Las comunidades costeras están comprometidas con la meta de carbono neutralidad que voluntariamente se trazó el país y, los manglares son su punta de lanza.
Desde 2012, a través del programa de Carbono Azul Comunitario de Fundación Neotrópica, localidades en península de Osa y golfo de Nicoya se dieron a la tarea de recuperar estos ecosistemas y, a la fecha, han logrado reforestar 762 hectáreas.
Sin embargo, el porcentaje de supervivencia de las plántulas (plantas en su primeros estadíos de desarrollo) es apenas 14%, por lo que realmente las hectáreas reforestadas -a pesar del esfuerzo que implica- son 106,68 hectáreas.
Ese centenar de hectáreas reviste de gran importancia pues está fijando en el suelo alrededor de 825.095 megagramos (unidad de masa comúnmente conocida como tonelada) de carbono, lo que convierte a los manglares en aliados estratégicos en la lucha contra el cambio climático.
Ello porque pueden almacenar tanto carbono como los bosques nubosos del país.
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Al respecto, Miguel Cifuentes - investigador del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie)- llegó a calcular que el Humedal Térraba Sierpre, donde más extensión de manglar existe en Costa Rica, fija en el suelo 7.734,3 megagramos de carbono por hectárea.
La clave para esa captación de carbono de estos ecosistemas yace en la relación que se establece entre el sedimento, las raíces de la planta de mangle y las mareas.
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"Parte de la dinámica que hay en la interfase marino-costera es que existe un flujo y reflujo de las mareas, así como una mezcla entre agua dulce y salada. Entonces, por esa dinámica en que entra y sale el agua, se dan ciclos internos donde hay un mayor depósito de sedimentos. Si no se tuviera ese manglar, ese sedimento se perdería porque no hay raíces que fijen la materia orgánica", explicó Cifuentes en declaraciones anteriores dadas a La Nación.
No es solo su contribución a la mitigación del cambio climático; los manglares también funcionan como "salas de maternidad" para especies marinas de valor comercial y su atractivo turístico y dinamizan la economía de las comunidades locales al contribuir en la observación de aves y cocodrilos, por ejemplo.
De hecho, y según el proyecto ECOTICOS, el Humedal Térraba Sierpe genera alrededor de $10.000 (unos ¢5,7 millones) por hectárea al año por concepto de servicios ambientales (pesca, turismo, protección ante tormentas, etcétera).
Lamentablemente, y según Bernardo Aguilar de Neotrópica, la mayoría de los manglares no cuentan con protección a pesar de su fragilidad y se enfrentan a presiones provocadas por actividades productivas, sobreexplotación de recursos (madera y especies marinas), degradación por contaminación, desarrollo turístico descontrolado, deforestación en tierras altas y sedimentación, entre otras.
"Las zonas de manglar están al final de la cuenca hidrográfica, por lo que su conservación requiere un manejo de paisaje y un enfoque ecosistémico. Debido a esto, todos somos responsables por el manglar", comentó Aguilar.
Comunidades al rescate
El antecedente del proyecto de reforestación data del 2009 cuando se implementó el proyecto Mangle - Benín, que fue financiado por el programa de Cooperación Sur Sur del Reino de Países Bajos.
Ese proyecto logró la participación de 750 personas, provenientes de 15 comunidades en península de Osa, quienes se capacitaron en buenas prácticas de manejo, actividades productivas sostenibles, siembra y constitución de viveros. En dos años, se sembraron 105.000 plántulas.
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Tras su éxito, en el 2012, Neotrópica creó el programa Carbono Azul Comunitario. Entre el 2012 y el 2013, se trabajó con 14 comunidades en golfo Dulce y esa labor se retomó en el 2016 y sigue en la actualidad.
Desde el 2013 hasta el 2015, se extendió a dos comunidades más: Golfito y Kilómetro 4 (playa Purruja).
A partir del 2016 se unieron las comunidades de El Establo y Chomes en golfo de Nicoya. Próximamente, Islita - en Puntarenas- se sumará a los esfuerzos.
Los grupos comunales son los que se encargan del vivero y las jornadas de reforestación, incluso del monitoreo que debe hacerse posterior a la siembra.
A la fecha, se han establecido tres viveros en los alrededores de golfo dulce, los cuales tienen una capacidad para albergar 8.000 plántulas. También hay uno en Térraba Sierpe con capacidad para 2.000 plántulas.
Los vecinos recolectan 'candelas', que son semillas de mangle, de cuatro especies: rojo (Rhizophora mangle), blanco (Rhizophora racemosa), piñuela (Pelliziera rhizophorae), mariquita (Laguncularia racemosa) y palo de sal o mangle negro (Avicenia germinans).
Por esa labor, las personas de la comunidad reciben una retribución económica. En este sentido, al año, este proyecto cuesta unos ¢13 millones. El dinero proviene de la cooperación Suiza y patrocinadores como Volkswagen, Ford, Davines, Sibú Chocolate, Automercado y Praxair.
Con la recuperación de hectáreas de manglar, el potencial turístico crece y se espera que las comunidades puedan dinamizar sus economías gracias a estos 'bosques salados'.
Asimismo, y como parte del programa, se incentiva la educación ambiental en escuelas. En el 2016, unas 11 escuelas cercanas a golfo Dulce participaron en jornadas de reforestación y otras actividades como festivales.
Bosques de sal
Los manglares son bosques salados que se encuentran en las desembocaduras de los ríos. Debido a ello, estos ecosistemas están expuestos a una dinámica que combina agua dulce (proveniente de los ríos) y salada (que viene del mar).
Sus árboles gozan de grandes raíces que sobresalen del sedimento y sirven de refugio a especies de aves, reptiles, peces, crustáceos y moluscos.
Asimismo, los manglares ayudan a estabilizar el litoral y prevenir la erosión en las zonas costeras. Son los primeros en recibir el impacto de tormentas y huracanes, convirtiéndose en protectores de las comunidades costeras.
También inspiran a los científicos en el desarrollo de nuevos materiales, fármacos y soluciones industriales.
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