez más irregulares, no todos logran adaptarse y muchísimos mueren.
“Conforme pasan los años, las comunidades de insectos se vuelven más débiles y más susceptibles. Esto lo notamos a inicios de la década del 2000 y en mayor medida a partir de 2005. Las poblaciones de orugas, flores y diversos tipos de insectos se hicieron muy evidentes para nosotros”, indicó el investigador.
La esperanza: ser gentiles con ‘los sobrevivientes’
Para esta pareja de ecologistas, si el impacto del cambio climático continúa, a largo plazo vendrán varias consecuencias, pero estas también serán fruto de la acción humana.
“Las consecuencias pueden ser severas si el cambio climático sigue el mismo curso, y mucho peores si vienen acompañados de deforestación, uso de pesticidas, prácticas poco ‘amigables’ de cosecha. Esto podría llevar con el tiempo a la extinción de especies”, destacó Janzen.
Y añadió: “Grandes porciones del planeta se han visto ya afectadas de la misma forma en la que Costa Rica se afectaría si sigue dañando así la naturaleza”.
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Pese a que ya vemos las consecuencias, para estos científicos todavía hay una esperanza.
“Mi respuesta usualmente es ‘sean gentiles con los sobrevivientes’. Esto quiere decir que no solo debemos proteger a las especies que todavía tenemos; además, hacer lo que debamos para que recuperen su ecosistema”, especificó Janzen.
“Esto quiere decir: dejen de cortar el bosque, déjenlo restaurarse. Dejen a los vertebrados en paz para hacer la dispersión de semillas. Dejen de hacer quemas y de usar pesticidas. Sean realmente un país verde”, agregó.
Los investigadores señalan que como especie, los humanos no somos gentiles con la biodiversidad, lo hemos sido por miles de años.
“Ser gentiles es reconocer a estos sobrevivientes como parte nuestra, de nuestra sociedad. Somos gentiles con nuestras mascotas, nuestros niños, las plantas de nuestro jardín, nuestra pareja, pero no reconocemos al resto de la biodiversidad como nuestros, no entendemos su relevancia, pero son vitales para que los humanos estemos aquí”, advirtió.
Y prosiguió: “Ser gentiles requiere saber quiénes son estos insectos, quiénes son, dónde están, qué hacen, para qué son importantes”, concluyó.
Mientras tanto, esta pareja está en su casa en Filadelfia a la espera de tener la vacuna contra covid-19 para poder regresar.
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