El ego no le funciona a Christiana Figueres Olsen. Nunca le sirvió. Probablemente, esta sea la razón de que su nombre se mencione entre las personas más influyentes del mundo sin necesitar más carta de presentación que su prestigio global en un tema con décadas acumuladas de desacuerdos.
Figueres logró sentar a representantes de 195 naciones, con posiciones opuestas sobre las acciones para reducir los efectos adversos del cambio climático, y alcanzar un acuerdo que, según los conocedores, sentará las bases del nuevo régimen climático a partir del 2020.
La versión digital de La Nación lanzó la noticia el 12 de diciembre de 2015: “Los delegados de 195 países adoptaron este sábado un histórico acuerdo contra el cambio climático, que une por primera vez en esa lucha a países ricos y en desarrollo”.
Sucedió en París, Francia, en el COP21, con una costarricense a la cabeza de la discusión y a cargo de promover puntos de encuentro con un objetivo: salvar el planeta.
Desde los cafetales
Hija de un caudillo y hermana de un expresidente, esta antropóloga que ronda los 60 no requirió de su apellido y sus influencias heredadas para que su nombre, Christiana, sea hoy mencionado con respeto y admiración entre líderes mundiales.
Criada en los cafetales de la finca ‘Lucha sin Fin’, en San Cristóbal de Desamparados, donde también se originó la revolución de 1948, gestó la carrera internacional que la llevó a ser parte del equipo negociador de Costa Rica sobre cambio climático, en el periodo 1995-2009.
Ese sábado 12 de diciembre del 2015, un pequeño martillo confirmó que aquel grupo con intereses tan heterogéneos, había llegado a un acuerdo.
“El Acuerdo de París reemplazará a partir de 2020 al actual Protocolo de Kioto, y sienta las bases para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, y más importante aún, para empezar a soñar con un mundo sin combustibles fósiles”, consignó este diario.
La meta: contener el aumento de la temperatura “muy por debajo de los 2 ºC respecto a la era preindustrial y seguir esforzándose por limitar ese aumento a 1,5 ºC”.
Uno de los puntos más importantes: los países ricos están obligados a respaldar los recortes de emisiones de las naciones en desarrollo.
El acuerdo se alcanzó con Figueres como secretaria ejecutiva de la Convención sobre Cambio Climático de Naciones Unidas. Es el más alto puesto político relacionado con clima al cual alguien puede aspirar en toda la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Lo logró con un perfil bajo que hoy es motivo de admiración pues, entre otras cosas, a ella se le recuerda almorzando en la misma cafetería con el resto de participantes en la cumbre; o viajando en el metro, en Bonn, Alemania, como una pasajera más.
“Yo soy muy poco diplomática porque digo lo que pienso. Hablo desde el corazón sobre lo que me importa, mi pasión. Como diríamos en buen tico, nunca me ando por las ramas”, declaró en una oportunidad.
No tiene porqué exigir respeto por su estatus. Se lo ha ganado sola. Foreign Policy la ubicó entre los 100 pensadores más influyentes de 2015, junto al Papa Francisco, Ángela Merkel y Vladímir Putin.
Aunque lo logró con París, Christiana Figueres no pudo hacerse con la secretaría general de la ONU, a la cual aspiró tras la salida de Kofi Annan.
No se pudo, pero sí alcanzó una meta que el planeta Tierra le agradecerá por siempre.