Aprobado por consenso, aunque no exento de forcejeos, el Acuerdo de París marca el inicio de la era donde el desarrollo de los países deberá desvincularse por completo de las emisiones de carbono.
Ese umbral de 2 °C significará que las emisiones acumuladas en la atmósfera no superen las 2.900 gigatoneladas (Gt). Sin embargo, la humanidad ya emitió 1.900 Gt, lo cual solo deja disponible unas 1.000 Gt.
Eso significa que los países deberán recortar sus emisiones entre 40 y 70% al 2050 y neutralizarlas al 2100.
Esa neutralización se refiere a que cada emisión que se libere a la atmósfera tendrá que ser ‘secuestrada’ (compensada) por los bosques, los océanos o medios tecnológicos aún en desarrollo.
Esa meta de 2 °C pasa, inevitablemente, por un recorte significativo en la emisión de gases efecto invernadero (GEI) que causan el calentamiento global; y el sector energético es el que puede tener un impacto más significativo en este aspecto, al migrar de los combustibles fósiles (cuya huella es alta en carbono) a otras fuentes de energía más limpias.
Los combustibles fósiles fueron responsables del 78% de las emisiones entre 1970 y 2010.
Esto implica, entre otras cosas, un cambio en el paradigma de desarrollo donde el crecimiento de un país se desvincule de los GEI. A eso se le llama descarbonización de la economía.
Tradicionalmente las naciones han sustentado su crecimiento en la energía (motor de la producción). Por eso, China e India han sido vehementes en defender –en diversas cumbres climáticas– su derecho a seguir utilizando carbón y otras fuentes fósiles.
En consecuencia, y en el marco de las contribuciones nacionales que forman parte del Acuerdo de París, ambos propusieron un año tope a sus emisiones para después ir “descarbonizándose”.
Costa Rica, por su parte, posee una matriz eléctrica basada en energías renovables y, aunque le falta resolver el tema de transporte (el otro componente del sector energético), se encamina a alcanzar esa descarbonización en el 2100 (la meta previa, al 2050, es bajar las emisiones en un 50%).
“La rueda del clima gira lentamente, pero en París ha girado. Este acuerdo deja a la industria de los combustibles fósiles del lado equivocado de la historia”, dijo Kumi Naidoo, director de la organización Greenpeace.
Este acuerdo, al ser universal y vinculante, envía un fuerte mensaje al sector privado que, desde el mercado, podría catalizar esa transición a energías limpias y renovables.
De hecho, los magnates Bill Gates (Microsoft) y Mark Zuckerberg (Facebook) –en conjunto con los gobiernos de 20 países desarrollados– se comprometieron a duplicar la inversión en investigación y desarrollo en pro de tecnologías de energía renovable.
Los bancos multilaterales, cuyo anuncio también se realizó en la cumbre del clima que concluyó en Le Bourget (Francia), se comprometieron a apoyar proyectos de transporte eficiente.
“Las negociaciones y los compromisos son una fuerte señal para todo el mundo: la era de los combustibles fósiles está llegando a su fin (...). Tenemos que aprovechar el actual momento y marcar el comienzo de una nueva era de acción cooperativa por parte de todos los países y en todos los niveles de la sociedad”, acotó Samantha Smith, líder de la Iniciativa Global de Clima y Energía del World Wild Fund (WWF).
Para Christine Lagarde, directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI), esa transición también podría acelerarse al fijar un precio a las emisiones de carbono, ya sea a través de un impuesto o sistema de cuotas.
“Mi mensaje principal es que hay que fijar un precio apropiado a las emisiones de carbono y hay que hacerlo ahora. Hacer pagar por las emisiones generadas por energías fósiles crea los estímulos necesarios para promover inversiones en energías más sustentables”, declaró Lagarde a la agencia AFP.
El nuevo acuerdo reemplazará al Protocolo de Kioto a partir del 2020. Cuando entre a regir, los compromisos de las naciones se revisarán cada cinco años.
Otros aspectos del Acuerdo de París:
Aumento de ambición de los planes nacionales: Al cierre de la cumbre del clima, 187 países presentaron sus planes de reducción o contribuciones nacionales. Conscientes de que son insuficientes para evitar el incremento de la temperatura, acordaron revisarlas en 2018 (dos años antes de regir el acuerdo).
Adaptación como parte de contribuciones: Se reconoce las medidas de adaptación que los países desarrollados pudieran implementar como parte de las contribuciones nacionales y se invita a los organismos internacionales a dirigir financiamiento para adaptación.
Reporte y revisión de las metas de reducción: Cada país, voluntariamente, detalló las metas de reducción que estaba en capacidad de asumir. Pero, al ser un acuerdo universal y vinculante, las naciones deberán reportar sus avances y revisar sus contribuciones cada cinco años. Queda pendiente el cómo se hará.
Financiamiento por parte de países desarrollados: Los países desarrollados se comprometieron a proporcionar apoyo financiero para la reconversión energética de los países en vías de desarrollo. Los países emergentes que lo deseen, como China, podrán hacerlo de forma voluntaria.
Mecanismo de daños y pérdidas: La discusión sobre el mecanismo de compensación financiera a países vulnerables por parte de los mayores emisores, basada en una responsabilidad histórica, se pospuso para 2016. De hecho, el acuerdo evita el término compensación o indemnización.
Esfuerzo en los años previos al 2020: El acuerdo alienta a los países a realizar todos los esfuerzos de mitigación previos al 2020 y para ello, los insta a utilizar el aún vigente Protocolo de Kioto. De hecho, este instrumento ha permitido el recorte del 22% de las emisiones mundiales.