Para estudiar la lapa roja, el investigador Christopher Vaughan lleva 25 años subiendo y bajando de árboles que tienen unos 20 metros de altura.
Desde allí, Vaughan observa a los pichones y sigue su crecimiento hasta que estos, luego de 75 días, abandonan el nido y se trasladan con sus padres al manglar de Guacalillo, en Garabito de Puntarenas.
Para esta temporada de anidación, que se extiende desde octubre a abril, Vaughan y su equipo intentaron algo distinto: colocar cámaras en los nidos.
Gracias a tantos años de investigación, los científicos saben que el 63% de las lapas anida en troncos y 37% en ramas. También, conocen cuáles especies arbóreas proveen de alimento a las aves y, por tanto, estas las prefieren para anidar.
Debido a ello escogieron dos árboles (un ceibo y un guayabón) ubicados en las instalaciones del hotel Punta Leona (Garabito, Puntarenas)
En estos se instalaron tres cámaras que pueden monitorearse a través de Internet. Como el sistema tiene un límite de observación simultánea de 128 personas, se está probando con los empleados del hotel. Si llega a funcionar, se ampliaría su alcance a otros investigadores, estudiantes y vecinos.
“Es bueno que la gente vea lo que se está haciendo. Hay gente que no conoce las lapas, no saben cómo anidan ni qué comen”, comentó Wilberth Vargas, quien antes robaba pichones y ahora colabora con los científicos.
Mediante las cámaras, los investigadores pueden observar la competencia por nidos, ya que muchas veces las lapas deben pelear con tucanes y martillas por estos. También ven el proceso de incubación que ocurre entre diciembre y febrero, el nacimiento del pichón y cómo se alimenta (hasta abril), entre otras fases de su ciclo de vida.
Aunque es un proyecto piloto sujeto a depuración, los datos se están recopilando y serán analizados. Sin embargo, Vaughan es reservado en cuanto a los resultados que se podrían derivar de estas observaciones, porque aún se afinan detalles clave para tener certeza científica.
Problemática. Costa Rica posee dos poblaciones de lapa roja: una en el Pacífico central y otra en península de Osa.
En 1994, los científicos advirtieron de que la población del Pacífico central estaba bajando debido a la deforestación (destrucción del hábitat) y al saqueo de nidos. “Eso puso a la lapa roja en peligro de extinción”, señaló Vaughan.
En su juventud, Vargas –quien ahora tiene 52 años y vive en Tárcoles– se dedicaba a agarrar pichones para venderlos como mascotas. En aquel entonces, los vendía a ¢6.000 y en cada nido hallaba tres crías.
“Casi no había trabajo y, entonces, uno agarraba un pichón para sobrevivir. Con la entrada de los hoteles, empezó a haber trabajo y, entonces, ya no había necesidad”, contó Vargas.
Según Vaughan, parte de la estrategia fue emplear a los vecinos en turismo para ofrecerles otra fuente de empleo, mejor remunerada. “Punta Leona, por ejemplo, contrató a exlaperos”, mencionó el científico de la Universidad Nacional (UNA).
También se promovió la educación ambiental y esfuerzos de conservación como cuido de nidos naturales y reforestación con especies arbóreas utilizadas por estas aves.
Incluso, se creó una organización local, la Asociación para la Protección de los Psitácidos (Lappa), para fiscalizar estas acciones.
“Entre 1990 y 1995, la población iba bajando, pero, a partir de 1995, empezó a subir. Todavía tengo que revisar los datos, pero sospecho que subió a 400 lapas gracias, en parte, a las acciones de manejo y porque la comunidad local las está cuidando. Incluso, creo que las lapas están ampliando su rango de distribución”, manifestó Vaughan.
“Yo ahora me dedico a proteger a las lapas”, declaró Vargas.
Reivindicación. Vargas y Vaughan se conocieron cuando el primero se dedicaba a tomar y vender pichones. “Don Chris tenía años de andar detrás de los laperos. Cuando yo empecé a trabajar en Punta Leona, me lo encontré y me preguntó si seguía agarrando lapas. Yo le dije que no y que no quería saber nada de eso, porque esa es una plata salada. Si usted vende un animal, esa es plata es salada y no rinde. A usted le rinde el dinero que se gana honradamente”, dijo Vargas.
“Más bien, ahora nos sobra el trabajo. Hacemos pangas y desramamos árboles. Ya no tenemos necesidad de andar en eso”, agregó el exlapero.
Tras ese encuentro, Vaughan le ofreció trabajar con él. Actualmente, Vargas confecciona los nidos artificiales en fibra de vidrio y saca provecho de su experiencia como lapero para colocarlos en los árboles.
“He visto a cuatro parejas pelear por un mismo nido. Uno lo que busca es asegurarse de que las lapas no estén peleando entre sí. Si una pareja está en el nido A, las otras están en el B y C”, explicó Vaughan.
Los nidos artificiales vienen a resolver eso. Estos se colocan cerca de un nido natural, en árboles que son fuentes de alimento y, con ello, se brinda otras opciones de anidación a las aves.
Una vez el pichón está listo, abandona el nido. Se traslada a los manglares donde sus progenitores le enseñan qué comer.
“Por eso, estoy muy en contra de la crianza en cautiverio y su posterior liberación, porque no se da ese proceso de enseñanza”, destacó Vaughan.
Entre agosto y setiembre salen del manglar en dirección al bosque. En ese momento es que se realizan los conteos para calcular la población.
“Antes no había tantas lapas. En cambio, ahora hay cualquier cantidad”, dijo Vargas y añadió: “Todavía hay gente que las agarra, pero ya son muy pocos”.