La recomendación del guardaparques Markus Murillo parecía sencilla de acatar: “Cuando baje, concentre la vista en un animal a la vez, pues son tantos que puede sentirse abrumado y al final no recordará bien lo que vio”. Pero una cosa es que se lo digan y otra tener que disciplinar el cerebro en medio de un caleidoscopio viviente.
Aquello era como para volverse loco… de la emoción, de la alegría, de la inmensa dicha de estar flotando en medio de un ambiente para el que no estamos hechos, en el que solo somos una criatura más, la menos agraciada, la menos ágil.
A varias semanas de mi inmersión en las aguas que rodean la Isla del Coco, las imágenes siguen apretujándose con una intensidad brillante en mis memorias. Es difícil para alguien como este periodista, acostumbrado a valerse de la palabra escrita, el explicar en blanco y negro una experiencia sensorial como pocas, donde los párrafos no alcanzan para describir lo que se siente cuando se nada en medio de tiburones martillo a decenas de metros de profundidad. Aún así haré mi mejor esfuerzo, y ruego a quienes han tenido la dicha de bucear en aquel lejano parque nacional me disculpen si me quedo corto en mi descripción de la experiencia submarina.
Afortunadamente, aquí encontrarán las imágenes captadas en la misma expedición por mi compañero, el fotoperiodista John Durán, las cuales hablan por sí solas.
Buceo para principiantes
Primero, algo de contexto. En mi lista de pendientes no del 2023, sino de la vida, el buceo nunca estuvo en los puestos prioritarios (ni anotado, para ser honesto). Sin duda me parecía una actividad fascinante pero no por eso me veía aventurándome al fondo del mar, por lo que con algunas experiencias de snorkeling ya me daba por satisfecho.
Cuando meses atrás se concretó la posibilidad de visitar para fines periodísticos el Parque Nacional Isla del Coco, gracias a las facilidades y colaboración brindada por los funcionarios del Área de Conservación Marina Coco (ACMC) del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC), busqué consejos con personas que ya habían tenido esa experiencia. Y la recomendación fue unánime: saque la licencia de buceo. Bien me lo dijo el fotoperiodista Alonso Tenorio: “Ir a la Isla del Coco y no bucear es como ir a Disneylandia y no subirse en nada”.
Cualquier persona que sepa nadar y esté en un estado de salud aceptable puede obtener una licencia de buceo, como la que otorga la PADI (Asociación Profesional de Instructores de Buceo). Esta organización, que agrupa a instructores de buceo de todo el mundo, se encuentra entre las más reconocidas y sus licencias son garantía de que la persona ha pasado por un adecuado programa de entrenamiento antes de sumergirse en el mar con un tanque de aire sujeto a la espalda.
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En la mayoría de los casos, la licencia básica de buceo recreativo (open water) implica al menos tres lecciones con el instructor en aguas confinadas, es decir, en una piscina. Durante estas sesiones, se enseña a armar y ponerse el equipo, así como a prepararse para todo tipo de imprevistos que un buzo puede enfrentar. Si bien se espera que muchos de estos conocimientos no tengan que ponerse en práctica, lo cierto es que el buceo es una actividad de riesgo en la que la improvisación y la falta de preparación pueden resultar fatales.
Además de estas clases en la piscina, se requiere completar un extenso programa de estudio en línea. En este se estudian videos y presentaciones sobre una amplia variedad de temas, que van desde la convivencia segura con especies marinas hasta todo lo relacionado con las tablas de presión, la descompresión, los efectos del nitrógeno en el cuerpo y cómo evitar que los oídos sufran a medida que aumenta la profundidad.
Una vez completado esto, la persona debe realizar cuatro inmersiones en aguas abiertas, en dos días diferentes, acompañada por el instructor. Durante estas inmersiones se pondrán en práctica los conocimientos adquiridos en medio de las olas.
Si todo sale bien, ¡felicidades! Ahora es un buzo con licencia.
Mis inmersiones las realicé en Playa Herradura durante un fin de semana. Para frustración de Esteban, mi instructor, en esa ocasión hubo un clima poco favorable. Él se disculpaba constantemente porque el mar estaba turbio y no íbamos a “ver nada”. Por supuesto, él hablaba desde su experiencia como hombre de mar, pero en mi caso, que lo más que había visto eran cangrejos en las rocas y monos robando bolsos en Manuel Antonio, cualquier encuentro con una criatura marina en el agua, a más de diez metros de profundidad, resultó increíble.
Incluso en Herradura, a menos de 300 metros de la playa, mi asombro era casi absurdo. Durante aquel fin de semana de “aguas turbias”, pude ver en su propio ambiente a tortugas, langostas, pulpos y peces que hasta ese momento solo había contemplado en libros. Me sentía como cuando era niño y me daban un billete de cinco colones para comprar lo que quisiera en la pulpería.
Cuando le comenté mi alegría a Francesco, el otro instructor que me dio las lecciones en la piscina, me hizo entender lo que estaba por venir: “Víctor, estás aprendiendo a bucear justo para ir a uno de los 10 mejores sitios de buceo del mundo, uno con el que muchos buzos solamente pueden soñar con conocer”. Y vaya que tenía razón.
Peregrinos de lo profundo
Cuando John y yo nos embarcamos hacia la Isla del Coco, lo hicimos en el barco turístico Okeanos III, compartiendo la travesía con un grupo de 24 turistas suizos, todos parte de una expedición de una agencia de viajes de su país especializada en destinos exóticos para el buceo. Casi todos los buzos europeos eran adultos mayores, jubilados que se pueden permitir un estilo de vida que les ha llevado a bucear en Filipinas, en Grecia, en Colombia, en las Maldivas, en el Caribe... Veteranos que en algunos casos acumulaban más de 1000 inmersiones y provenían de un país en el que, irónicamente, no tiene salida al mar, por lo que todos aprendieron a bucear en fríos lagos.
Patricia, una de las señoras del tour, nos contaba que ella planea un viaje de estos cada dos años, siempre con la misma agencia. El costo de la expedición a la Isla del Coco para los europeos fue de unos $7000 (¢3.793.000) por un paquete que incluía el traslado de ida y vuelta desde Puntarenas, el alojamiento en el barco, la alimentación y los servicios de buceo (su grupo realizó 21 inmersiones en siete días). Aparte, deben pagar por la estadía en el parque nacional, así como otros gastos logísticos y propinas para la tripulación.
La mayoría de estos buzos ya cuentan con su propio equipo (traje, aletas, cámaras fotográficas, etc.), con el cual viajan desde sus países de origen. En el barco solo se les brinda el tanque para respirar bajo el agua.
Dado que el turismo allí es de nicho y bastante costoso, la Isla del Coco no es uno de los atractivos que Costa Rica promociona con particular interés en el extranjero. Cada año, el PNIC recibe alrededor de 2500 turistas.
Durante esa semana, los suizos se dedicaron en cuerpo y alma al buceo en las aguas costarricenses más alejadas del continente. En cuanto a nosotros, John llegaba en su segunda visita a la isla y con un historial mucho más sólido en inmersiones, además de estar equipado con equipo fotográfico submarino especializado, mientras que yo procuré que mi inexperiencia se compensara con entusiasmo.
Guardianes
Nuestras inmersiones en el mítico parque nacional, las realizamos como parte del acompañamiento que le dimos al equipo de guardaparques que protege la isla del tesoro. Exploramos las aguas que rodean el peñón Manuelita, uno de los más emblemáticos entre todas las formaciones rocosas que rodean la isla. Allí hay dos puntos muy apetecidos por los buzos: Manuelita Somera y Manuelita Profunda, que, como bien indican sus nombres, se diferencian por la profundidad que se puede alcanzar.
En el buceo conté con la compañía de John y de los funcionarios Katherine Quirós (administradora del parque nacional), Markus Murillo (un todoterreno en cualquier actividad extrema que se desarrolle en la Isla del Coco y, además, un increíble fotógrafo de las profundidades) y Nelson Espinoza, quien es guardaparques de la Reserva Nacional Absoluta Cabo Blanco y se encontraba haciendo una pasantía en la isla. En tanto, el veterano Filander Ávila permaneció atento, al mando del bote inflable con motor fuera de borda.
Después de sumergirnos, la experiencia se puede describir en una palabra: humildad. A medida que descendemos, me siento pequeño, no solo porque estamos en un medio en el que hay otras criaturas mucho más grandes que nosotros, sino también porque el ecosistema acuático no tiene conocimiento de mis problemas, preocupaciones, complejos o inseguridades. Tampoco sabe nada de mis éxitos, de las veces que me la creí. Allí, la flotabilidad neutra en el azul profundo significa ser uno más, ni más ni menos que los miles de seres que se mueven a nuestro alrededor, con absoluta indiferencia hacia nuestra actitud de “especie superior”.
Recordé tanto como pude el consejo de Markus de concentrar la vista en un animal a la vez, pero debo admitir que muchas veces me resultó imposible. Mientras todo se movía ante nuestros ojos, el instinto nos empujaba a mirar en todas direcciones, ya que la abundancia de colores era descomunal. El cerebro humano no está preparado para procesar tanta belleza, todo al mismo tiempo, en todas partes.
Para ponerlo en perspectiva, así lo explica el sitio web oficial de Fundación Amigos de la Isla del Coco: “en Costa Rica se han registrado cerca de 4700 especies marinas, de las cuales un 16% (747 especies), sólo han sido reportadas en la Isla del Coco. En sus aguas de la isla abundan los tiburones de aleta blanca, los gigantes tiburones martillo, los atunes, los peces loro, las mantas y los jureles. Se han registrado un total de 45 especies marinas endémicas en el Parque Nacional Isla del Coco, que representan casi el 50% del endemismo en Costa Rica”.
Sin duda, la especie marina más fácil de identificar es el tiburón martillo, el animal más emblemático de la Isla del Coco. En prácticamente cualquier punto de esas aguas protegidas donde uno se sumerja, las posibilidades de ver grupos de tiburones martillo son muy altas, ya que se acercan sin temor a los buzos, guardando apenas una prudente distancia. Después del impacto inicial al darme cuenta de que un inmenso tiburón pasa a pocos metros, una sonrisa imaginaria me acompaña durante el resto de la expedición (es imposible reír de verdad cuando la boca está ocupada con el regulador que proporciona la respiración bajo el agua).
También vimos al tiburón Galápagos, que aunque es más esquivo que el martillo, tampoco es demasiado tímido. Una vez en la superficie, le pregunto a Markus por los nombres de los otros coloridos peces que apreciamos y su lista parece sacada de un libro escolar: pez sandía, pez trompeta, pez loro, estrellas...
En cuanto al tiburón tigre, otro de los habitantes célebres de estas aguas, no tuvimos suerte, aunque luego Filander nos dijo que mientras estábamos en lo profundo, vio una aleta de un tiburón tigre moviéndose en la superficie de la misma área. Será en otra ocasión.
Si nos sirve de consuelo, los suizos, con sus 21 inmersiones, solo lograron ver un tiburón tigre como corresponde. Está de más decir que, para muchos de esos alegres veteranos, ese avistamiento justificó el viaje hasta Costa Rica.
Y su interés se comprende cuando uno se pone en su lugar (o en sus aletas de buceo). Las aguas del Parque Nacional Isla del Coco son como la vida misma: salvajes y hermosas, impredecibles y divertidas. Es un verdadero tesoro, uno que irónicamente la gran mayoría de los costarricenses no podrá experimentar en persona, debido a las conocidas razones de distancia, logística, costos y, bueno, no todos se atreven a bucear (y no quiero criticar, que ahí está mi mamá que me encomendó a todos los santos cuando se enteró de lo que estaba haciendo).
Por todo lo mencionado anteriormente, esperamos que estas fotografías le ayuden a apreciar un poco más la extraordinaria belleza que se esconde en las aguas de este rincón distante. Y si por alguna afortunada razón tiene el privilegio de visitar la Isla del Coco, tome el consejo que Alonso me dio: obtenga la licencia de buceo. Será una de las mejores inversiones de su vida.