La pandemia puso a la ciencia a trabajar a velocidades nunca vistas: en cuestión de meses se conoció mejor el comportamiento del virus y de la enfermedad que causa, se obtuvieron vacunas, exámenes diagnósticos y se tienen avanzadas las pesquisas para fármacos.
Pero eso no fue así en otras áreas del quehacer científico. Investigaciones en enfermedades, como el dengue o el zika, pasaron a un segundo plano para volcarse al estudio del SARS-CoV-2, virus causante de la covid-19.
El término “covidización de la ciencia” se hizo popular para poner en evidencia lo sucedido en otras áreas.
En ciencias ambientales el impacto fue mayor. La falta de presupuesto y las restricciones para contener el avance de la pandemia pusieron freno a proyectos completos, otros buscaron cómo adaptarse.
“Proyectos de conservación marítima y terrestre se pausaron. También actividades ilícitas afectaron el ambiente. Hubo caza ilegal en áreas protegidas”, manifestó Damián Martínez, biólogo marino de la organización MarcoLab, quien organizó un foro a nivel latinoamericano para hablar del tema.
La Nación conversó con cuatro científicos que trabajan en diferentes proyectos en el país. Ellos reconocen que, aunque ya poco a poco vuelven a realizar trabajo de campo, durante meses fue muy poco lo que pudo hacerse, y esto les lleva a “devolverse” para reponer lo que se tenía a inicios del 2020.
Un antes y un después
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La llegada de la covid-19 cambió las dinámicas de trabajo.
“Hubo mucho que no pudimos hacer del todo y hemos tenido que recomenzar”, señaló Daniela Rojas, bióloga de la Asociación de Conservación Marina CREMA, quien trabaja en varias playas de la península de Nicoya.
El trabajo de Rojas consiste en proteger a las tortugas y a los huevos y evitar el saqueo, así como estudiar las características de las arribadas a la playa, la anidación y desove.
Al otro lado del país, en el Parque Marino Ballena en la zona Sur, la bióloga y profesional en turismo Catalina Molina, también vio cambios trascendentales.
“Cuando inició la pandemia yo venía desarrollando un proyecto de adaptación al cambio climático. Y se venían poniendo en práctica una serie de medidas para contrarrestar los riesgos que se veían”, explicó.
Uno de esos proyectos está relacionado con la erosión de la línea costera o “pérdida de playa”. En 2019 empezó un experimento de restaurar la costa para “amarrarla” y evitar su pérdida. Para ello se sembraban palmas de coco y otras especies nativas.
Por su parte, desde el Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR) dela Universidad de Costa Rica (UCR), el biólogo Mario Espinoza, tuvo que reorientar sus investigaciones.
Una de sus líneas de trabajo está relacionada con el pez sierra.
“Vamos a un lugar donde creemos que hay un pez sierra, tomamos una muestra de agua y vemos si hay rastros de ADN, material genético del pez y así vemos si la especie ha estado presente en un tiempo corto”, explicó Espinoza.
Este esfuerzo comenzó en el 2019 en colaboración con una universidad australiana y continuaba durante el 2020, justo cuando se vino la pandemia y todo cambió.
“Ya estábamos en proceso de análisis, pero por la pandemia y el cierre de laboratorios en todo el mundo tuvimos que esperar a tener permisos para acceder a laboratorios allá en Australia”.
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Recursos frenados
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Para Molina, uno de los principales golpes de la crisis sanitaria fue la falta de financiamiento.
“Cuando se viene una pandemia los fondos que hay para proyectos de conservación se pausan. Quedan en stand-by para ver qué va a pasar, si redirigirlos a la pandemia o no. Uno de mis proyectos se quedó sin fondos”, aseveró la especialista.
Según Martínez, los donantes, de igual manera, se enfrentaban a incertidumbre y sus condiciones no siempre se adaptaban a las de los investigadores.
Molina también trabajaba en la instalación de una estación meteorológica dentro del Parque Marino Ballena con el Centro de Investigación en Geofísica de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Durante los primeros meses de la pandemia la UCR dio una directriz de no realizar trabajo de campo. Justo en ese momento hubo un desperfecto en uno de los equipos y eso alteraba los datos que se recibían.
“Mandamos a comprar el dispositivo, pero pasamos como ocho meses sin poder ir a instalarlo. Cuando fuimos, vimos que la estación había sido invadida por insectos que la estaba colonizando”, recordó Molina.
Espinoza y su equipo también vieron frenada la parte científica unos tres o cuatro meses, pero la parte comunitaria sufrió más.
“No podemos pensar en conservación sin tener el contacto con la gente. Con la pandemia el componente social del proyecto, el hablar con las comunidades, con los niños... todo eso se paralizó”, indicó el biólogo.
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Restricciones bajaron el ritmo del trabajo
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Las restricciones para contener el avance de la pandemia complicaron los trabajos de conservación.
Por ejemplo, en la península de Nicoya los patrullajes para proteger a las tortugas y a sus huevos se hacían entre las 7 p. m . y las 5 a. m. Durante varios meses no se podía entrar a la playa a esas horas.
“Nosotros trabajamos en playas públicas. Eso quiere decir que se rigen bajo las regulaciones. Teníamos permiso para patrullar de parte de Setena (Secretaría Técnica Nacional Ambiental) y Minae (Ministerio de Ambiente y Energía), pero nos tuvimos que adecuar a la hora que estuviera habilitada la playa. En algunos meses eso fue solo de 5 a. m. a 7 a. m.”, expresó Rojas.
“No pudimos hacer patrullajes, solo censos en las mañanas, para ver cómo estaban los nidos. La toma de datos fue mínima y aumentó el saqueo porque las playas no tenían nuestra vigilancia”, agregó.
No poder patrullar fue el mayor golpe.
“Las patrullas son sumamente importantes, es donde hacemos la reubicación de nidos para evitar el saqueo, pero no teníamos permiso para estar en la playa”, rememoró.
A partir de octubre, cuando los horarios para estar en la playa se ampliaron, la falta de recurso humano fue su principal obstáculo.
“Solo con cuatro personas no se pueden abarcar todas las playas de anidación”, subrayó la especialista.
A diferencia de Rojas, quien trabaja en playas públicas, Molina lo hace en áreas protegidas. Y estas también se vieron cerradas por varios meses.
“Las personas con las que trabajábamos no podían ingresar al parque, y, además, su economía estaba muy deprimida por la falta de llegada de turismo. Eso hizo que el proceso se frenara. Los mismos funcionarios del parque que nos ayudaban sufrieron recortes presupuestarios y tuvieron que reformular su trabajo”, recalcó la bióloga.
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Lo bueno: mayor colaboración
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Espinoza comentó que no todo ha sido negativo, porque es ahora cuando más han aumentado las posibilidades de colaboración científica con universidades extranjeras.
“Nosotros colaboramos con gente en California y en Canadá y ellos no podían trabajar allá porque hubo más restricciones. Tenían fondos, tenían la voluntad, pero no tenían cómo. Ellos vieron una oportunidad de continuar la investigación desde aquí. La UCR sí hizo un recorte inmenso de fondos de investigación, pero tuvimos oportunidades con fondos externos”, enfatizó.
También se vio la importancia de la participación ciudadana.
“Desde la virtualidad, nos han reportado avistamientos del pez sierra, pero también pesca ilegal. Hemos visto la importancia de las redes sociales”, señaló Espinoza.
Para Rojas, la participación comunal también fue clave.
“Tuvimos mucha participación de la comunidad y por eso se pudieron realizar algunas patrullas nocturnas en algunos proyectos. No todos los días, no en todos los proyectos, pero sí se logró”, manifestó.
“Ellos decidieron acompañarnos, darnos desayunos, movilizarnos gratis, darnos hospedaje. Nos permitió mejorar la relación con ellos. Dentro de lo difícil, ver a la comunidad tan involucrada fue lo más valioso”, añadió.
La virtualidad fue herramienta, pero no siempre funcionaba.
“No todas las personas en la comunidad tienen acceso a la tecnología. Con la gente que vive en la costa ha sido muy difícil adaptar los procesos de diálogo. La misma virtualidad interrumpe la fluidez”, admitió Molina.
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Regresar ‘a la normalidad’
Los proyectos ya se retoman poco a poco.
“En 2021 ya uno tiene una visión más clara de los escenarios”, mencionó Rojas.
Para Molina, esto da esperanzas, pero la pausa que tuvieron hace que deban devolverse unos cuantos pasos.
“Hay que devolverse. Contabilizar por dónde quedamos, qué perdimos y volver a iniciar muchos procesos. El mar ha seguido adentrándose en la costa y haciendo su trabajo, se perdió ese avance que se venía teniendo”, se lamentó la bióloga.
“Debemos entender que esa pausa está ahí y que hay que retomar alianzas y aprendizajes. Es estrictamente necesario invertir el tiempo y dar un pasito para atrás y volver a alinear los proyectos”, añadió.
Rojas ya ve este cambio como el gran punto de partida: ““En nuestro caso, estamos teniendo el primer grupo de voluntarios después de año y dos meses. Con todos los protocolos sanitarios, pero eso ya es un respiro”.